CAP 3: Más y más cambios


Tal y como había asegurado su abuelo, Parsae se trasladó a su nuevo hogar pocos días después de la tensa merienda. No tenía miedo. No podía estar más acostumbrada a los cambios. Si hasta había cruzado la frontera. A ver quién es el guapo que se ha atrevido a hacer eso.

El día que llegó a la mansión, cargada de maletas y baúles, la familia Verisen no estaba para recibirla. “Mejor”, se dijo a sí misma regocijándose en su buena suerte. No tenía ningunas ganas de encontrárselos.

A su madre y a su abuela, en cambio, les sentó como un tiro, e insistieron en acompañarla hasta que volvieran para saludarlos. Lo que resultó un engorro para la prometida, que pensaba aprovechar para alegar un tremendo dolor de cabeza y meterse en la preciosa habitación que le habían asignado a disfrutar de su afición favorita: dibujar. Y se le daba bastante bien. Todo había que decirlo. Encima, tenía memoria fotográfica con lo que no necesitaba tener delante lo que estaba dibujando para hacerlo con la mayor precisión. “Parsae, un hada como tú sólo nace una vez cada mil años”, se dijo para animarse un poco mientras sorbía su tercera taza de té de la tarde.

Tras mucho esperar inmersas en conversaciones salpicadas de cotilleos y cuestiones superficiales que no rozaban ni por casualidad nada que tuviera que ver con lo que las había llevado allí, Adamena y Verea, la madre y hermana de su prometido, aparecieron perfectamente ataviadas y con porte elegante para darles la bienvenida.

A Parsea le seguía pareciendo percibir cierta actitud hostil en ambas damas. Estaba claro que no la consideraban un buen partido, pero ella les haría cambiar de opinión. No habría mejor esposa que ella. ¡Se iban a enterar esas dos pavas reales! 

—Cuanto siento no haber estado aquí a su llegada —les decía en un tono que delataba justo lo contrario la madre de su prometido —Han de entender que una familia como la nuestra tiene muchos compromisos importantes que atender.

Desde luego no perdían oportunidad para dejarle claro que ella allí no pintaba nada. 

—Tendrán que disculpar la ausencia de Danos. Le hubiera encantado estar aquí para dar la bienvenida a nuestra invitada, pero un inoportuno dolor de cabeza lo ha impedido.

¡Qué morro! Le había copiado la excusa. Qué poco original. Parsae notaba como crecía la furia en su interior.

—Debería cuidar sus expresiones faciales —se refirió a ella su futura cuñada con desdén manifiesto —se te llenará la cara de arrugas si sigues frunciendo el ceño así.

La joven consiguió justo el efecto contrario y el ceño de Parsae se acentúo. Sobre todo, porque no se le escapó el trato casual que le había dado en la última frase. Y no con intenciones cordiales precisamente.

—No sería tan malo llenarse de arrugas, así mi gran belleza no levantaría tantas envidias. No sabes lo terrible que es —contestó con muy mala intención y haciendo especial hincapié en “belleza” y la “s” final de “sabes”.

—¡Parsae! —le riñó su abuela produciéndole un ligero sobresalto. 

Sus interlocutoras acusaron el impacto de sus palabras de diferentes maneras. Adamena alzó una ceja sorprendida. Pocos se atreverían a hacer referencia a sus rasgos físicos con tanta mala leche. Verea no pudo evitar que le subieran los colores de la rabia, pero mantuvo el tipo con una expresión que quería ser neutra. Sabía perfectamente que no era precisamente guapa, pero prefería mil veces ser inteligente y en eso pocos le ganaban. Si hubiera nacido hombre otro gallo le cantaría. Así que apretó los dientes e hizo lo más inteligente en esa situación: callarse. Sólo con eso ya tenía la partida ganada.

Y así fue. Recibió más que complacida las profusas disculpas de la impertinente hadita que ni en sueños se iba a convertir en la esposa de su adorado hermano si ella podía impedirlo. 

La velada continuó sin más incidentes. Sobre todo, porque fue muy corta y Adamena se las arregló muy bien para despedir a las acompañantes del hada que pronto pasaría a formar parte de la familia. Tenía mucha práctica en esas lides. Parsae lo agradeció infinito. Tuvo que pensar una nueva excusa para retirarse a su habitación porque el idiota de Danos le había quitado la que tenía pensada. Al final, le bastó con un simple “estoy cansada de tantas emociones”. Es probable que no hubiera necesitado ninguna porque se notaba a la legua que las damas ansiaban tanto su compañía como ella la suya.

—¿Cuánto va a durar esta farsa? —le soltó abruptamente Verea a su madre en cuanto se quedaron solas.

La progenitora frunció el labio con clara desaprobación.

—Tu hermano ha llegado a la edad de casarse y es natural que le hayamos buscado una candidata, así que no sé de qué farsa me estás hablando.

—Pues le habéis buscado a la dama perfecta. Sólo una loca de remate aceptaría este acuerdo —volvió a la carga con gran ironía. 

Quería muchísimo a su hermano. Sabía las humillaciones y sufrimientos por los que había pasado sólo por haber nacido sin magia. ¡Cómo si fuera culpa suya! Esa desgraciada no iba a burlarse de él. Podría parecer muy cínico y duro, pero en el fondo era muy sensible. Ella le conocía muy bien.

—Verea. Cuida tus palabras. Parsae se va a convertir en una Verisen. —La reprendió con suavidad.

A ella tampoco le gustaba la idea de casar a su hijo mediano. No veía la necesidad de hacerle pasar por un matrimonio con alguien que le despreciaría sin darle ni una oportunidad. Así era siempre entre los que le conocían. Muy pocos, escogidos… más bien, los imprescindibles. Y si no era desprecio, era lástima. Algo incluso peor.

Por supuesto, nadie se atrevería a ofender a una familia tan poderosa con una acción o comentario fuera de lugar, pero tampoco aceptarían jamás una aberración como su hijo: un hada sin brillo, un hada sin magia.

Sintió como una lágrima inoportuna amenazaba con escapar de su ojo derecho, pero controló la situación con éxito y apenas un parpadeo de más. No se podía permitir ni un error, ni una muestra de debilidad. Ni ella, ni ninguno de sus hijos.

Los amaba a todos, desde luego, pero no estaba segura de haber podido disimular con éxito su inquietud al haber dado a luz primero a una niña y luego a un tullido. Afortunadamente, a la tercera fue la vencida y fueron bendecidos con un bebé perfecto, brillante y hermoso que se convertiría en el cabeza de familia cuando su marido faltara: Irsio.

Si Danos no iba a salir nunca de los muros de la mansión principal, ni se iba a mostrar en público no entendía la urgencia de Rorgio por casarlo. Tampoco es que el enlace con la familia Alen se pudiera menospreciar. Eran una pieza importante para uno de los proyectos de negocio más importantes que estaban desarrollando ahora mismo. Pero… la joven escogida… su fama de desquiciada… No estaba muy segura de que esta decisión fuera buena idea, pero no había podido quitársela de la cabeza a su marido. Sólo el tiempo diría quién de los dos estaba en lo cierto.

Parsae se las prometía muy felices, pero en su habitación le esperaba uno de los sirvientes de la mansión para echarle un jarro de agua fría sobre su dorada cabeza.

—El señor la espera en su estudio — le anunció con voz pausada el elfo de mediana edad en cuanto la vio llegar.

—¿Qué señor? —se espantó ella. Si se trataba del cabeza de familia no pensaba acudir al estudio ni loca.

—El señor Danos Verisen, por supuesto —la tranquilizó con voz neutra el señor mirándola con curiosidad mal disimulada.

—Aaaah. Vale —accedió ella un poco más tranquila.

No es que tuviera muchas más ganas de ver al hijo que al padre, pero imponía menos. Algo es algo.

Parsae siguió al sirviente en silencio. Era raro en ella, pero no se le ocurría nada que decirle a la espalda que avanzaba delante suyo.

El elfo la guio hasta una gran puerta de roble labrado y allí la dejó tras dedicarle una leve inclinación de cabeza.

Allí se quedó sin decidirse a tocar a la puerta. Si lo hacía con los nudillos seguro que se hacía daño con los recargados motivos naturales en tres dimensiones que la adornaban. Por favor. Casi mareaba mirarla.

Tras unos minutos de indecisión que le parecieron eternos, llegó a la conclusión de que lo mejor sería golpearla con la palma de la mano abierta y no muy fuerte.

Escuchó un seco “Adelante” y se tomó un segundo más para respirar profundamente antes de entrar.

Danos estaba sentado ante una gran mesa del mismo tipo de madera que la de la puerta y también con intrincados grabados de motivos naturales. No la estaba mirando y garabateaba algo en un papel fingiendo concentración. Estaba claro que estaba fingiendo porque Parsae se acercó decidida a él y pudo ver que lo que estaba escribiendo era completamente ilegible justo antes de que lo ocultara bajo un voluminoso tomo.

También estaba nervioso se regocijó la hadita con un poquito de satisfacción malvada. Curiosamente eso la ayudó a relajarse.

—Espero que te encuentres mejor del dolor de cabeza —se interesó solícita.

Él la miró sin comprender.

—¿Mi qué?

—Tu dolor de cabeza —insistió con obstinación casi infantil —. Tu madre me dijo que no podías asistir al té porque te dolía terriblemente la cabeza.

Una chispa de comprensión cruzó el rostro de Danos.

—¡Ah! Sí. Ese dolor de cabeza —convino él arrastrando un poco las palabras —. Es evidente que estoy mejor. Gracias.

Aunque el chico parecía cualquier cosa menos agradecido por la preocupación de la hadita. No le había gustado nada que le recordara la excusa que había puesto para librarse del encuentro. Al final no le había servido de nada, porque su padre fue extremadamente insistente en la importancia de recibir convenientemente a su futura esposa.

La observó atentamente. Era preciosa. Demasiado. A su lado, se destacaban aún más sus carencias. ¿A quién podría gustarle eso? Y además listilla. Esperaba que también tuviera algo de inteligencia en esa cabecita tan hermosa, aunque no apostaba nada por ello. Normalmente las hadas guapas solían invertir todos sus esfuerzos en potenciar su belleza y no solían pensar en nada más.

—Estoy deseando conocer mi nota —soltó ella de repente.

—¿Disculpa? —le preguntó irritado. 

—Tras ese minucioso examen me habrás puesto una calificación, supongo —contestó ella sin achantarse en lo más mínimo. 

Se había enfrentado a muchos peligros reales como para dejarse atemorizar por un chico amargado de su edad. Normalmente, en las hadas de familias importantes la diferencia de edad entre el marido y la mujer era bastante grande. Pero en este caso, el chico que tenía delante no podía ser mucho mayor que ella. Se le veía bastante joven. ¡A lo mejor incluso era más pequeño! Esa idea le hizo mucha gracia y sonrió traviesa.

—No creo que te gustara si te la digo —le contestó el chico con gran sarcasmo, al que ella también estaba evaluando descaradamente.

Esa afirmación hizo que se le borrara la sonrisa de la cara de golpe. Será imbécil, se dijo muy irritada.

—Tampoco creo que a ti te gustara la que te he puesto yo.

Danos se rio sin poder evitarlo.

—Ya sé que mi nota es mala. Déjame adivinar. ¿Un cero? ¿O puede haber una nota más baja? —aventuró sin inmutarse.

—Un 10 en aspecto y un 3 en personalidad, por ahora. En tu mano está mejorar esta última—le contestó ella imitando su tono despreocupado, pero sintiendo una viva vergüenza en su interior. 

No era fácil soltar esas cosas. Notó como le subían los colores. Eso era algo que no podía controlar del todo, por desgracia.

Pero dudaba que él lo hubiera notado porque, a su vez, se había puesto intensamente rojo y parecía al borde la combustión, no sabía si de rabia o porque le estaba entrando un sofoco de dimensiones estratosféricas. Se notaba que no estaba acostumbrado a los halagos porque no era bueno encajándolos.

—¡Como voy a ser guapo si no puedo brillar! Ni siquiera soy capaz de encender una triste llama de luz como cualquier mito corriente—exclamó rechinando los dientes —. Deja de adularme. No voy a ser mejor marido porque me regales las orejas —que por cierto tenía totalmente encendidas en ese momento y no era por efecto de ninguna magia.

—Y quién eres tú para decirme lo que me tiene que gustar o no —le imprecó ella indignadísima —Estamos hablando de algo totalmente subjetivo. Y si para mi gusto eres guapo, ¡no hay nada más que discutir! —terminó la frase a gritos.

Danos entrecerró los ojos y esperó a que ella se calmara. ¿Lo estaba haciendo para fastidiarlo? Todo el mundo sabía que la idea de belleza de todas las hadas eran cabellos rubios como el oro o el trigo, ojos claros y luminosos, piel de mármol blanco, cuerpo estilizado, ademanes suaves y un brillo mágico que se adaptara a la perfección a cada situación.

—Entonces para ti misma eres feísima. ¿Es eso lo que me estás diciendo? —intentó picarla donde pensaba que más le dolería.

Pero Parsae se echó a reír sorprendiéndolo aún más.

—¡Claro que no! —exclamó entre risas —La belleza no depende de colores y formas.

Meneó la cabeza como si lo que hubiera dicho Danos fuera la mayor tontería del mundo.

—Depende de cómo se combinen todos esos elementos y más cosas: gestos, expresiones, formas de moverse… No sé. No sabría explicártelo con palabras porque es una sensación. Es como intentar explicar lo que se siente cuando se tiene miedo, por ejemplo. Puedes acercarte, pero no podrás definirlo exactamente —concluyó muy satisfecha con su discurso.

¡Que si pensaba que ella era fea! Que cosas tenía este hombre. La verdad es que tenía su faceta graciosa. Seguro que a su lado no se aburriría nunca. Aunque aún tenía que decidir si eso era bueno o malo.

Justo en ese momento una carpeta de las que estaban encima de la mesa le llamó la atención. En la portada ponía: “Caso 23-4098-1560. La Guardia de Centro Brillante. Puesto 1560”. ¡Qué interesante!

Danos siguió la dirección de sus ojos y escondió sin muchas ceremonias la carpeta bajo otras que no tenían títulos tan tentadores.

—¿Por qué tienes una carpeta de la Guardia? —le preguntó emocionada y muerta de curiosidad.

—No es asunto tuyo —le contestó molesto.

Pero algo en la mirada de interés de ella le hizo cambiar de opinión. De repente le habían entrado ganas de presumir un poco y que ella le admirara por algo real. Sorprendido se dio cuenta de que quería impresionarla, aunque no hiciera falta. No necesitaba la aprobación de nadie.

—A veces me dan casos para que revise por si encuentro algo que pueda ser de ayuda… —explicó con orgullo mal contenido. 

La hadita abrió los ojos de forma exagerada y su brillo se intensificó. Desde luego, Danos había conseguido su objetivo. Estaba claramente impresionada. Estaba seguro de que su nota de personalidad había subido por lo menos en tres puntos.

—Si te piden ayuda es porque debes ser extremadamente inteligente —barbotó emocionada —. Yo también lo soy —agregó sin un ápice de modestia —. ¡¡Podría ayudarte!!

Danos sintió un escalofrío recorriendo su espina dorsal y un calor que más tenía que ver con el agobio que con otra cosa le subió por el cuello.

—No —contestó categórico —Y tengo muchas cosas que hacer, así que bienvenida, espero que te encuentres a gusto en la mansión y adiós.

Parsae tardó un poco en reaccionar. ¡Que borde! Justo ahora que empezaban a llevarse bien. Y qué egoísta. Estaba claro que quería la diversión para él solo. Que esos informes seguramente fueran secretos no se le pasó por la cabeza en ningún momento.

Muy decepcionada se despidió con un escueto adiós y salió del despacho con la barbilla bien alta. ¡Idiota!, fue lo último que pensó antes de cerrar la puerta a sus espaldas.

Muy enfadada se dirigió a su habitación pisando fuerte, olvidando por un momento su educación de gran dama. Su futuro marido era un egoista, y un egocéntrico y un egó…

No le dio tiempo a seguir buscando apelativos que empezaran por ego porque, de repente se topó con un obstáculo en su camino.

—¡Auuuu! —se quejó apartándose de la persona con la que se había chocado mientras se frotaba la dolorida nariz.

—Auuuu, también para ti, querida cuñada —le respondió Istio con una sonrisa encantadora.

Parsae se lamentó interiormente. ¡Lo que le faltaba! Ahora tenía que vérselas con el hermano. Intentó calmarse y pensar con racionalidad. En realidad, Istio no le había mostrado animadversión, ni la había ofendido, ni siquiera recordaba mucho de sus escasas interacciones. A lo mejor, podría ser un aliado en una casa llena de idiotas.

—Estás realmente preciosa cuando te enfadas. ¿Qué te ha hecho mi infame hermano para sacarte esos colores tan encantadores? —le soltó él mirándola de arriba a abajo sin disimulo.

Pues no. Éste claramente era el más idiota de todos. Un sentimiento de desagrado extremo invadió a la hadita. Tendría que tener mucho cuidado con este integrante de la familia. Todo en él dejaba claro que las mujeres sólo eran trofeos que ganar.

El asco que sentía se debió reflejar en su cara porque Istio pareció perder un poco de su confianza.

—¿Te encuentras bien, querida cuñada? Podría acompañarte a un tranquilo lugar del jardín y ayudarte a sentirte mejor.

A Parsae se le pusieron los pelos de punta. Ir a un solitario lugar con ese elemento. ¡Ni de broma! Y eso de ayudarla a sentirse mejor… Le había sonado más a amenaza que a otra cosa. 

—No sabes cuanto te lo agradezco —le respondió con evidente sarcasmo que él pareció no notar —, pero cuando alguien se siente mal lo mejor es que se retire a descansar. Si me disculpas.

Parsae intentó rodearlo, pero él le cerró el paso de nuevo.

—Entonces permíteme que te acompañe a tus habitaciones —sugirió sin perder la esperanza.


Qué pesado, pensó la hadita ya un poco cansada de la situación. Miró a su futuro cuñado de arriba abajo, igual que hiciera él minutos antes. Guapo, vanidoso y extremadamente aburrido. Dictaminó para sus adentros. Y potencialmente peligroso para mi reputación, añadió finalmente a la lista.

Istio no se sintió molesto por el descarado examen. Estaba acostumbrado a ser admirado. Lo que no le gustó mucho fue la expresión que puso su interlocutora cuando acabó con su inspección.

—A dónde voy, tú no puedes ir —le advirtió ella bastante críptica.

—Yo por ti iría al mismísimo infierno, pelearía con los monstruos más temibles, te traería los tesoros más maravillosos escondidos en los lugares más recónditos y peligrosos más allá de la frontera… —se envalentonó él brillando con todo su encanto.

—No creo que acompañar al baño a una dama sea una gesta para ser cantada —siseó ella rodeándole sin dedicarle ni un minuto más de su tiempo.

Istio soltó una carcajada. Desde luego que la novia de su hermanito le resultaba muy interesante.


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TOMO 2: CAP 5: La muerte