TOMO 1 CAP 3: Decisiones que te cambian la vida

 


   Nadea nunca había limpiado tan rápido en su vida. Su superiora y una de las secretarias estaban encerradas en la oficina del fondo. Seguramente, inmersas en cuentas y presupuestos. “Menudo rollo”, pensó. Comparándolo con su plan, totalmente ilegal y prohibido, salían perdiendo por mucho. Aunque le hubiera gustado más ir a casa de Parsae. Eso hubiera sido aún más emocionante.

    Pero hablando de rollos y peligros, su rollo la seguía esperando bien escondido entre otros sobre filosofía y debates acerca del sentido de la vida. Los habitantes del mar no solían verse agobiados por ese tipo de preguntas, así que era raro ver a alguien consultando esa estantería. El lugar perfecto para esconder su tesoro. 

    Con el corazón latiéndole a mil por hora por la emoción de hacer algo que sabemos que está mal, pero que nos parece muy divertido, lo recuperó y desenrolló por segunda vez ese día. 

    Ahí estaban esos extraños personajes de nuevo festejando quién sabe qué. Algunos los reconocía claramente. Los centauros eran muy fáciles de ver, pero luego estaban las de lengua bífida, o eso parecían. Y los perritos a dos patas como el que dibujó Parsae en la clase de mates, pero menos siniestros. ¡Qué imaginación la del que hizo el rollo! Y hadas con colmillos. Qué mal les quedaban. También había gente verde ¡sin escamas! Las sirenas y tritones tienen un precioso color azul en la piel. Y brillantes escamas. Pero estos eran de un verde moco muy poco favorecedor y no parecía que les hubieran dibujado las escamas. 

    La ilustración parecía salida de un sueño… o de una pesadilla. Estaba segura de que todo eso le gustaría verlo a su nueva amiga. O única amiga. Aunque a lo mejor ni siquiera podía llamarla amiga aún. Si lo pensaba bien sólo habían hablado unos minutos en toda la vida.

    Tras estudiar la ilustración detenidamente, pasó a la siguiente. Si la otra le había parecido inquietante, esta era aún peor. Claramente era un hospital lleno de mitos convalecientes. Médicos y enfermeras se afanaban para llegar a atender a todos. En la puerta se amontonaban más y más pacientes esperando su turno con muecas de sufrimiento y dolor. La sirena sintió una punzada en el corazón que nada tenía que ver con la emoción de hacer algo prohibido. Sin detenerse mucho en la escena pasó a la siguiente.

    Parecía el interior de una tienda… o, más bien, un almacén. Los objetos para vender que se apilaban en las estanterías daban bastante grima, la verdad: dientes puntiagudos, unas escamas amarillas, pelos ralos… ¡ojos! Qué asco. Nadea no pudo seguir mirando y pasó a la siguiente, ¡pero fue aún peor! Mitos y seres feos y extraños peleaban ferozmente… 

    —¡¡Nadea!! —Ahí estaba la superiora llamándola a gritos de nuevo. 

Volvió a meter el rollo en la estantería rápidamente. Justo cuando aparecía al inicio del pasillo.

    —¡Ah! Estás ahí. ¿Ya has terminado? Nosotras nos vamos. Venga, venga. Date prisa que vamos a cerrar —la instó la siempre malhumorada sirena.

    —Sí, sí. Es que he visto un rollo que me gustaría llevarme —contestó la niña poniendo su cara de inocencia más lograda. 

    Estaba decidida a compartir su descubrimiento con el hada. Más bien estaba deseando poder contarle a alguien su travesura sin que hubiese desastrosas consecuencias. Estaba segura de que Parsae no la miraría horrorizada cuando se lo mostrara.

    —Pues registra el préstamo y andando —le contestó con premura la superiora—. Le diré a Irora que se puede ir yendo. Date prisa, que no te voy a esperar toda la vida. 

    Nadea no se hizo de rogar. Evidentemente no apuntó título y datos personales en el archivo, pero sí que pasó el rollo por el inhabilitador de alarmas. Aún así, la alarma sonó como una loca cuando traspasó la puerta de salida. 

    La superiora le lanzó una mirada que podría haber helado el agua del pueblo entero. 

    —Yo, yoyoyoyooyooooo… —se atropelló angustiada Nadea. 

    —Esta bien —le cortó la superiora—. Con que lo hayas registrado en el archivo me vale. Devuélvelo fuera de horario al público y te ahorrarás la vergüenza de que todo el mundo piense que eres una ladrona de rollos —le espetó cerrando las puertas e iniciando su camino sin dedicarle ni un segundo más a la irritante e inútil niña que le había tocado en suerte para aguantar durante un tiempo, que esperaba fuera corto.

    Como había imaginado, su nueva amiga no sólo no se espantó de su mala acción, sino que se emocionó cuando vio el rollo. Lo estudió en silencio durante un buen rato mientras la sirena la observaba con admiración. No se cansaba nunca de mirarla.

     —¡Nadea! —chilló de repente, sobresaltándola —. ¿Pero tú sabes lo que tienes aquí?

    De un salto se acercó a la sirena con el rollo en la mano. 

    —Mira. ¡Esto es historia antigua! —le explicó exaltada—. Tan antigua que ya nadie la recuerda y existen muy pocos documentos que hablen de ella. Peeero… —Le guiñó un ojo e hizo una pausa para dar más emoción a lo que iba a contar a continuación—. ¿A que no sabes quienes tienen esos documentos? 

    Hizo otra pausa esperando respuesta, pero Nadea negó con la cabeza a la vez que se encogía de hombros. 

    —¡Los archiveros más importantes de todo Mitos! Y uno de esos archiveros es… ¡mi padre! ¿No conoces a mi padre? ¿En serio?

    Claro que lo conocía. Todo el mundo conocía al Archivero Mayor de Mitosfin. Trabajaba en un ala tan restringida como la sala prohibida de la biblioteca de Mar del Fin, estudiando documentos súper secretos y extra valiosos. Además, era quien gestionaba toda la información que salía y entraba en el territorio. Tenía mucho poder. 

    Había quien pensaba que más que el presidente de la región, que además era el alcalde de Mitosfin, cosa que molestaba un poco a los habitantes de Mar del Fin, pero no lo suficiente para empezar un conflicto por ello. 

    Las tierras más cercanas a la frontera solían estar bastante despobladas, aunque ambos pueblos eran una excepción. Vivían a poco más de un par de kilómetros de dónde la luz empezaba a extinguirse y comenzaban todos los cuentos de terror que tanto le gustaba escuchar a Nadea, aunque nunca lo admitiría. Se cuidaba bastante de poner caras de horror durante todo el relato para integrarse en la comunidad y ser igual que los demás. 

    Cuando volvió a la realidad, Parsae estaba contándole emocionada que ella había visto esos seres extraños en documentos históricos muy serios, ¡nada de cuentos! Y que las imágenes ilustraban a la perfección el texto de uno de los libros que su padre guardaba a buen recaudo y que estaba deseando enseñarle. 

    —¿Pero tú padre te deja ver sus documentos ultrasecretos? —Se emocionó Nadea. 

    Qué maravilla de padre. No como el suyo… tan serio y aburrido… 

    —¡Ni de broma! —La decepcionó el hada—. Pero como él piensa que soy tonta, no tiene ningún cuidado con lo que hace delante de mí. Piensa que no me entero de nada. Y yo soy tan lista como para alimentar esa creencia y aprovecharme de la situación. Hacer que los demás crean que eres tonta es ser muy lista, ¿entiendes? 

    Nadea no entendía muy bien el razonamiento de su amiga, pero la dejó hablar porque la veía muy entusiasmada. 

    De ella también pensaban que era tonta y no se sentía nada lista por eso. Más bien triste. Pero, a lo mejor era porque ella de verdad era tonta, concluyó con tristeza. 

    Su amiga tiró de su brazo para que la acompañara. 

    —Vamos a por el libro. Te lo enseñaré. Vas a alucinar. 

    “¿Más?”, pensó entre angustiada y emocionada. Era muy divertido hacer cosas a escondidas con Parsae. Mucho mejor que sola.

    El hada la condujo hasta una puerta labrada que parecía muy antigua. Daba paso a un despacho señorial y muy solemne que daba bastante miedo, pero a esas alturas, ya no valía la pena pensarse las cosas dos veces. Ya se iba a caer con todo el equipo cuando la pillaran. ¿Qué más daba romper un poco más las reglas? 

    Su amiga fue derecha a un retrato del Señor Rafijo, su padre, y lo descolgó con mucha seguridad. Detrás había una puertecita de oro envejecido incrustada en la pared. 

    Parsae garabateó unos complicados símbolos en el aire, justo delante de la puertecita. Unas chispitas rasgaron los bordes de ésta y se oyó un tenue clic. 

    —¿Ves? No hay nada como hacerse la tonta delante de tus padres para que hablen y hagan cosas que no deberían hacer. Aprende de la maestra —Sonrió a su amiga, mientras le guiñaba un ojo de nuevo. 

    Luego, terminó de abrir la puertecita y apartó con mucho cuidado objetos de valor incalculable para alcanzar el vetusto libraco que se escondía en el fondo. 

    —Tengo que volver a poner cada cosa exactamente en el sitio en el que la encontré para que mi padre no sospeche. Menos mal que tengo memoria fotográfica —le explicó sin perder su ancha sonrisa de orgullo por sí misma, mientras lo volvía a dejar todo como estaba. 

    Todo, menos el libro, claro. Que ambas amigas se llevaron con todo el sigilo del que fueron capaces hasta la habitación de la joven hada. Allí, a Parsae le faltó tiempo para abrir ambos documentos y compararlos mientras le iba explicando a su amiga lo que significaba cada ilustración. 

    —Fíjate. Según estos documentos, hace una purriada de años, nosotros, los mitos, convivíamos con otra especie que se movía mejor en la oscuridad: las criaturas. Nosotros somos seres de luz y ellos tenebrosos, ¿lo pillas? 

    Nadea asintió animando a su amiga a proseguir su explicación. 

    —Bien. Pues resulta que, nadie sabe por qué, ni cómo, apareció una enfermedad terrible que sólo nos afectaba a nosotros, los mitos. Lógicamente se sospechó que la causa tenía que venir de las criaturas. Mientras unos y otros discutían y debatían el tema, unos mitos encontraron una cura a la enfermedad. Sólo que es un poco desagradable. ¿Ves esta ilustración de aquí? —Le señaló la que parecía ser una tienda llena de productos asquerosos. 

    —Esto son partes características e importantes de las criaturas: colmillos de vampiros, pelos de hombres lobo, verrugas de brujas, escamas de hombres serpiente… Seguro que la extracción tenía que ser bastante dolorosa… A veces, incluso… mortal. 

    A Nadea se le encogió el estómago sólo de imaginarlo. Era toda una historia de terror… ¡y de las buenas!

    —Evidentemente, todo fue a peor –prosiguió Parsae—. Fue imposible entenderse entre ambas especies, ya que una moría por la enfermedad causada por las criaturas y los otros por la caza implacable a la que les sometían los mitos. Una verdadera lucha por la supervivencia. Todo termino cuando brujos y hechiceros de la oscuridad llevaron a cabo un plan bestial a traición y con alevosía. Realizaron un pedazo de hechizo enooorme para separar la luz de la oscuridad y con ello a ambas especies. Ya que los mitos son más débiles en la oscuridad y las criaturas en la luz. Así que trasladaron al mundo a un limbo estático de días y noches eternas en cada hemisferio y crearon una frontera que provocara pavor a todo el que se acercara. Si alguno la cruzaba sería muy fácil de abatir. De hecho, al principio habían puestos de vigilancia, pero con el tiempo los mitos olvidaron por qué había que vigilar la frontera y ya nadie se preocupó mucho por el tema. ¿Te suena todo esto? 

    —Puessss —balbuceó la sirena tomada por sorpresa—. Me suena de cuentos y leyendas de las que nos hablan para que no nos acerquemos a la frontera. 

    —Pues ya ves que tienen una base de verdad —concluyó triunfante Parsae —. Pero no sé por qué esta información sólo está al alcance de unos pocos privilegiados y casi todos los mitos la desconocen o sólo la han oído como fantasías delirantes o cuentos para asustar a niños… ¡Oh! Mira esto. 

    El hada señaló entusiasmada la nueva ilustración del rollo que se desplegada ante ella. 

    —Sí, ya lo he visto en casa. Es un mapa normal ¿no? —comentó Nadea intentando dilucidar qué era lo que tenía a su amiga tan emocionada. 

    —Míralo otra vez. ¿Ves este punto de observación cerca de la costa y éste otro dentro del mar? ¿No te suena esta desembocadura? ¿Ni esta cordillera? ¡Por favor, Nadea! ¡Espabila!

    La sirena dio un respingo. No le gustó el tono de su amiga, pero tampoco le sorprendió mucho. La gente suele perder la paciencia enseguida cuando trata con gente un poco cortita como ella. 

    Parsae proseguía su perorata sin percatarse del efecto de sus palabras. 

    —Es un mapa de la región. Los puntos de observación son los lugares donde ahora están Mitosfin y Mar del Fin. Claro, que, en la actualidad, son mucho más grandes. Pero mira lo que los rodea. Son accidentes geográficos muy reconocibles. Y aquí está la cueva submarina donde sucedió todo. Aquí realizaron el gran hechizo. ¡Todo cambió radicalmente a unos kilómetros de nuestras casas! ¿No es emocionante? Seguro que la cueva aún está aquí. ¡Mira! Esto parece un plano de su interior. Según esto hay varias salas y ¡muchas trampas! Y ¿qué será esta línea extraña que rodea las salas? —Se preguntó el hada perdida en sus elucubraciones. 

    —Pues yo diría que podría ser una enorme burbuja de aire —sugirió la sirena. 

    Su amiga volvió de golpe a la realidad y la miró sorprendida. Nadea pensó que la había molestado con su idea, que ahora le parecía algo tonta… podría ser cualquier cosa… Pero Parsae la abrazó saltando de felicidad. 

    —¡Pues claro! Las criaturas no pueden respirar bajo el mar como las sirenas y tritones. Necesitaban procurarse oxígeno. ¡Pero que lista eres! —Celebró el hada cogiendo a Nadea por las manos y animándola a dar saltos con ella. 

    ¿Era lista? Era la primera vez que le decían algo así. Y, la verdad, sentaba de maravilla. 

    El hada soltó a la sirena y volvió a concentrarse en el rollo. 

    —Fíjate. Para un mito no sería nada fácil encontrarla, porque está en un límite en el que hay muy poca luz. Y para una criatura también sería difícil por lo que te he dicho de que no pueden respirar bajo el agua. Estos símbolos parecen ser la clave para acceder al interior. 

    —¿Cómo lo que acabas de hacer para abrir la puertecita de la pared? —preguntó Nadea, más interesada de lo que le gustaría admitir. 

    —Exacto. Algo parecido. Lo que pasa es que estos tres primeros no los había visto nunca, pero estos dos que le siguen… mmmm… déjame ver… 

Parsae abrió el libro de su padre justo al lado del rollo y buscó una página en concreto.

    —¡Mira! ¿Ves? Estos dos símbolos son iguales a estos dos del rollo y faltaría este último que sólo aparece en el libro. Que curioso. Podríamos suponer que superponiendo ambas series conseguiríamos la combinación correcta para entrar, pero no sé si faltaría alguno o qué pasaría al entrar… 

    —Oooooh ¿Estás pensando lo mismo que yo? —le preguntó Nadea contagiada con su entusiasmo. 

    —No sé. ¿Qué estás pensando? 

    —¡En ir a buscar la cueva! ¿No? —dudó al ver la expresión temerosa que se pintaba en la cara de su amiga. 

    —¿Estás loca? ¡Ni de broma me acerco yo a ese lugar maldito! Vamos a ver… —reculó visiblemente alterada el hada—. Puede estar llena de criaturas terribles y… ¡asesinas! Eso… ¡Asesinas! Y, además, yo tampoco puedo respirar bajo el agua. 

    —Ah, pero yo puedo prestarte oxígeno hasta que lleguemos a la burbuja de aire. Las sirenas y tritones podemos compartirlo… —insistió Nadea muy animada. 

    —Bueno, sí. En teoría, sí. Pero ¿Y si no hay burbuja? ¿Y si nos enfermamos? ¿Y si nos comen? —enumeró su amiga visiblemente alterada. 

    La sirena fue perdiendo fuelle con cada aseveración de Parsae. Tenía que admitir que todo eso daba mucho miedo… el hada tenía razón. Mejor olvidarse del tema.

    Y de verdad que lo intentó, pero es que no podía dejar de pensar en el asunto. 

    Nadea daba vueltas y más vueltas en su cómoda camita de suaves algas mientras descabelladas ideas se abrían camino hacia su mente. ¿Y si en vez de monstruos hubiese tesoros? ¿O un montón de conocimientos? ¿Incluso una cura a esa enfermedad alternativa de la que hablaban el rollo y el libro? ¿O para todas las enfermedades en general? ¿Te imaginas? 

    Y ¿Por qué porras pensaba ella en eso? Sólo era un sirena rara y un poco tonta. Si fuera lista como Parsae lo olvidaría todo. Pero ¿Y si fuera a la cueva…? Y encontrara algo increíble. Y si luego se lo mostrara a su única amiga… Ella pensaría que estaba ante una sirena alucinante y nunca, nunca, nunca querría dejar de ser su amiga. Ni aún cuando se diera cuenta de lo tonta y rara que era en realidad. 

    Cuando se quiso dar cuenta, había dejado su casa y nadaba hacia la frontera. Se había puesto ropa cómoda con bolsillos enormes para poder guardar el rollo. Algo complicado, teniendo en cuenta que los seres del mar usaban poca ropa y bastante ajustada para que no les molestara al nadar, pero, como ya hemos comentado varias veces, Nadea no era una sirena corriente.

    Le faltaba la información del libro, pero, en realidad, era muy poca. Casi todo lo tenía en su rollo. A la par que disminuía la luz, se le iba acabando la resolución con la que había emprendido su aventura. Pero se acordaba del brillo en los ojos de su amiga cuando le estaba explicando las ilustraciones y eso les bastaba para seguir adelante. Una pena que no se acordara de sus advertencias finales.


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