TOMO 1 CAP 10: Oscura desesperación


    Avan y Parsae tardaron bastante en llegar al otro extremo del túnel e hicieron todo el camino acompañados por el parloteo incesante del hada. Cuanto más nerviosa estaba más hablaba. Sabía que no dejaba de decir tonterías incongruentes, pero es que tampoco sabía de qué hablar con alguien que claramente ni la estaba escuchando. 

    El vampiro se paró sin previo aviso en la entrada a la caverna y Parsae se chocó con él. Lanzando improperios se apartó de su espalda, mientras se frotaba su dolorida nariz. Su compañero era muy delgado así que la pequeña hada pudo asomarse por un lado para ver qué les esperaba. 

    Parecía una caverna normal. “¿Qué había dicho Nadea sobre esta sala?... ¡Ah sí!”, y entonces cayó de repente. 

    —¿Cómo vamos a atravesarla si no tenemos el plano? Pisaremos una trampa de gas y moriremos horriblemente —se lamentó trágicamente. 

    Avan ni la escuchaba, podía oler a su chica muy cerca, muy, muy cerca. 

    —¡Escucha! —exclamó el hada mientras le daba emocionados golpecitos en la espalda. Se oían claramente las voces de sus compañeros perdidos —. ¡¡Aquíiiii!! —chilló el hada feliz —. ¡¡Estamos aquíiii!!

    —¡Cuidado con la sala de las trampas de gaaaaaaas! —gritó a su vez el vampiro. 

    No confiaba demasiado en el sentido común de la atolondrada sirena. Capaz era de entrar sin mirar. 

    Y así fue. Desde el acceso del fondo Nadea se precipitó hacia el interior sin pensar en otra cosa que en reunirse con el resto del grupo. Pero no llegó a pisar el suelo porque, nada más introducir la cabecita azul, todo quedó sumido en la más impenetrable oscuridad. Incluso la piel del hada se había apagado. Ni siquiera Avan era capaz de ver nada. 

    —¡¡Lo sabía!! ¡¡¡LO SABIAAAA!! —aulló el vampiro furioso. 

    Pero no era el único que había perdido la compostura. A sus espaldas Parsae gritaba aterrorizada. Jamás en su vida había estado a oscuras. Se abrazó con mucho ahínco a la espalda del vampiro y casi consiguió tirarlo. Inconscientemente buscaba refugio donde fuera. 

    En el otro lado, Nadea lloraba bajito. Sabía que había vuelto a meter la pata. Gureo, que la seguía de cerca, la abrazó intentando consolarla. Y también para tranquilizarse a sí mismo. 

    Estaba aterrorizado. Había sentido un miedo visceral y difícil de controlar desde que se había dado cuenta de que su vecina había desaparecido, y éste se incrementó exponencialmente cuando el hada vino a hablar con él y le puso al corriente de sus sospechas. 

    Desde entonces, ese miedo no había dejado de crecer, reflejándose en la rabia y mal humor que imbuía a cada uno de sus actos. Ahora estaba rozando el pánico y, aún así, estaba ahí, abrazando a Nadea. Y le parecía que había valido la pena. ¿No era eso amor? Se preguntó. ¿Y no había dicho ella que también le gustaba? Desde luego tenían una conversación pendiente. Aunque estaba claro que ese no era el momento.

    —Vale, vale. Un poco de tranquilidad. No perdamos los nervios —Oyó que decía el vampiro con voz contenida —. Vamos a pensar un poco. Nadea, ya sé que no estás acostumbrada, pero inténtalo. Anda, hazlo por mí —apuntó rencoroso sin poder evitarlo. 

    La sirena ocultó su cara en el pecho de Gureo muerta de la vergüenza y la pena, aunque en realidad no es que hiciera falta. Nadie la veía. 

    —¡Eh! Tranquilito bicho raro —saltó el tritón como si el ataque hubiera ido para él. 

    Lo cierto es que lo único que impedía que saliera corriendo histérico y presa del pánico era la persona que se aferraba a él sollozando. 

    Avan, por su parte, se arrepintió de sus palabras nada más decirlas. Él también había tenido el impulso de correr a su encuentro. Aunque con sed y todo, se había controlado. 

    —Sí, sí. Vale —continuó más calmado —. Me he pasado. Lo siento —Hizo una pausa para ordenar sus ideas y continuó —. Esto es lo que se me ocurre. Yo puedo cruzar la sala sin pisar las trampas —admitió a regañadientes. 

    —¿Cómo? —exigió saber Gureo. 

    —Tengo un olfato muy agudizado. Puedo olerlas —explicó. 

    Lo que no dijo era que el olor que le llegaba era extremadamente débil. Además, tenía que concentrarse muchísimo para separarlo del de Nadea. 

    —Necesito que os alejéis de la salida. Apestáis a pescado y me resulta más difícil distinguirlo con vosotros cerca. 

    El tritón usó una de las paredes del pasillo para guiarse y retroceder, tal y como había pedido el chico siniestro. 

    Avan se giró un poco hacia su compañera. 

    —Eh, ¡Eh! Parsae. ¿Así te llamas ¿no?

    El hadita seguía temblando agarrada a su espalda. 

    —Vamos a movernos, ¿vale? –le dijo el vampiro con suavidad.

    —Nononononnono —Se espantó la chica. 

    —Tranquila. Vamos a ir muy despacio. Tú solamente tienes que seguir agarrada a mí como ahora. 

    —No, por favor —le suplicó angustiada. 

    Avan suspiró antes de armarse de paciencia y continuar intentando convencer a la aterrorizada chica para que siguiera su improvisado plan.

    —Oye. Respira, ¿vale? No te va a pasar nada malo. Tú solo tienes que continuar pegada a mí. No te sueltes. ¿Me has entendido?

    Parsea asintió con la cara completamente pegada a la chaqueta del vampiro. Avan captó el mensaje. 

    —¿Preparada?

    El hada volvió a asentir. No le salía la voz. 

    Él comenzó a moverse muy despacio. El olor de la primera trampa le venía claramente desde la derecha. Muy cerca de dónde estaban. La esquivó con facilidad, pero tuvo que parar bruscamente porque la siguiente estaba muy cerca. Parsea ahogó un gemido al estamparse contra él. Iba a tener que moverse con más cuidado. El inesperado empujón casi le había tirado encima de la trampa. 

    Respiró profundamente y se tomó un minuto para intentar localizar todas las trampas. Le llegaban claramente los sollozos contenidos de Nadea. Se le hizo un nudo en la garganta. No había querido hacerla llorar, pero… ¡por qué tenía que ser así! Siempre tan atolondrada. Debería aprender a pensar las cosas antes de actuar como una loca. 

    Se obligó a concentrarse en el mapa de olores que le traía la sala y se trazó un camino mental hasta Nadea. Volvió a ponerse en marcha seguido de la temblorosa hada. Tuvo mucho cuidado de no hacer giros bruscos ni movimientos extraños. 

    —Tranquila. Vamos muy bien —le susurraba a Parsae mientras se movía entre las trampas hecho un manojo de nervios. 

    La sala parecía no terminar nunca. Cuando percibió que estaba ya bastante cerca del otro lado (gracias al olor de los seres marinos). Se tomó un minuto de descanso para evitar equivocaciones de último momento por apresurarse innecesariamente. 

    Parsae seguía todos sus movimientos bien agarrada a su espalda. Eso hacía más difícil el avance para el vampiro, pero mejor así que arriesgarse a que el hada pisara una trampa por equivocación. 

    Por fin llegaron al otro lado. Se introdujeron en el túnel y el limo volvió a brillar débilmente por arte de magia (nunca mejor dicho). 

    En ese momento, ambas chicas se dieron el gusto de llorar a gritos y descargar tensión. Si alguien se fijaba un poco, podría ver que no eran las únicas que estaban derramando lágrimas. 

    Avan se dejó caer en una de las paredes, ya libre del agarre del hada (otra vez resplandeciente), se abrazó a si mismo y sollozó quedamente. Nunca había pasado tanto miedo. Ni nadie había dependido tanto de él. Había sido mucho peor que cuando había sentido que se ahogaba en el mar. 

    Gureo apretaba los dientes y se tragaba las lágrimas en un extremo ataque de orgullo, pero sus ojos enrojecidos daban fe del mal rato que estaba pasando. 

    Nadea se deshizo del abrazo del tritón, que quedó sólo y desamparado sin moverse de su sitio. 

    La sirena intentó acercarse al vampiro, pero éste volvió a esquivar su contacto con gran agilidad y se adentró en el túnel parándose junto a Gureo. Nadea, desconcertada por el comportamiento de su amigo, disimuló tragándose el orgullo y se acercó a Parsea para ver cómo estaba. El hada se le abrazó llorando a moco tendido en cuanto la vio. Desde luego, había perdido totalmente la compostura. Nunca la había visto así. Le acarició la espalda y le susurró palabras de aliento y ánimo para reconfortarla.

    Gureo tenía ganas de estamparle su puño en la cara al chico que se había puesto a su lado, pero logró reprimirse a duras penas. Después de todo, había traído al hada sana y salva junto a ellos. No es que le importase mucho el destino de nadie que no fuera de su raza, pero no podía dejar de concederle ese mérito. Por otro lado, sentía que lo odiaba profundamente. Le resultaba muy sospechoso y ¡había mordido a Nadea en el cuello! Eso era imperdonable. En cuanto salieran de allí le rompería todos los huesos del cuerpo con mucho gusto.

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