TOMO 1 CAP 5: Cómo arreglar el desastre

 


   Avan se deslizó todo lo silenciosamente que pudo por el ventanuco que daba al sótano de la enorme y destartalada casona, pero no le sirvió de nada. Dentro le esperaba su madre. En realidad, no era su madre, pero a efectos legales como si lo fuera. Y ella se tomaba muy en serio su papel. Había pocas cosas que le dieran miedo al vampiro. Y una de ellas eran los rayos y truenos que parecían emitir los ojos de la señora Belladona cuando se enfadaba. Y en ese momento esta muuuuy enfadada.

    —¡¿Y bien?! —rugió en cuanto el vampiro puso uno de sus estilizados pies en el húmedo suelo. 

    Sus furiosos ojos le dieron un buen repaso de arriba abajo, mientras él sólo podía temblar CASI imperceptiblemente y poner cara de póker. 

    Afortunadamente se había limpiado la sangre de la boca y de las manos en una de las fuentes de la plaza de al lado, pero las gotitas que adornaban su pijama eran otro cantar. 

    De pronto, la expresión de la terrible bruja que tenía ante él se dulcificó sin previo aviso.

    —Madre mía, madre mía, madre mía —exclamó muy emocionada—. No me lo creo, no me digas… ¡Aaaaay! Mi Avaaaaaan. Lo que ha crecidooooo. Que mayooooor. 

    Una gruesa gota cayó de uno de ojos de la bruja hasta el suelo. Mientras, el vampiro no se atrevía a moverse de su sitio. 

    —Noooo —protestó el adolescente —. ¡No te hagas ideas raras mamá!

    —¡¡¡Has mordido a tu alma predestinada!!! No trates de engañarme jovencito —le advirtió acercándose por sorpresa al cada vez más agobiado Avan y clavándole uno de sus huesudos dedos en las costillas.

    —Que nooooo. Y no hables tan alto —Intentó negarlo el joven.

    —A mí no me engañas —prosiguió implacable su madre —. Tienes color en las mejillas y gotas de sangre por todo el pijama. Y ya que estamos, a ver cómo limpio yo eso. Los jóvenes sois unos egoístas. El próximo mordisco con más cuidado por favor. ¿Cuándo me la presentas?

    —¡¡¡NUNCA!!! —berreó el vampiro perdiendo el control y dejando a su madre muda y con los ojos como platos. 

    El ambiente se podía cortar con un cuchillo. A Avan le pesaba más que la chica pescado cuando se despertó y se la encontró sobre él. La bruja le miraba con una intensidad difícil de soportar. 

    —Entiendo… —contestó cortante tras unos eternos minutos. 

    — Espera mamá. No quería gritarte…

    —Entiendo… —repitió ella —. No es como si fuera tu madre de verdad… 

    Realmente el chico no sabía que decir. Así que no añadió ni una palabra más y la altísima bruja recorrió lentamente los escalones de ascenso, se agachó para que su sombrero en punta no se diera contra el dintel, cerró la puerta muy despacio a sus espaldas y desapareció.

    Avan se dejó caer en su ataúd, agotado y un poco triste. Pero se levanto de un saltó cuando oyó abrirse de nuevo la puerta bruscamente y a su madre chillar. 

    —¡De todas formas estás castigado por desaparecer sin avisar! 

    Y la puerta volvió a cerrarse, esta vez con portazo incluido.

    —No tienes corazón —La voz de su hermana adoptiva le hizo dar otro salto en el ataúd. 

    —Siliba. ¿Qué haces en mi cuarto? —le recriminó soltando varios gallos.

    —Estoy buscando a Saimi. Últimamente, está muy nervioso. Si hablara a lo mejor podría entender qué le pasa… —le explicó nerviosa mientras se movía sibilina por la habitación mirando en uno y otro rincón —. Mira a ver si se ha metido en tu cama —le pidió visiblemente preocupada. 

    —¿Y por qué iba a estar en mi..? ¡Ah! ¿Saimi? ¿Qué haces en mi ataúd? 

    En un rinconcito, hecho un ovillo, se acurrucaba una especie de saco con ojos. Unos ojos que se empeñaban en cerrarse con fuerza haciendo ver que, obviamente, estaba dormido y no podía contestar preguntas estúpidas. 

    —¿Saimi? —le llamó cariñosamente la chica serpiente. 

    El saquito se empeñó, aún más, en parecer dormido. Siliba acarició cariñosamente el cuerpecito rechoncho y se dirigió hacia las escaleras. 

    —Pues está decidido. Hoy quiere estar contigo Avan. ¡Cuídale bien o te daré un abrazo que nunca olvidarás! 

    Esto último sonó a terrible amenaza. 

    Y así era. El vampiro conocía bien los abrazos quebrantahuesos que daba su hermana postiza y tragó saliva con dificultad. ¡Puag! Todavía tenía el sabor a pescado en la boca. Decidió que lo primero que haría esa mañana sería lavarse los colmillos a fondo. Y lo segundo llevar al pequeño Saimi a la guardería… si es que se dejaba.

    Como ya se olía, no fue cosa fácil dejar a Saimi en la guardería. El pequeño adoraba a su cuidadora, menos mal, pero no era la criatura más sociable de Nimarium precisamente. 

    Dejaba pasar el tiempo jugando sólo en un rincón hasta que volvían a buscarle. Si la cuidadora se acercaba le ofrecía mimoso la cabeza, pero si era otro pequeño era más que probable que se llevara algún mordisco o manotazo. 

    A Saimi le ponía muy nervioso la gente ruidosa o que invadieran de repente su espacio personal. Sólo dejaba que se acercaran unas personas determinabas y cuando estaba receptivo. No era raro encontrar a algún progenitor airado en la puerta pidiendo explicaciones ante un cardenal o marcas de dientes en la piel de su churumbel.

    Ese día no fue una excepción. Y encima con un sujeto de la raza que más respeto le daba al joven vampiro. Un hombre lobo muy enfadado daba vueltas y más vueltas en la puerta de la clase de los carditos venenosos (Avan siempre se preguntaba de dónde se sacarían esos nombres tan cursis). 

    En cuanto vio a Saimi enseñó los dientes. Los hombres lobo tenían fama de ser un pelín demasiado temperamentales. 

    —Así que ahí viene ese saco de huesos descontrolado —casi escupió entre los colmillos el enfurecido licántropo. 

    Saimi se acurrucó entre los brazos de Avan, que se mordió el labio con rabia. Era muy malo para enfrentar este tipo de situaciones, así que hizo lo que era más normal en él. Salir corriendo. Al padre furioso lo pilló por sorpresa y, cuando quiso reaccionar, el vampiro ya había desaparecido con su hermanito adoptivo.

    Avan no paró hasta que sus sentidos le avisaron de que el peligro ya estaba lejos. Saimi seguía fuertemente abrazado a él. 

    —Perdona, ¿Te has perdido? 

    Una mujer serpiente se movía a su encuentro y era la que le había hecho la pregunta con tono amable. La había visto otras veces por ahí, pero no creía que tuviera nada que ver con la clase de los carditos venenosos. 

    —Estooo… —contestó agobiado—. Yo… yo estaba llevando a mi hermano a su clase y… y… Sí, justo eso. Me he perdido —mintió al final. 

    Saimi se incorporó para mirarle fijamente a los ojos. No le gustaban nada las mentiras. Avan lo sabía, pero ¿qué podía hacer? ¿Confesar que había huido cobardemente de una situación desagradable? ¿Qué iba a conseguir diciendo la verdad? Hacer el ridículo. Eso iba a conseguir. Ya tenía bastantes problemas. Gracias. 

    —Oooooh, pero si es el pequeño Saimi —gorjeó la mujer serpiente. 

    El niño se agarró aún más fuerte a su hermano. Ella se percató del detalle y se quedó pensando un poco antes de volver a hablar. 

    —Oye, ¿no te acuerdas de mí? —insistió suavemente y a una distancia prudencial —. ¡Oh! Pues es una verdadera pena porque tengo un puzzle nuevo y estaba deseando enseñártelo. Me quedé muuuuy impresionada hace unos días cuando te vi resolver todos los que llevé a tu clase. ¡Y en un tiempo record! —le alabó exageradamente con admiración muy bien fingida. 

    Saimi aflojó el agarre y miró a la cuidadora con patente curiosidad. Ella sonrió con genuina alegría. Por fin estaba consiguiendo resultados en el arisco pequeño. 

    —Síiiii, sí que te acuerdas. Pues tengo uno nuevo muuuuy bonito ¿Quieres verlo? Iremos a por él y luego te llevaré a tu clase. ¿Podrías enseñárselo a tus amiguit… 

    —Fffffffffh —siseó el pequeño. 

    —Eeeeh… o disfrutarlo tú sólo. Claro, eso también. 

    El chiquillo se soltó de Avan, que lo dejó en el suelo un poco inseguro. Saimi se recolocó el saco que lo cubría de la cabeza a los pies y le tendió su manita a la mujer serpiente. 

    —Qué bien. Qué ilusión me hace que quieras resolver el puzle. Te va a encantar. Ya verás… 

    Y así, sin parar de hablarle con extremada dulzura, la cuidadora se llevó al desconfiado peque por el pasillo, mientras le hacía una seña al vampiro para que se retirara discretamente. 

    “Bueno”, pensó. Al final no había salido tan mal la cosa. Y no tardó en hacer caso a la seña de la cuidadora y desaparecer sigilosamente.

    Tenía prisa. Iba a buscar solución al terrible accidente de la frontera. ¡Que demonios habría pasado! ¿Por qué se despertó allí en vez de en su ataúd? ¿Lo habría secuestrado el pez? ¿Y luego se habría clavado ella misma sus colmillos…? Nah, eso hubiera sido muy raro. 

    Por mucho que se exprimía el cerebro, no podía encontrar ni un solo motivo para que ella quisiera ser mordida por él. Aún estaba pensando en ello cuando llegó al instituto. 

    La piel se le puso aún más pálida de los normal cuando vio a su vecino y sus amigos en la puerta. Afortunadamente, ellos no lo habían visto a él. Revi era mayor que él, más guapo, más simpático, más inteligente, más pálido, ¡más todo! De verdad que no le aguantaba. Esa mirada de compasión que le echaba siempre que se cruzaba con él hacía que le ardiera la cara, aun más que cuando se dio cuenta de que había mordido a la chica pez. Encima, era majísimo con todo el mundo, él incluido. ¡¿Se podía ser más insoportable?! 

    En cambio, sus amiguitos eran de lo peor. Siempre dedicándole sus risitas burlonas y sus muecas ofensivas en cuanto Revi les daba la espalda. Y si se los encontraba por separado… Buf, menudo sufrimiento. Sobre todo, con el niño lobo. Que mal le caían los hombres lobo en general. Eran unos salvajes de cuidado.

    Haciendo uso de sus estupendos reflejos y su capacidad de mimetizarse con el ambiente (era un experto en pasar desapercibido), se escondió hasta que tuvo el camino libre. 

    No tuvo que esperar mucho. La campana que anunciaba el inicio de las clases no tardó en sonar y los alumnos se encaminaron al interior del enorme y solemne edificio. 

    Cuando sólo quedaron algunos rezagados, se dirigió rápidamente hacia la puerta, pero, nada más traspasarla, notó un fuerte golpe en su estómago que lo dejó sin respiración. Se dobló sobre si mismo y cayó despacio al suelo. Como a cámara lenta. 

    —Hoooola. Ya sabía yo que las tristes orejas medio puntiagudas que había visto de refilón sólo podían ser tuyas, pringado —le saludó desde arriba un joven con exceso de pelo por todo el cuerpo e impresionantes caninos —. No te ha dado tiempo a salir corriendo esta vez —rio y aulló a la vez mientras comenzaba a alejarse camino de su clase. 

    Allí dejó tirado al asustado vampiro, que sólo se atrevió a levantar levemente la cabeza para ver como el hombre lobo adolescente se alejaba mientras un compañero le palmeaba la espalda y le señalaba a él con una sonrisita cruel. Ambos se fueron entre bromas y chanzas, desapareciendo de la vista de Avan. 

    No se esperaba que el imbécil de Estervio le hubiera esperado para sorprenderlo de esa manera tan sucia. Muy propio del muy bastardo. Todo lo noble que tenía Revi, lo tenía de rastrero su mejor amigo. 

    Alguien le alzó y lo puso en pie con cuidado, pero firmemente. ¡Rayos! ¡Otro hombre lobo! Menudo día. Desde que había mordido al pez la mala suerte le perseguía. 

    El miedo se coló hasta lo más recóndito de su cerebro y empezó a sudar a mares, pero el personaje que le sacudía suavemente la porquería de la ropa no parecía estar buscando pelea. 

    —¿Estas bien? —le preguntó sinceramente preocupado —. Me parece que no estás en ninguna de mis clases, pero si necesitas ayuda… Si alguien te esta molestando… 

    —¡No! —le interrumpió bruscamente Avan. 

    Lo que le faltaba. Que encima le tuvieran por un soplón. 

    —Que va —continuó aparentando toda la calma que no tenía—. Me he caído yo solo, que es que soy tan torpe… 

    La mirada escéptica que le devolvía el profesor dejaba muy claro que no creía ni una palabra. 

    —Taaaan torpe —repitió dibujando una sonrisa falsa en su cara que pretendía ser alegre. 

    El hombre lobo no insistió. No quiso presionarlo. Cosa que agradeció Avan, que se alejó volviéndose de vez en cuando y sin dejar de sonreír. Ahí seguía el profesor, mirándolo con algo parecido a preocupación en los ojos. Pero no había que fiarse mucho. Al fin y al cabo, era un hombre lobo. Esperaba que no le tocara nunca en una de sus clases.

    Con paso decidido se dirigió a su clase preferida: cultura vampírica. Y la daba, como es obvio, un vampiro. Uno muy sabio y culto. Seguro que podría ayudarle con su problemita. 

    No se atrevió a entrar porque una vez empezada la clase era mejor no importunar a ningún profesor. No soportaba que lo miraran mal hasta que tomaba asiento. Así que prefirió esperar hasta que concluyera la clase. 

    Se entretuvo leyendo el capítulo del libro que iban a dar ese día. Que rabia perderse la clase por culpa del imbécil de Estervio. ¡Ojalá se mordiera la lengua con sus afilados colmillos! Entonces el que se reiría sería él. Y bien fuerte. Le iban a escuchar hasta en la otra punta de Oscurio. Qué decía… Incluso más allá de la otra punta más allá de la frontera.

    Al terminar la clase, los alumnos empezaron a salir en tropel. Todos vampiros, claro. Era muy raro que otra raza se apuntara a estudiar su cultura. A no ser que tuviera algún tipo de interés por negocios o por familia. Y eso ya solía pasar en la edad adulta. 

    Cuando los estudiantes terminaron de salir, apareció el profesor. Avan fue a su encuentro lleno de esperanza. 

    —Buenos días profesor Banio —le saludó educadamente. 

    —Buenos días Avan. No le he visto en clase —le reprochó suavemente. 

    —Es que he tenido un incidente y llegué tarde… pero, escuche profesor, necesito urgente y desesperadamente hablar con usted de un asunto muy serio y privado. Muy, muy privado —le susurró del tirón acercando sus labios al oído derecho del maestro, que se sorprendió un poco, pero accedió a su petición sin reservas. 

    —Claro, claro. Venga, acompáñeme al despacho. Va a tener suerte porque justo a esta hora los compañeros con los que lo comparto tienen clase y disfruto de una soledad impagable. Que voy a invertir en escucharle. He de reconocer que ha picado mi curiosidad —Sonrió levemente. 

    Avan le siguió hasta el área de los despachos de los profesores dándole las gracias profusamente. Aún no le había contado nada y ya se sentía más tranquilo. El señor Banio era un experto y seguro que tenía la clave para hallar la solución. Algo así como que seguramente lo del mordisco no tenía ninguna importancia y que todavía tenía mucho tiempo para buscar un alma predestinada que... mmm… oliera bien, por ejemplo.

    El profesor entró en el despacho y dejó la puerta abierta tras de sí en una clara invitación para que Avan accediera tras él. Y no se hizo de rogar. La cerró nada más entrar y se acercó al profesor para contar, en voz muy baja, lo ocurrido. No fuera a haber alguien fuera y escuchara algo de casualidad. Sería tremendamente vergonzoso si la historia se hiciera pública. Lo mejor sería no dar muchos detalles, por si acaso. 

    —Mire profesor, el caso es que… es que… he mordido a la persona equivocada y…

    La cara del señor Banio se iluminó. 

    —Pero ¡qué me dice! ¿Que ha mordido a su alma predestinada? Es un poco joven… pero. Claro, eso no se elige. Lo eligen a uno cuando se siente la llamada del amor. Así que… ha encontrado a su alma predestinada. Eso es maravilloso, maravilloso —le felicitó con unas palmaditas en el hombro. 

    —¡No! Nononono. Nada de maravilloso —le cortó el joven vampiro —. Le digo que todo ha sido un error. Ni siquiera recuerdo cuando le mordí. Yo estaba durmiendo a pata suelta en mi ataúd y, de repente, estaba en otro lugar ¡con sangre en mi boca! Y… y…. y… 

    —Vamos, cálmese —le pidió el profesor al ver cada vez más exaltado al joven —. Puede que en un principio le parezca que no es su pareja ideal, pero su corazón no le engaña. Si le ha mordido es porque era el destino que tejieran ese lazo… 

    —Y… ¿Cómo se podría romper ese lazo? —volvió a interrumpir Avan, muy interesado en ir al grano. 

    El profesor parpadeó un par de veces muy sorprendido. 

    —Pues, vera, es que eso es muy inusual. No me puedo imaginar a quien encontró en sus brazos para rechazarlo con tanto afán. 

—Por favor, no me lo pregunte. Sólo dígame cómo arreglarlo. 

El vampiro adulto se quedó pensativo mucho tiempo sin dejar de observar a su alumno. 

—¿Está seguro? —preguntó al fin. 

—Sí, sí. Me da igual si no tengo un alma predestinada en toda mi vida. De todas formas, nunca tuve muchas esperanzas con este tema. Pero ese lazo hay que romperlo. Créame. Hay que romperlo. 

    El profesor pareció darse por vencido y se acercó a la librería de la pared. Tras rebuscar durante unos minutos, que a Avan le parecieron siglos, sacó un tomo con tapas de piel grises y mas bien tirando a pequeño. 

    Se titulaba: “El lazo roto del alma predestinada”. La cosa prometía. 

    —Bien, bien. Veamos —dijo abriéndolo por el índice—. Mmmm… ya veo… a ver… ajá…sí, sí… ¡vaya! —comentaba más para sí mismo que para su acompañante mientras pasaba las páginas del ejemplar. 

    El chico se estaba poniendo de los nervios de nuevo, pero no se atrevía a interrumpir la lectura de su profesor. 

    —Bien —exclamó cerrando el libro y dirigiéndose a su alumno por fin. 

    —Según esto, el lazo se rompe cuando uno de los dos muere —concluyó. 

    —Eso no sirve —Se desesperó el joven vampiro —. ¿Qué quiere? ¿Qué la mate? O peor aún ¿Qué me mate? ¿Se le va la olla? 

    El profesor le miró molesto. 

    —Por supuesto que no se me va la olla. ¡Un respeto! No me ha dejado terminar. Hay otra forma… 

    —Pues esa. Esa me viene bien –le interrumpió de nuevo llevándose otra dura mirada de esas que le hacían sentir tan mal. 

    —Como decía… —continuó molesto el profesor —. Hay otra forma. Es un ritual muy sencillo. Y una vez consumado podrás formar un lazo con otra persona, si así lo decide el destino. 

    Avan se alegraba enormemente. Pues al final la cosa se iba a solucionar muy rápido. 

    —Sólo tiene que traerme aquí a su alma predestinada y… —continuó el profesor con voz monocorde. 

    Avan sintió como si le tiraran un enorme jarro de agua congelada sobre la cabeza. 

    —Eso es imposible —se lamentó —. ¿No podríamos hacer el ritual sólo conmigo? 

    El profesor volvió a hundir sus esperanzas en el más hondo pozo. 

    —Eso no puede ser, Avan. Aquí lo pone muy claro. Para romper el lazo tienen que estar el vampiro que mordió y la pareja a la que mordió. No se puede romper a distancia. 

    —Pues entonces no va a poder ser —Se angustió el joven. 

    —Pues entonces les deseo toda una vida llena de amor y felici… 

    —No lo entiende profesor —Volvió a interrumpirle —. Esa persona y yo no estamos juntos. Así que nada de amor y felicidad. 

    Realmente el señor Banio no entendía nada de nada, pero una cosa sí que tenía clara y se la hizo saber a Avan. 

    —Mira chico. No sé en qué problema te has metido, pero si le has mordido una vez, ya es suficiente. Vas a necesitar su sangre cada cierto tiempo si no quieres experimentar el mayor sufrimiento de tu vida. Sería mejor si me contaras más. 

    Avan, por supuesto, no soltó prenda. Sentía que ya estaba experimentando el mayor sufrimiento de su vida. Pensar en algo peor le aterrorizaba, así que pensó en un plan desesperado. Total, ya no tenía mucho que perder. 

    —No se preocupe profesor —Intentó parecer calmado ante el extremadamente preocupado adulto —. Le traeré a la chica.

    Y sin mas salió disparado del despacho para evitar más preguntas incómodas. Esa noche tocaba ir de excursión.


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