CAP 5: Lo que hace el aburrimiento

Parsae se aburría. Se aburría soberanamente. No la dejaban salir de los dominios de la mansión y su único ocio consistía en leer, coser, conversaciones aburridísimas y que le preguntarán si quería que le consiguieran un instrumento musical. Para qué. Si no sabía tocar ninguno, pero tampoco iba a admitirlo. En vez de eso alegó un golpe imaginario que le había dejado la mano derecha casi inservible. 

Daba igual que fuera evidente que podía usarla, y muy bien, para dibujar. Ésta última actividad era la que más la entretenía, pero no le atraía la idea de entregarse a sus lápices todo el bendito día.

Nadie le hacía mucho caso y para la servidumbre parecía ser casi invisible. Sólo reparaban en ella cuando se refería a ellos directamente. Muy directamente.

No era extraño que su mente se enfocara en lo único emocionante que había descubierto en tan opulento y demasiado tranquilo lugar. Sí, nos referimos a cierta carpeta del Despacho de Danos.

Ese misterioso caso que la guardia había compartido con su marido para que les ayudara a resolverlo. ¿En qué consistiría?, se preguntaba la hadita ideando alocados planes para poder echarle un vistazo. Pero todos fracasaban porque, en primer lugar, su futuro marido no la había vuelto a convocar a otro encuentro en el despacho y, en segundo lugar, tampoco había caído en las indirectas, sugerencias, peticiones y directísimas de su futura mujer para poder volver a visitar la estancia en la que se hallaba su objeto de deseo.

Tampoco había logrado colarse dentro como hacía en el de su padre. El chico era un desconfiado de tomo y lomo y lo cerraba a cal y canto a la manera tradicional: ¡con llave! La magia de Parsae nada podía hacer frente a un cerrojo de esa envergadura. Lo suyo eran las puertas o cerraduras encantadas. Esas sí que las podía abrir con suma facilidad.

Y nadie podía decir que no había intentado hacerse con la llave, pero meter la mano en el bolsillo de tu prometido en un matrimonio concertado no podía considerarse muy normal.

Al menos, Danos no los consideró muy normal cuando se acercó a él con actitud cariñosa en intentó meter la mano en su bolsillo. ¡Es que no le dio ni la más mínima oportunidad! Se la agarró con demasiada fuerza, la apartó sin miramientos y se alejó de ella con la cara de un ogro encendido. ¡Abusón!

También planeó colarse por la ventana, pero claramente era demasiado peligroso y el plana fue desechado casi al instante de formarse en su mente.

Se estaba quedando sin ideas y el aburrimiento la estaba matando. Apoyó su naricilla respingona en el impoluto cristal de la ventana a la que se había acercado, empujada por sus paseos frecuentes en busca de algo que hacer. Su respiración dejó un cerco que probablemente haría que le pitaran los oídos más adelante cuando alguien del servicio lo detectara. 

Parsae reconoció la figura de su novio a pesar de la distancia. Siempre le había gustado fisgonear. No era nada nuevo, pero en su situación, tampoco es que pudiera hacer mucho más. Fijó su atención de nuevo al chico oscuro que hablaba con un elfo muy corpulento y de mediana edad. El interlocutor portaba el uniforme de la guardia y parecía ostentar un alto rango. ¿Estarían hablando de jugosos casos de misterio y asesinatos? Un aleteo de emoción invadió el corazón de la joven.

“Si soy rápida y sigilosa, a lo mejor llego a escuchar algo”, pensó feliz. Se separó presta del cristal y corrió hacia el jardín con ademanes muy impropios de una dama feérica. El vestido que se había puesto no era el más adecuado para ese tipo de actividades físicas, pero no la detuvo en su carrera.

Algunos criados la miraron reprobadores cuando se cruzaron en su camino, pero a ella le dio igual.

Cuando llegó al jardín detuvo el paso y caminó todo lo sigilosamente que pudo. No quería que la oyeran llegar, pero cuando se acercó a donde estaban sus objetivos se llevó un buen chasco.

En lugar del alto cargo de la guardia era Verea la que acompañaba a su novio. Y encima, la descubrió rápidamente.

—Querida futura cuñada, qué sorpresa verte por aquí —le dedicó un saludo lleno de sarcasmo.

Lo cierto es que Parsae se pasaba la mayor parte del tiempo explorando los extensos jardines de la mansión. Era más difícil encontrarse con alguno de los estirados habitantes de la casa, así que estaba claro que le estaba echando en cara sus devaneos exploratorios.

La hadita reprimió su deseo de poner los ojos en blanco y compuso una perfecta máscara de calma y sosiego. Aunque el sudor y los colores que le había producido la carrera estropearon un poco el efecto.

—¿Qué te ha pasado? Pareces a punto de morir asfixiada —le preguntó Danos observándola con patente desagrado.

Ella hizo un mohín de contrariedad y puso su cerebro en marcha para inventar una excusa. No podía admitir que había corrido como nunca en su vida para poder espiarle.

—Me fui corriendo para huir del menosprecio general —acabó explicando un poco harta de la animadversión que le profesaba hasta el más humilde de los lacayos. Qué problema tenían con ella. ¡Si era encantadora!

No se daba cuenta que el desprecio venía, básicamente, por su relación con el tullido de la familia Verisen.

—Una criatura tan bella e inteligente como tú no sabe lo que es el menosprecio —le escupió con rabia contenida el chico oscuro —Seguro que tus amiiiigos —recalcó la palabra con marcado sarcasmo— nunca se cebaron contigo sólo porque no tenían otra cosa mejor que hacer.

—¿Te pegaban? —preguntó Parsae con horror.

Verea reprimió una lágrima de rabia al recordar esos tiempos.

Danos se enfureció al leer la compasión en los ojos de su prometida.

—Y a ti que te importa —bramó.

—¡Claro que me importa! —se indignó ella exageradamente —¿Y tus padres no hacían nada? ¿No veían los golpes o las marcas? —insistió ignorando el mal humor de su compañero. 

—Oh síiii —sonrió de forma siniestra —Mi padre tuvo la genial idea de ponerme en clases de defensa personal —se rio sin ganas.

—Y les devolviste las palizas —aseguró ella más que preguntó con una inquietante sonrisa de satisfacción malvada.

Danos la observó un rato en silencio. Con lo lista que era, a veces podía parecer realmente muy tonta.

—No —acabó diciendo.

—Eso es porque eres demasiado bueno —opinó ella mirándolo con adoración. El chico frunció el ceño nervioso. No estaba acostumbrado a ese tipo de reacciones —. ¿Sigues yendo a esas clases?

Él asintió esperando dar por terminada una conversación que ya le parecía innecesariamente larga, pero no sabía lo equivocado que estaba.

—¿Sabes lo que sería genial? —continuó ella sin darse cuenta del huracán de emociones que asolaban a su interlocutor al remover recuerdos—. ¡Que yo también fuera a las clases! —exclamó muy emocionada con la idea.

Danos se quedó tan asombrado que no acertó a contestar. Ella, tan frágil y menuda… ¡¿en su clase de defensa personal?! Qué estúpida broma era esa.

Pero Parsae tenía otras ideas en su mente. Había pasado por situaciones muy extremas que esperaba que no volvieran a repetirse jamás. Pero, por experiencia propia, sabía que la vida daba muchas vueltas y no estaba de más aprender a defenderse. Desde su aventura en la frontera tenía unas pesadillas horribles y no se sentía segura en ningún sitio. Estaba ansiosa por empezar a aprender a dar buenas patadas y puñetazos. Sonrió viéndose a sí misma machacando a enemigos imaginarios.

—Yo también creo que es buena idea —intervino Verea que hasta ese momento había permanecido como testigo mudo de la conversación que se desarrollaba entre la inaguantable de su futura cuñada y su maravilloso hermano —. Podemos ir juntas—propuso con falsa alegría.

Evidentemente, ella era más alta y fuerte y estaba deseando estamparle un tortazo en su cara perfecta. Un sentimiento muy reprochable para alguien que había la educación de una distinguida dama. Pero no podía evitarlo. No caía nada bien la vanidosa hadita.

—¿Estáis locas? —les espetó el chico exasperado a ambas —. No es lugar para unas damas como vosotras —intentó hacerlas entrar en razón.

Pero Parsae ya no le escuchaba. Le escamaba un poco que su “cuñada” la apoyara, pero había que aprovechar la situación.

—Me parece maravilloso. Así estrecharemos lazos —sonrió a Verea, dando la puntada final a su prometido que le costaba horrores decir que no a su hermana —. ¿Cuándo es la próxima clase? ¡Estoy deseando empezar!

Un par de días después, ambas chicas se reunieron con Danos en un lugar apartado y discreto de los jardines de la mansión.

Le acompañaba un elfo de complexión fuerte, pelo canoso y muchas cicatrices desperdigadas por su rostro y brazos. Era de esperar que tuviera otras tantas en la parte del cuerpo que le tapaba el uniforme.

También era evidente que se trataba de un alto mando de la guardia personal de los Verisen.

 —¡Y yo que pensaba que me estabas tomando el pelo! —exclamó con sonrisa taimada el veterano cuando vio aparecer a las nuevas alumnas. Ambas se habían puesto ropa cómoda y ajustada por consejo del hada oscuro. 

En realidad, ambas llevaban medias tupidas y camisolas largas que no se pondrían ni locas en público. A Verea se la veía claramente avergonzada. Todo lo contrario a Parsae que daba saltitos de emoción a su lado. De camino hacia allí, habían llamado muchísimo la atención y la hermana de Danos había estado a un tris de darse la vuelta y abandonar, pero su orgullo no la dejó aguantar la idea de que su futura cuñada se presentara sola a las clases.

Y allí estaban las dos: una con la cara arrebolada y la mirada gacha y la otra con ojos brillantes y deseando comenzar.

Para colmo de males, una pandilla de elfos de la guardia personal empezaba a arremolinarse de forma evidente tras setos y columnas, intentando pasar desapercibidos, pero sin perder detalle de lo que pasaba en el campo de entrenamiento.

—¡Os dije que hoy no había entrenamiento, cabestros! ¡Largo de aquí! —les gritó el profesor con tono burlón. La tropa aún se resistió a marcharse, pero no les quedó otra cuando vieron que el jefe iba perdiendo el buen humor.

—¿Son tus compañeros de clase? —le preguntó Parsae a Danos con mucho interés.

—Eh, sí. Bueno… ningún guardia hada se rebajaría a venir a entrenar conmigo —acabó confesando sin saber muy bien por qué. Quizá porque su novia siempre parecía escucharle atentamente.

—Esos flacuchos que sólo saben lanzar rayitos y poner posturitas no son bienvenidos aquí —gruñó el profesor con desprecio —. ¡Aquí se viene a ejercitar el músculo! —bramó sobresaltando a sus nuevas discípulas —. Empecemos con el calentamiento —sonrió de manera siniestra.

Ambas hadas comenzaron a imitar los movimientos de los chicos con mejor o peor estilo. Estiramientos, saltitos, sentadillas, flexiones… Al poco Parsae sintió que se quedaba sin aliento. Verea no parecía estar mejor.

—Muy bien —bramó de nuevo el profesor —. Ahora os voy a enseñar a caer. Es una parte muy importante del entrenamiento, ya que… mmmm… os caeréis mucho —terminó con algo parecido a una risita.

“Este tipo no nos está tomando en serio”, empezó a mosquearse Parsae.

Pero tenía razón, sobre todo ella estaba mucho más tiempo en el suelo que de pie. Le había tocado de pareja su novio. Aunque, más bien, fue su novio la que la obligó a forma pareja con él cuando el profesor la hubo tirado un par de veces el suelo sin ninguna delicadeza. Con la mandíbula muy tensa y cara de querer matar a alguien la ayudó a levantarse y la puso frente así lanzándole una mirada de advertencia a su entrenador.

No le fue mejor con Danos. Aunque, estaba claro que él se cortaba bastante más que el instructor y la dejaba caer al suelo con mucha más suavidad.

Verea, mientras tanto, practicaba posturas con el profesor y demostraba que no se le daba nada mal lo de caerse. Lo hacía con una elegancia felina que Parsae envidió de inmediato, aunque nunca lo admitiría en voz alta.

—¿Ya os habéis cansado de la tontería? —le preguntó muy cerca de su oreja el hada oscuro.

Parsae lo empujó ofendida, sin moverlo ni un milímetro del sitio.

—¿Crees que esto es un capricho? —le preguntó ofendida.

—¿Quién te va a atacar dentro de la mansión? —comentó lo que para él era evidente, aunque enseguida se arrepintió de sus palabras.

A él le habían atacado muchas veces sin salir de esos muros.

—¡Cambio de pareja! —gritó el profesor despistándole por un segundo. Momento que aprovechó Parsae para asestarle un mal golpe que le hizo doblarse sobre su estómago.

—Jaaaaajajajajaja te he pillado, te he pillado —se reía ella encantada, mientras el chico se reponía de la vergüenza.

—Es cierto —le apoyó el curtido elfo —te ha pillado como a un novato.

Parsae se sintió resplandecer de orgullo.

—Bueno, cambio de pareja —repitió el entrenador.

—No —negó secamente el chico que ya se había recuperado de la sucia treta de su novia.

El veterano guardia lo miró fijamente durante un segundo.

—Me refiero a que las damas van a hacer pareja ahora que parece que ya han pillado las primeras posturas y nosotros seguiremos por donde lo dejamos el último día —explicó despacio.

Daba la impresión de que debajo de su fingida seriedad se lo estaba pasando muy bien a costa de su alumno.

—¡Ah! —contestó escuetamente el chico sintiéndose enrojecer —mmmm. Sí, vale. Hagamos eso.

—¿Por qué no puedo entrenar yo con el profesor…? —protestó Parsae —. Por cierto, no nos ha dicho su nombre —se refirió directamente a él.

El aludido le dedicó una gran sonrisa en la que faltaban algunos dientes, lo que enseguida le recordó a su gran amigo Avan. Por asociación de ideas sintió enseguida que estaba ante una persona de confianza y le devolvió la sonrisa.

—Capitán Vericio a su servicio —se presentó haciendo una ligera reverencia. Danos apretó aún más los dientes hasta que los hizo chirriar. No le gustaba nada como miraba Parsae a su profesor.

Finalmente, las chicas formaron pareja y si, ambos hombres pensaron en algún momento que eso les dejaría tiempo libre para su entrenamiento, se equivocaron de parte a parte.

Descubrieron que las damas feéricas podían tener una terrorífica vena violenta. Ambas lo dieron todo en los combates de entrenamiento. Verea sacó ventaja en todo momento gracias a su altura y fuerza, pero la pequeñaja no se lo puso fácil.

Lo curioso es que ambas acabaron la jornada llenas de energía y euforia. 

—¿Cuándo es la próxima clase? —preguntó con gran dignidad la mayor de los Verisen.

—¡Eso! —la secundó la novia de Danos con una expresión feroz.

Los chicos se miraron entre sí poniendo cara de circunstancias. Pues parece que tenían nuevos integrantes en los entrenamientos de los sábados por la mañana.


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