TOMO 1 CAP 7: Almas predestinadas a no entenderse



    Lo cierto es que no tenía muchas esperanzas de encontrarla. Era un intento a la desesperada de lo más penoso. Por eso se sorprendió tanto cuando le llegó su olor. La boca se le hizo agua y el corazón le empezó a latir a mil por hora, pero consiguió tranquilizarse. Sólo habían pasado un día desde que la mordió. ¿Qué era? ¿Un vampiro o un hombre lobo? ¡Un vampiro! Uno que había mordido un pez en vez de una preciosa criatura para amar y alimentarse por siempre. El vínculo no podía ser tan fuerte. Es como… como… No sé, cómo si se hubiera enamorado de la Lubina que había comido ayer. 

    Siguió el olor más relajado y feliz porque estaba seguro de que todo se iba a solucionar por fin. Llevaría a la chica pescado al señor Banio y él lo arreglaría. La convencería o se la llevaría por la fuerza. Lo que fuera necesario. Desde que había probado su sangre se notaba mucho más fuerte. Un síntoma normal al beber sangre del alma predestinada. Se le pasaría pronto, pero ahora le serviría para llevarse a la sirena, aunque fuera por los pelos. Aunque mejor voluntariamente, porque él nunca se había peleado con nadie. La violencia le ponía muy nervioso. Sí, sólo tenía que convencerla, hacer el rito y devolverla a la frontera. ¡Pan comido! 

    Las gafas de cristales protectores funcionaban de maravilla y oscurecían el ambiente lo suficiente para poder ver más allá de sus narices y que no se le irritaran los ojos. A ella la veía perfectamente. Ahí estaba. Sentada, temblando como una hoja y… ¿llorando? ¿Por qué estaba llorando? Buf, y ahora, ¿qué hacía él? 

    Avan apretó los dientes y se acercó despacio a la chica. Ella no pareció darse cuenta y siguió encogida sobre si misma y gimiendo y sorbiendo mocos a su bola. El vampiro se dio ánimos y acabó sentándose a su lado. Lo que hizo que se sobresaltara y lo mirara con cara de susto. 

    —Eeeeh ¿hola? —dijo Avan con inseguridad. 

    —¿Hola? —contestó Nadea con la voz rasposa por el llanto. 

    —Estooo… —prosiguió Avan —. Estaba paseando por aquí y…mmmm… te he oído. Y he pensado… ¡Qué le pasará al pez! Digooo, a la chica azul con escamas… 

    El chico se mordió el labio angustiado cuando se dio cuenta de que la sirena regañaba el rostro y que tenía toda la pinta de comenzar de nuevo con sus lloros. Incluso peor que antes. 

    —¡Espera! —le gritó sobresaltándola de nuevo —. Espera, espera, espera. No llores. Eso me pone muy nervioso, muuuy nervioso. 

    Nadea no se atrevió a seguir con sus lágrimas y decidió hacer un hechizo de luz para poder ver mejor a su acompañante. Con esa oscuridad no podía ver más que un difuso contorno. 

    Por la voz parecía sinceramente preocupado y ella tenía tanto miedo que habría agradecido hasta la compañía de su profesor de mates. La luz le estalló a Avan en la cara por sorpresa y lo hizo plegarse sobre si mismo para protegerse, 

    —¡Aaaah! —chilló con voz aguda —. No veo nada, no veo nada —se quejaba mientras se restregaba los ojos por debajo de las gafas. 

    Nadea extinguió la luz con un ademán. 

    —¿Por qué narices has hecho eso? —le recriminó lastimero el vampiro. 

    —Eeeeeh… ¿Para poder verte? —le contestó la sirena con un poquito de culpabilidad en el corazón por haber asustado al chico. 

    Esperaba que no se fuera corriendo y la dejara sola. 

    —¿Y no te vale con la luz de las estrellas? ¿Es que eres ciega? 

    Nadae miró al cielo por primera vez y lo vio repleto de puntitos luminosos. Era todo un espectáculo. 

    —¡Qué bonito! —exclamó entusiasmada —. El cielo de mi pueblo no se parece en nada a éste. Es azul claro, menos cuando se nubla… Y sólo tenemos una estrella enooooorme alumbrando todo el rato. Da muchísima más luz que todas tus estrellitas pequeñas, pero no es tan bonita —parloteó más que nada para sacudirse el nerviosismo. 

    Parecía que su compañero se recuperaba del fogonazo. Ahora le veía peor, tendría que esperar a que sus pupilas se acostumbraran a la penumbra, aunque no se podían pedir milagros. Era una mito y vivía rodeada de luz. Por suerte para ella, en el mar la luz se atenuaba cuanto más profundo nadaras y sus pupilas eran más flexibles de lo que podían ser las de una raza terrestre. 

    —Lo siento —se disculpó verdaderamente arrepentida —. No sabía que la luz te molestaba tanto. No lo volveré a hacer.

    Se observaron unos segundos en silencio. Más Avan que Nadae porque ella veía sólo poco más que contornos difusos debido a la escasa luz, mientras que el vampiro ya se había recuperado del inesperado fogonazo.

    Desde luego era muy…azul y…mmmm.. escamosa… Y olía un poco mal. Sin olvidar que estaba un poco loca. Lo único que tenía claro es que tenía que ser uno de los monstruos esos que dicen las leyendas que habitan al otro lado. Un monstruo que no impresionaba mucho, la verdad. 

    —Bueeeeno… —rompió el silencio el vampiro —. Yo me llamo Avan. Encantado de conocerte… mmm, supongo… 

    —Yo soy Nadae. Encantada también —se presentó la sirena. 

    —Y… ¿Qué te trae por aquí? —prosiguió el chico. 

    La sirena reflejó toda la angustia del mundo en su rostro. A lo mejor toda, toda…no, pero sí una gran cantidad. 

    —¡Por mi culpa se acaba el mundo! —exclamó de forma desgarradora —. ¡La frontera se mueve! 

    Se abrazó a sí misma y fijó la vista en la cara de Avan intentando ver su reacción, pero el vampiro la decepcionó. No parecía impresionado. 

    —Yo la veo en el mismo lugar que siempre —comentó el chico muy tranquilo, aunque sólo en apariencia. 

    Tener a su alma predestinada tan cerca y no poder darle un buen mordisco le estaba causando estragos. 

    —¡Pues no! Está unos centímetros más cerca de Mitosfin y Mar del Fin. Y cada minuto se mueve un poco más. Los mayores más importantes están revolucionados. En realidad, no debería saberlo, pero mi mejor amiga, que, por cierto, es un hada, y es preciosa, ¡preciosa!, aunque a ti no te gustaría, con lo que brilla sufrirías mucho… —continuó parloteando sin piedad. 

    —¿Te puedes centrar un poco, por favor? 

    Avan solía tener mucha paciencia, pero tenía una sensación extraña y muy desagradable de sed anhelante, o algo así, y necesitaba que soltara lo que fuera que la reconcomiera para poder empezar a convencerla de que le acompañara a ver al señor Banio. Algo le decía que hasta que no contara lo suyo no iba a escucharle. 

    —Sí, sí —prosiguió Nadea, un poco molesta con la interrupción —. Resulta que hace un par de días ¡también estuve por aquí! Vine a buscar una cueva misteriosa. Leí sobre ella en un rollo… y después en un libro… y… bueno, como soy la peor sirena del mundo tuve que venir a ver que había dentro. La curiosidad es muuuy peligrosa. Nunca, nunca, nunca tengas curiosidad —le advirtió apuntándole con un largo y delgado dedo azul. 

    —Vaaale, vale. No ser curioso. Creo que podré hacerlo —aseguró con sorna el chico. 

    —El caso es que vine ¡e hice mal lo de los símbolos! Creo que hice uno al revés. O hice una de las esquinas en punta y tenía que ser redonda… bueno, no sé. Algo hice mal, eso sí —continuó sin hacer mucho caso al vampiro. 

    Estaba demasiado metida en su historia. No solía tener la oportunidad de tener un oyente tan entregado. Ni sin entregar. La solían ignorar bastante. Por eso continuó su relato cada vez más animada.

    —Y cuando intenté entrar ¡boom! Se formó un remolino tremendo que me dio un montón de vueltas, y yo ya no sabía ni donde estaba, así que me equivoqué y acabé en la orilla de la frontera. Y ¡otra vez la maldita curiosidad! Juro no volver a ser curiosa en mi vida. El caso es que me dije, pues una vez aquí sería una pena no echar un vistazo. Pero el vistazo me lo echaron a mí. Menudo mordisco, mira, mira. 

    Nadea le enseñó las dos pequeñas incisiones que adornaban su cuello y al vampiro le empezaron a entrar sudores fríos. Apartó la vista rápidamente y empezó a pensar en murciélagos, ratas y hombres lobo para distraerse. También se apartó un poco, por si acaso. La sirena ni se enteró porque seguía a lo suyo. 

    —Lo único que recuerdo son unos ojos rojos horriiiibles, que me miraban malévolamente. —continuaba ella muy metida en su historia. 

    —Ajá —contestó Avan mirándose insistentemente las manos. 

    —Luego me desperté bajo el agua, muy cerca de la pared escarpada que lleva a la orilla y mi padre me encontró. Todavía estoy castigada, pero es que me he escapado, ¿sabes? 

    El vampiro se preguntó exasperado si le quedaría mucho. 

    —Pero Parsae me buscó y me contó lo de la frontera. Parsae es mi amiga. ¡Y su padre es el archivista mayor! Impresionante, ¿eh?... Oye, ¿me estás escuchando? —interpeló al chico que le pareció más atento a sus manos que a su relato. 

    —Sí, sí. ¿Ya has terminado? —inquirió el aludido esperanzado. 

    —¡No! Es que tengo que volver a la cueva para arreglarlo. Porque, está claro, que todo esto está pasando porque me metí donde no me llaman. Pero tengo taaanto miedo, taaanto miedo que he acabado aquí —Cada vez hablaba más rápido y exaltada. 

    —Vale, vale. Tranqui... 

    —¡No! —exclamó decidida —. Yo lo he roto y yo lo arreglaré. 

    —¿Qué es lo que has roto? —preguntó exasperado Avan, que había perdido totalmente el hilo y sólo podía concentrarse en no saltarle al cuello. 

    —¡Lo de la cueva! —chilló ella perdiendo la compostura. 

    Y entonces se tiró al mar en un arrebato. 

    Avan tardó un poco en reaccionar. Y cuando lo hizo fue perdiendo finalmente el control y siguiendo el camino de su presa. 

    Cuando su cerebro volvió a funcionar de forma lógica se encontraba en una situación desesperada: rodeado de un montón de agua que tragaba en vez de respirar oxígeno. La visión se le nublaba mientras pataleaba frenéticamente intentando encontrar la superficie. 

    De repente, la cara de la sirena apareció frente a él y notó como juntaba los labios con los suyos. ¿Le estaba besando? ¡¿Cuándo se estaba muriendo?! Definitivamente era una loca peligrosa. 

    En ese momento, sintió correr el ansiado oxígeno por su boca y lo hizo llegar a sus pulmones instintivamente. La sirena le guiaba sin dejar de insuflar su aliento al vampiro. 

    Avan lo aspiraba con avaricia sin darse cuenta de nada más. Ni siquiera notó los extraños movimientos que hacía su salvadora con el brazo sin dejar de pasarle oxígeno. Lo único importante era respirar. Cuando pudo hacerlo por la nariz fue el momento que eligió su cerebro para desmayarse por fin.

    Había logrado llevar al vampiro hasta la burbuja de aire de la cueva. ¡Pues era verdad que existía! Qué suerte que siguiera activa y llena de oxígeno. Además, el musgo de las paredes emitía un suave fulgor que se acomodaba a sus ojos. Por fin podía ver con algo de claridad. 

    Observó con curiosidad al chico (y eso que se había prometido a si misma no volver a sucumbir a la curiosidad nunca más hacía sólo un momento). El vampiro yacía despatarrado a sus pies en una postura un poco ridícula. 

    Le había costado mucho cargarlo sin agua a su alrededor, por eso no había avanzado mucho hacia la zona seca. Le llamó mucho la atención su intensa palidez y las profundas ojeras que cercaban sus ojos. Era extremadamente flaco y mucho más alto que ella. Parecía todo piernas y brazos. No se parecía a nada que ella conociera. 

    No era un hada; desde luego; tampoco un centauro (estaba claro que tenía sólo dos piernas); y mucho menos un tritón (ni una escama y más blanco que el papel). Era algo así como feo, pero mono a la vez. Como un cachorro de algo desagradable como… como una araña. O por lo menos ella se imaginaba a las arañas bebés como algo peludo y con ojitos cuquis. Pero las arañas adultas… ¡puag! Qué asco.

    ¿Por qué se habría tirado al agua así, si no podía respirar bajo el mar? Le había parecido bastante normal allí arriba, pero ahora dudaba de su estabilidad mental. 

    Evidentemente, la conclusión lógica es que le había impresionado su historia y quería ayudarla. Menos mal, porque una vez se le había ido el entusiasmo del momento se había desinflado un poco y se había dado la vuelta. 

    Seguramente no hubiera entrado a la cueva si no se hubiera encontrado al vampiro en el camino. Llevarlo hasta ahí prestándole su oxígeno había sido agotador. 

    Lo mejor sería ponerse cómoda y esperar a que Avan se despertara para empezar a solucionar el problema de la frontera. Tampoco estaba muy segura de qué era lo que había roto el otro día al intentar entrar en la cueva. Ni de cómo arreglarlo. Seguro que la respuesta estaba en el rollo. Descansaría un poco y luego volvería a estudiar con detenimiento cada trazo. Se acurrucó cerca de la espalda del vampiro y se quedó dormida casi al momento.

    Nadae se despertó con una ligera punzada de dolor en el cuello y un poco mareada. Se llevó la mano a la parte dolorida y se incorporó de un salto cuando notó lo que ella creyó que era sangre. 

    Avan se removió a su lado y gruñó en señal de protesta. La sirena se miró la mano y, efectivamente, unas manchitas de sangre delataban las incisiones que sospechaba que tenía al lado de otras más antiguas. Y ahí sólo estaban ella y el extraño chico. Al menos que ella supiera. Le bastó echarle un vistazo a la cara dormida de su acompañante para llegar a la conclusión más evidente.

    —¡Avan! —chilló mientras le sacudía sin ningún cuidado —. ¡Avaaaaaan! 

    El Vampiro entreabrió los ojos llenos de legañas y la miró ceñudo. 

    —Qué narices quieres, pesadaaaa —protestó aún medio dormido. 

    —¿Me has mordido? —le acusó plantándole su escamoso dedo índice muy cerca de la nariz. 

    Avan se despertó de golpe ante tal afirmación. 

    —¿Qué? ¡Qué! No. ¿Yo? No. 

    La mirada de Nadae se dirigió directamente a la boca del vampiro y su expresión se endureció. Avan se relamió lentamente y sí, ahí estaba ese sabor a pescado que conocía tan bien. 

    —Me has mordido —afirmó la sirena alargando mucho las sílabas y con un deje de decepción e ira contenida en aflautada voz, que taladró los oídos de su compañero. 

    El vampiro deseó hacerse muy muy pequeño y poder irse volando muy lejos de ahí, pero tampoco le hacía gracia la idea de dejar sola a la loca de la chica pez. Aunque, bien pensado y, visto lo visto, a lo mejor estaba más segura lejos de él.

    —Espera, espera. Antes de que te pongas a gritar y a acusar, déjame que te explique… —Avan hizo una pausa dramática, esperando los insultos e improperios femeninos, pero éstos nunca llegaron. 

    En vez de eso, la niña le hizo un ademán para que continuara hablando. Eso fue inesperado, teniendo en cuenta el ataque de locuacidad que había tenido en su encuentro anterior.

    —¿Te acuerdas cuando me abriste tu corazón y me contaste lo mal que lo habías pasado la noche que algo con ojos muy rojos y brillantes te mordió?... Valeeee, pues, esto, sssmmmerayo. —terminó, hablando cada vez más bajito y deprisa.

    —¿Qué? —La sirena acercó el oído a la boca de Avan, lo que hizo volver a pensar a éste que no se podía ser más tonta y despreocupada. 

    El olor le mareó un instante. 

    —¿Quieres repetir lo último? No te he entendido —le pidió ella acercándose aún más.

    —Que fui yo, vale. Yo era el de los ojos rojos que te mordió esa noche. ¡Pero no fue a posta! Es que soy sonámbulo… Y, que conste que no voy por ahí mordiendo a todo lo que se me cruza —puntualizó al ver la cara de horror que estaba poniendo la sirena —. Que sólo te muerdo a ti… 

    De repente, se calló de golpe. Quizás había dado demasiada información. 

    —¿Sólo a mí? —recalcó Nadea muy seria, que no sabía muy bien cómo tomárselo. 

    —Ni que estuviera todo el rato mordisqueándote el cuello. Sí que te lo tienes creído. —La atacó el chico hecho un manojo de nervios —. Que sólo te he mordido ¡dos veces! Y que sepas que tu sangre es realmente asquerosa ¡puag! ¡puag! 

    Avan comenzó a escupir al suelo de forma exagerada para dar más ímpetu a sus palabras, a lo que Nedea reaccionó muy mal. Le dio un fuerte empujón y comenzó a golpearlo con sus puñitos sin piedad. 

    —Paraaaaa. Qué asco. Para ya, cerdo. 

    —¡Quieta loca! Que eso duele. 

    El vampiro la agarró de las muñecas con todo el cuidado que pudo. Era bastante más fuerte que ella a pesar de no destacar por su fuerza entre los de su especie. Pero no se esperaba el golpe bajo que le propinó Nadea. Profirió un ahogado “¡Augh!” y se desparramó por el suelo. 

    La Sirena dio un gritito e intentó ayudarle a levantarse. “En serio que está loca”, pensó Avan sin atreverse a moverse, no se fuera a llevar otra. Le llegaban los “Ay madre, ay madre” de ella, que se empeñaba en tirar de él hacia arriba sin mucho éxito. Como veía que no iba a lograr levantarlo acabó sentándose a su lado. 

    —Avan, lo siento. 

    Un gemido lastimero fue la respuesta del dolorido vampiro.

    —Es que me has mordido… otra vez —se justificó ella compungida —. Y me engañaste… 

    Avan se movió lo justo para mirarle a la cara. 

    —¿Qué yo te engañé?

    —No me dijiste que eras la bestia inmunda de esa noche —le recriminó la sirena.

    —¡No quería asustarte! —protesto sentándose a su vez —. Si te lo hubiera dicho ahora me tendrías miedo.

    Observó con atención la escamosa cara de su compañera, pero no le pareció muy asustada. Mas bien arrepentida, incluso un poco triste. 

    —Es verdad —reconoció ella tras meditarlo un poco —. Pero eso me importa menos que el hecho de que me has vuelto a morder. ¡Me has vuelto a morder! ¡A postaaaaaa! 

    Nadea fue elevando el tono hasta llegar a agudos taladradores de oídos vampíricos. 

    —¡Maldito mosquito chupón! —remató rozando la histeria. 

    —¿No era un cerdo? —le respondió con sorna, pero se arrepintió enseguida cuando la vio llevar su puño hacia atrás con claras intenciones de descargarlo en su cara. 

    Cerró los ojos esperando el golpe, pero, como tardaba en llegar, se arriesgó a abrir uno un poquito para ver por dónde iba el puño. Pero Nadea usaba sus dos manos para taparse la cara. Un sollozo se le escapó de entre los dedos. 

    —¿Estás llorando otra vez? —Se alarmó. 

    Eso era peor que recibir su puñetazo en la nariz. 

    —¡No! —contestó ella sorbiendo unos cuantos mocos de paso. 

    —Sí, que estás llorando —insistió estúpidamente sin saber muy bien qué hacer o qué decir. 

    Nadea se limpió la cara con el antebrazo con mucha energía y le miró con ojos más rojos que los suyos cuando la sed de sangre le hacía perder el control. La sed por la sangre de una sirena en concreto, claro. 

    —No es toy llo ran do —aseguró remarcando cada palabra. 

    Qué manía tenía de dar entonaciones fuertes a sus aseveraciones. 

    —Vaaale. Pues no estás llorando… 

    Avan se mordió el labio, frunció y desfrunció el ceño un par de veces y terminó la frase en un susurro. 

    —…aunque llorar no es nada malo. Yo también lloro a veces… 

    Nadae sonrió a su pesar. Se puso en pie y tiró del brazo del vampiro hasta hacer que se levantara. 

    —Anda vamos, ¡Pero no me muerdas más! 

    Avan levantó la mano derecha y movió los labios formando las palabras “lo prometo”, pero sin emitir sonido alguno, mientras cruzaba los dedos de la otra mano a su espalda. “Como si yo pudiera prometer eso” pensó angustiado.

    Lo mejor sería convencer a la sirena para volver a la superficie e ir a ver al profesor. Pero eso significaba tener que volver a desandar el camino bajo el agua y sólo de pensarlo se le erizaba la piel. 

    —Oye chica pez… 

    —Nadea si no te importa. —le interrumpió muy digna. 

    —Eeeeh… Sí. Nadea. ¿Podrías prestarme el plano de la cueva que dices que hay en el …mmm… rollo ese que llevas?

    —¡Claro! —Aceptó feliz la sirena sacándose el rollo del bolsillo y pasándoselo al pálido chico. “Menudos cambios de humor tenía la chica pez”, pensó para sí.

    Avan lo desenrolló y miró las ilustraciones por encima. Parecían dibujos de libros de cuentos o de leyendas. En una de las partes finales encontró el mapa de la cueva y lo observó con más detenimiento. La puerta estaba en la escarpada pared de la orilla en la frontera entre Mitos y Oscurio. 

    El mar estaba en la parte de Mitos con lo que era de suponer que la cavidad se adentraba hacia Oscurio. Y por lo que podía ver el camino hacia el interior era en ascenso. 

    La última caverna, en la que había un grupo de brujos haciendo lo que parecía un gran hechizo juntos, tenía unos accesos indicados, pero en el plano no aparecía lo que había a continuación. 

    Era de suponer que al final el camino desembocaría en la superficie antes o después. O eso esperaba. Le devolvió el plano a la sirena. 

    —No te preocupes. —le dijo ella viéndole tan agobiado —. Aquí están marcadas las trampas y vienen explicadas en el libro de Parsae. No he podido traerlo porque se hubiera estropeado bajo el agua, pero con el rollo es suficiente —Sonrío mientras se lo guardaba de nuevo en el bolsillo. 

    Avan tenía un presentimiento malísimo sobre todo lo que se avecinaba. 


Comentarios

Entradas populares de este blog

Índice Mitos y Criaturas

TOMO 1 CAP 1: Luz y oscuridad

TOMO 1 CAP 10: Oscura desesperación