TOMO 1 CAP 14: Sorpresa, sangre y drama



    Gureo había logrado inmovilizar a su contrincante. Era un chico fuerte, aún fuera del agua. Nadea y Avan se encargaban del otro con relativo éxito. La sirena era bastante torpe y Avan estaba muy debilitado, pero al menos lo mantenían a raya. 

    Ambos tritones tenían la locura reflejada en los ojos y un extraño y pegajoso sudor perlaba sus frentes. Jugar con la magia tenía su precio. 

    Nada más restaurar la retahíla de símbolos, Parsea comenzó a brillar intensamente de nuevo, pero esta vez muy gradualmente. Casi parecía que se estuviera resistiendo. Se la veía extenuada por el esfuerzo. 

    Aván se tiró al suelo protegiéndose los ojos con ambos brazos. El resto también se taparon la cara por si acaso. El hada, finalmente, perdió la batalla y estalló en un segundo fogonazo aún más fuerte que el primero. Cuando la cegadora luz desapareció por fin, Parsae había desaparecido. 

    Pero no hubo tiempo para pararse a buscarla porque la burbuja de aire estalló violentamente llenando el espacio de agua en cuestión de segundos.

    Nadea se tiró sobre Avan sin dudarlo. Trató de buscar a su amiga segundos antes de juntar sus labios con los del vampiro, pero no había ni rastro de ella. Avan se resistió débilmente, pero fue inútil. Cada vez tenía menos fuerzas. 

    Gureo y los otros dos tritones habían huido del lugar a la velocidad del rayo en cuanto se vieron rodeados de agua. El instinto de supervivencia de su raza se había antepuesto a todo lo demás. 

    La sirena les había reconocido al instante. Eran Burjio y Adomar, los bibliotecarios de Mar del Fin. Personas tranquilas, amables y metódicas que siempre la habían tratado con educación. Los conocía de toda la vida. Eran normales. Nunca hubiera sospechado que estuvieran detrás de las anomalías con la frontera y su avance.

    Nadea, le prestó su oxígeno de nuevo al vampiro, pero aún le costó unos minutos seguir a sus compañeros de raza. 

    “¿Y qué pasa con Parsae?”, le preguntaba su conciencia a cada paso. “No puedes abandonar a Avan”, le decía su corazón. “Sálvate tú”, exigía su cerebro. 

    Con mucho cuidado atravesó la sala del limo tóxico. “Con agua esto es pan comido", pensó la sirena. Demasiado fácil de pasar para una sirena o un tritón… Trampas para mitos terrestres y criaturas… Pero no para sirenas y tritones… Sólo había que estallar las burbujas de aire para moverse libremente… ¿Estaba su raza detrás de todo este desastre? ¿Por qué? No tenía sentido. Odiaban los cambios. Los temían más que a nada.

    Enseguida apartó esas ideas de su mente para centrarse en lo que estaba haciendo. Tenía que guiar a Avan a la salida sin cometer errores. El Vampiro se dejaba llevar, pero ella le sentía temblar levemente. 

    El chico se estaba clavando las uñas en las palmas de las manos en un intento porque el dolor le permitiera mantener el control sobre si mismo. La sirena se estaba dando prisa, era de agradecer, pero el camino iba a ser largo. 

    Por el túnel estrecho tuvieron mayor problema. La sirena lo remolcó muy pegado a su cuerpo. Avan creyó morir, pero consiguió controlarse a duras penas. “Ya queda menos, ya queda menos”, se repetía echando mano a una fuerza de voluntad que ni sospechaba que pudiera tener. 

    Inconscientemente se agarró a la sirena. Ahora clavaba sus uñas en la piel azul de su salvadora, que ya llevaba un rato notando que algo iba mal y se daba toda la prisa de la que era capaz. 

    Poco después estaban fuera la cueva. Sólo quedaba nadar hacia arriba en línea recta. El agarre salvaje de Avan le dolía, pero no pensaba soltarlo. Estaba segura de que debía estar enfermo. Y rezaba para que no se tratara de la mítica enfermedad de la que hablaban los documentos. Supuestamente, sólo afectaba a mitos, pero a estas alturas a Nadea cualquier cosa le parecía posible. Sólo podía pensar en llevar al vampiro a la superficie. Esa era su única meta ahora y en lo único en lo que podía permitirse concentrarse. 

    El chico comenzó a temblar violentamente, abrió los ojos y la sirena pudo ver que tenían un peligroso brillo rojo. La empujó había atrás violentamente separando sus bocas y se tiró a su cuello sin piedad. 

    Nadea no intentó resistirse. Dejó que la mordiera y que succionara con desesperación mientras ella seguía nadando. “Hacía arriba, siempre hacia arriba. No pienses, no duele tanto. Hacia arriba”, se decía ella todavía agarrada al chico a pesar del ataque. 

    Notaba que las fuerzas le abandonaban a cada impulso de sus fuertes piernas. “Sólo un poco mas”, pensó mientras sentía que se le nublaba la vista y le faltaba el aliento. 

    Aván estaba llegando al límite de sus pulmones, pero su instinto le obligaba a seguir bebiendo la (por mucho tiempo deseada) sangre como si fuera más preciada que el oxígeno. Nadea sintió que unos fuertes brazos tiraban de ellos hacia la superficie. 

    Era Gureo que, una vez en tierra, separó al vampiro de la sirena a patadas. 

    —¡¡Bastardo!! Suéltala. ¡Sueltala o te mato! —gritaba fuera de sí, golpeándolo con furia. 

    La sirena se arrastró hacia Avan mientras suplicaba a Gureo que parara. 

    —Por favor, no le pegues. Lo hace sin querer —le pidió a su vecino mientras intentaba interponerse entre los golpes y el flácido cuerpo de su amigo. 

    El tritón gritó de rabia y frustración, pero no se atrevió a seguir con la paliza por miedo a darle a ella. En su lugar, golpeó una de las rocas haciéndose una fea herida en el puño. 

    Nadea, se volvió hacia el vampiro e intentó despertarlo suavemente. Pero Aván estaba bien despierto, intensamente dolorido y ya plenamente consciente de sus actos y de todo lo que había pasado. Miró por un segundo la carita de la sirena que le observaba a su vez llena de angustia.

    —Lárgate pescado —le dijo con voz fría, mientras apartaba la mirada. 

    Ella parpadeó sorprendida. ¿Por qué era tan malo? ¿Por qué la trataba así? Ella había hecho todo lo posible por ayudarlo. Las lágrimas se asomaron a sus ojos, pero se las secó enérgicamente con un brazo y se tragó las que amenazaban por llegar. Ese mosquito, cerdo, imbécil.

    —No me voy a ir… no me iré sin…. Sin… sin Parsae —gimió Nadea con rabia soltando lo primero que se le ocurrió —. No me iré sin ella —Se aferró a su argumento sintiendo todo el peso de la culpabilidad por haberse olvidado de su amiga hasta ese momento. 

    A Aván le dolió profundamente que antepusiera al hada a todo lo demás, pero se guardó mucho de expresarlo. Era natural que la sirena se preocupara por la suerte de su amiga, pero el estado de nervios del vampiro no le dejaba pensar con claridad. Sólo podía sentir los celos, la angustia y el miedo royéndole las entrañas sin piedad.

    —Estas muy loca. Acepta que tu amiga no va a volver. La cueva se ha inundado y ella no puede respirar bajo el agua —gruñó el Avan exasperado —. Vete a tu mundo de luz y deja de liarla. Todo esto sólo ha ido a peor por tu culpa —le gritó con rabia, olvidando por un momento el pequeño detalle de que la necesitaba para cortar sus lazos. 

    Esperaba hacerle tanto daño que no se le ocurriera volver a acercarse a la frontera nunca más. Y mucho menos cruzarla. Le hiciera lo que le hiciera no le dolería nunca como a él. Maldito mordisco, maldito amor predestinado. Dolía como el demonio y empezaba a dudar que tuviera cura. Pero era mejor centrarse en lo inmediato. Alejarla de él y del peligro. Cuanto más lejos, mejor. En realidad, ya ni estaba seguro de que pudiera llevarla ante el profesor Banio y que llegara viva.

    Nadea rompió a llorar por fin y descargó débiles golpes en el pecho y los brazos de Avan. 

    —No me voy a ir. ¡¡Me oyes!! Mosquito, cerdo, imbécil. Me quedaré contigo y encontraré a Parsae. Y me da igual si el que te vas eres tú. Por mi puedes irte al in… infierno —gimoteó de forma incoherente Nadea perdiendo totalmente el control de sus emociones. 

Gureo intentó abrazarla, pero ella se revolvió furiosa. 

—¡No me toques! —chilló —. ¡No me toquéis ninguno! Al que intente detenerme le morderé. ¡las sirenas también muerden, mosquito! —amenazo enseñándole los dientes. 

    Eran pequeños y redonditos. Avan se hubiera reído si no estuviera a punto de hacerse pedazos por dentro.

    —Está bien —Se rindió mientras subía los brazos por encima de su cabeza en un gesto que quería ser conciliador —. Hagamos algo sensato aunque no estés acostumbrada, maldita loca. Yo iré a por tu amiga y luego te la traeré a la frontera.

    A Nadea le brillaron los ojos por un momento. Avan creyó leer un poco de esperanza en ellos. 

    —¿Vas a ir solo? —preguntó al fin la sirena. 

    —¡Pues claro! Éste es mi mundo — fardó con falso entusiasmo —. Me muevo mucho mejor sin pescados torpes que no saben hacer otra cosa que meterse en líos. Buscaré ayuda de verdad. Gente competente, quiero decir. 

    “Aunque no sé cómo narices voy a lograr entrar en la cueva de nuevo”, pensó para sí. 

    La sirena acusó el golpe del reproche velado que iba para ella, pero no lo exteriorizó. 

    —¿Pero vendrás a traerla? —le preguntó ansiosa —.¿Y cómo sabré cuando volverás? 

    El vampiro se lo pensó un rato. 

    —Conseguiré otras gafas con cristales aún más oscuros. Me vendaré para que la luz no me queme la piel, cruzaré la frontera y … 

    —No —le interrumpió la sirena adivinando sus intenciones —. Vendré todas las noches aquí hasta que vuelvas.

    Eso era justo lo que el desolado vampiro quería evitar, pero si al menos lograba mantenerla alejada de su mundo ya sería un triunfo. 

    —Esta bien —cedió —. Buscaré a tu amiga y te la traeré aquí si me prometes que no volverás a cruzar la frontera nunca —y remarcó la última palabra apretando los dientes. 

    Nadea se secó las lágrimas con un gesto brusco y le alargó el brazo en señal de acuerdo. 

    —Está bien —dijo con rabia —. No sé que he hecho para que me apartes así, pero haré cualquier cosa porque vuelva Parsae. Estaré aquí todas las noches a esta hora. TODAS. 

    Sin más se dio la vuelta, esquivó al tritón que presenciaba mudo la brusca despedida y se alejó hacia la luz a toda velocidad. 

    Avan hizo lo mismo hacia la oscuridad, ignorando las llamadas de Gureo que le pedía que esperara. No había nada por lo que esperar. Buscaría a la hadita resplandeciente y listilla, se la traería a Nadea y sería la última vez que la vería. 

    Aunque tuviera que vivir el resto de su vida muriendo de sed y soledad.


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