TOMO 1 CAP 6: El fin del mundo



    Cuando su padre le dijo que iba a estar castigada de por vida no bromeaba. Nadea sólo tenía permitido ir a clase, custodiada por sus congéneres. Sobre todo, por su vecino, Gureo, que había accedido a vigilarla como favor especial. 

    El joven tritón se estaba tomando muy en serio su papel. Ni siquiera la dejaba saludar a Parsae. Lo de que hablara con otras razas no lo veía nada bien. El hada había intentado acercarse a ella desde el primer momento en el que la sirena había aparecido en clase, pero las sirenas y tritones habían formado un muro protector impenetrable alrededor suyo y le había sido imposible. 

    Y eso que parecía tener algo muy importante que decirle. Seguro que estaba impresionada con su aventura. Se tocó el cuello inconscientemente. Ahí seguían las dos incisiones. Las notaba calientes y palpitantes. Eso le hizo recordar la escena de la frontera y un sentimiento de ansiedad muy extraño la embargo. Lo asoció con el miedo. Fue un momento terrible. Pero ya había pasado. Se sentía segura en su ambiente y con su gente. Segura, pero no cómoda. 

    Su agitado corazón parecía necesitar algo, pero su cerebro no lograba descifrar cual era esa necesidad y eso la tenía un poco desorientada. 

    —¿Donde vas? —exigió saber su acompañante. 

    —Eeeeh. Puesss… al baño —balbuceó la sirena. 

    Gureo se puso un poco rojo y sólo añadió que se diera prisa en volver. Nadea pensó que estaba exagerando un poco, pero la verdad es que le encantaba ser su centro de atención. Tenía que admitir que, aunque estar encerrada en casa todo el día era un rollo, la vigilancia de su guapo vecino era lo más agradable que le había pasado en su vida. Notaba la envidia de sus compañeras en cada gesto que el caballeroso tritón le dedicaba. Con una sonrisa tonta en los labios se dirigió dando saltitos hacia el aseo de chicas.

    Al entrar se encontró frente a frente con Parsae. El hada tenía una expresión de angustia y miedo pintada en la cara que descolocó a Nadae. 

    —¡Tengo que hablar contigo! Es urgente, muy urgente. Urgentísimo —le soltó a bocajarro. 

    —¿Me estabas esperando en el baño? —preguntó la sirena entre alucinada y emocionada. 

    —¡¡Sí!! —susurró gritando su amiga (sí, increíblemente se puede gritar en susurros) —. He venido al baño CADA descanso. La gente debe pensar que tengo colitis o diarrea. Puag —Arrugó su resplandeciente nariz con asco —. No hay tiempo. Fijo que en dos segundos aparece alguien azul buscándote. Menuda suerte que hayas venido sola. 

    Nadae pensó para si misma que, en realidad, el único que se preocupaba por ella era Gureo, y sólo porque se lo había prometido a su padre como buen vecino que era… Triste, pero cierto. 

    Pero tampoco tuvo mucho tiempo para sentir lástima de si misma porque, en ese momento, el hada ya tiraba de ella contándole su fantástico plan (todos sus planes eran fantásticos, por si no os habíais dado cuenta aún). Saltarían por el ventanuco del baño. Aunque a la sirena no le quedaba claro por qué no podían salir por la puerta como todo el mundo. De todas formas, le hizo caso y se encaramó a uno de los váteres para alcanzar su objetivo. 

    Nadae era un poco torpe fuera del agua, pero con la ayuda de Parsae pudo caer, mal que bien, sobre la hierba del suelo del exterior. 

    —¡Auuuuuu! —se quejó frotándose el dolorido trasero. 

    Su amiga aterrizó a su lado con mucha más gracia. 

    —Cállate, que nos van a descubrir —siseó. 

    Nadae la obedeció en el acto. Se levantó sacudiéndose la tierra enérgicamente y la siguió hasta un rincón por el que no solía pasar nadie a esa hora. 

    —Voy a llegar tarde a la siguiente clase y me va a caer una buena bronca —se quejó la sirena. 

    —Es que es muy importante, Nadea. MUY IMPORTANTE. ¡Ay dios! La frontera se está moviendo —soltó dramáticamente el hada. 

    —¿¿Qué?? —respondió la sirena sin entender muy bien lo que le estaba diciendo su amiga. 

    —Que la frontera se mueve. No de forma perceptible, claro. Sólo unos milímetros cada hora o así, pero resulta que hay gente que se encarga de estudiarla y se ha dado cuenta de eso. Y ¿sabes a quienes han informados? A los archiveros mayores. ¡Por lo menos a mi padre! Me he enterado de chiripa. Casi me pilla cotilleando lo que no debía en su despacho y tuve que esconderme a toda prisa. Por los pelos que no me vio. 

    El hada hizo una pausa dramática para coger aire y continuó como una metralleta imparable, apabullando a su interlocutora. 

    —Estaba hablando con un forastero de nuestra raza. Y todo lo que decían era escalofriante. Que la frontera había comenzado a moverse hacia Mitosfin y que los casos de la enfermedad no paraban de aumentar. ¡¡La enfermedad de la que hablan los libros!! La recuerdas, ¿no? Por lo visto, no es que desapareciera, pero intentan ocultarla. ¿Te imaginas si se supiera? Cundiría el pánico —aseguró Parsae con gran angustia. 

    Nadea ya estaba entrando en pánico.

    —Mira —le indicó sacando el libro de su padre de la mochila —. Lo he traído para ver si entre las dos averiguamos algo más. A lo mejor, cuando estuviste en la frontera tocaste o viste algo…

    La sirena palideció ante la velada acusación. ¿Todo era por su culpa? Veía a Parsae mover los labios, pero ya no era capaz de escuchar nada. Su cerebro había entrado en una espiral de culpabilidad y vergüenza. 

    Sin previo aviso, la sirena le arrancó el libro de las manos al hada y salió corriendo. Eso pilló desprevenida a Parsae que, cuando quiso reaccionar, ya la había perdido de vista. 

    En ese momento no se preocupó demasiado. De todas formas, la vería en clase. ¿En qué estaba pensando la sirena? Por mucho que se exprimiera el cerebro no encontraba explicación a lo que acababa de pasar. Lo único que tenía claro es que Nadea debía devolverle el libro antes de que su padre se diera cuenta de su desaparición. En menudo lío la había metido. 

    Seguro que cuando la viera en clase se lo devolvería y le pediría perdón por su estúpido arranque. Se había pasado con el tono dramático, reflexionó. Y a su amiga se la veía muy sensible… En cuanto recuperara la calma seguro que volvía y le devolvía el libro. O eso quiso creer con todas sus fuerzas.

    Nadea giró la esquina y tuvo la grandísima suerte de encontrar una ventana de la planta baja abierta. Sin mucho esfuerzo se metió dentro del edificio y la cerró. 

    Pertenecía a un aula de estudio que en ese momento se hallaba vacía. También la solían usar para meter ahí a los mitos castigados por mal comportamiento. Pero se ve que había sido un día bueno… para los profesores. Porque para ella estaba siendo terrible. 

    Se hizo un ovillo a un lado de la ventana, se sentó e intentó recuperar el aliento y la calma. Apretaba el libro contra su estómago con tanta fuerza que se estaba clavando las esquinas. 

    ¿Se estaba acabando el mundo? ¿Por su culpa? Intentó recordar algo que le diera una pista de lo que había hecho mal la noche anterior, pero ¡si ni siquiera había podido entrar en la cueva! 

    —Yo no hice nada —se dijo a sí misma en voz muy bajita, pero hasta para ella saltaba a la vista que era demasiada casualidad que justo la noche que ella se había acercado a la frontera, ésta hubiera empezado a moverse. 

    Lo de la enfermedad parecía venir de antes. Menos mal. Es decir, que mal, pero, al menos, eso era imposible que fuera por culpa suya. 

    Tenía que pensar rápido. El corazón le latía a mil por hora y algo le hacía desear volver a la frontera. ¿Sería una señal de que debía volver a la cueva y arreglar lo que había hecho? 

    Se volvió a acariciar suavemente las heridas del cuello y se estremeció. Tenía que esconderse hasta la noche. Miró a su alrededor y se fijó en un gran armario. Lo abrió, lo vació desparramando su contenido en sitios estratégicos para que no parecieran que estaban fuera de lugar y que a nadie le diera por meterlos de nuevo en su sitio, y se metió dentro. 

    Menos mal que era bastante pequeña y se acomodó bien al hueco que tenía. No cerró del todo para poder salir más tarde e hizo un hechizo de luz para poder repasar el libro mientras tuviera que permanecer allí. 

    En cuanto anocheciera (Evidentemente, es una forma de medir el tiempo, porque en Mitos siempre era de día) iría a por el rollo a su casa y pondría rumbo a la frontera. 

    Sólo pensar en volver hizo que se le erizaran las escamas de la emoción. ¡Qué le estaba pasando! Debería estar muerta de miedo, pero lo que sentía era ansia y urgencia por… No sabía por qué. Sólo que tenía que ir. Y arreglarlo, claro.


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