TOMO 1 CAP 9: Acusaciones y confesiones



    El tercero en la fila fue Gureo, que hizo un ligero hechizo de luz para iluminar su camino. Parecía que Nadea ya se había acostumbrado a tanta oscuridad porque con el débil brillo que venía por detrás parecía bastarle para seguir al vampiro. 

    El túnel era estrecho con lo que sólo podían ir de uno en uno. El terreno era muy irregular y era fácil tropezarse, así que se acercaron entre ellos todo lo que pudieron. 

    Detrás del tritón se metió la resplandeciente hada refunfuñando para sus adentros. Cada vez se arrepentía más de haber ido a ese lugar. Tenía miedo. Lo admitía. Un miedo terrible. 

    Mitigada le llegó la voz de su amiga, que parecía haberle leído la mente.

    —A partir de aquí podemos relajarnos un poco. Os aseguro que en el mapa no aparece ninguna trampa —anunció Nadea animada desde su posición. 

    Y justo en ese momento la sirenita se llevó un gran susto. De improviso, sintió que se caía. 

    Una mano fría la agarró en el último segundo. Era la de Gureo, que se desestabilizó y cayó con ella por el agujero, camuflado entre las sombras, que tenían justo delante. 

    Aterrizaron en un acuífero subterráneo. Al menos el aterrizaje no había sido muy duro. 

    —¡¡¡Chicos!!! ¡¡Chicos! ¿Estáis bien? —Oyeron gritar casi histérica a Parsae cuando emergieron a la superficie. 

    —Sí —chilló Gureo con voz más aguda de lo normal. 

    Hizo de nuevo el hechizo de luz y buscó frenéticamente a la sirena. La encontró a su lado.

    —Y Nadea también —agregó. 

    Su compañera de caída bizqueó un poco ante la imprevista luz. Sus pupilas, que eran un puntito casi invisible en el iris, se abrieron bruscamente y se quejó espontáneamente del exceso de luz. Últimamente estaba más rara que nunca, pero, dadas las circunstancias, todo, en general, resultaba más extraño que nunca. 

    —¡Nadea!, ¡Nadea! —Se desgañitaba Avan —. Nadeeeeea —siguió en bucle hasta que la susodicha respondió. 

    —Estoy bien, estoy bien. Hemos caído en agua. 

    —No podemos llegar hasta el agujero y vosotros es mejor que os quedéis ahí. La altura es considerable y no os movéis muy bien en este medio —explicó el tritón haciéndose cargo de la situación —. Así que vamos a seguir hacia la misma dirección que hubiéramos seguido en el piso de arriba. ¿De acuerdo? Buscaremos como llegar hasta vosotros con el plano del rollo. No os mováis.

    Ambos seres de mar nadaron con gran agilidad hacia la orilla que había indicado Gureo. 

    —Os encontraremos enseguida —agregó Nadea convencida —. Ahora mismo miro otra vez el plano. Seguro que se me ha pasado algo. Estaremos juntos enseguida —repitió, más para darse ánimos a ella que a los demás. 

    De repente, sentía una necesidad urgente de volver junto a Avan, aunque no quería admitirlo de ninguna de las maneras.

    Por su parte el vampiro empezó a ponerse muy nervioso. Se frotó la frente y olisqueó disimuladamente el ambiente. Podía olerla, por supuesto, y notaba como se alejaba poco a poco. Y eso le llenaba de ansiedad. 

    —Creo que no eres normal y que tus intenciones son tan oscuras como tú —le acusó duramente el hada de repente —. Ni siquiera eres capaz de mirarme a la cara. ¡La vergüenza te puede! 

    —Me pueden tus brillitos —contestó airado —. Y es mejor que nos centremos en encontrar a los que llevan el rollo ¿no te parece? —argumentó de muy mal humor. 

    —Para empezar es muy sospechoso como les hemos perdido —escupió Parsae con rabia, erre que erre —. Tú ibas el primero. ¿No has visto un agujero enorme en medio del camino? 

    Aván se revolvió nervioso por la acusación directa. Era verdad, ¿por qué no había visto el agujero? ¡Si había pasado por encima! 

    —No lo sé —Se defendió débilmente. 

    Avanzó la mano hacia la cavidad, pero justo cuando iba a tocarla desapareció. Asustado retiró la mano. 

    Ambos se miraron sorprendidos. Avan tocó el lugar donde hace nada había estado el agujero y… nada. Sólo había roca. Parsae quiso asegurarse, pero cuando fue a tocar la misma roca el agujero volvió a hacerse visible. 

    —No lo entiendo —musitó el chico sombrío y volvió a alargar la mano. 

    El agujero desapareció de nuevo. 

    —No lo entiendo —Se desesperó —. ¿Qué narices pasa? 

    El Hada volvió a extender su mano y el agujero reapareció.

    —Pues está muy claro —soltó resabiada —. Esta trampa está hecha sólo para mitos —explicó muy segura de sus palabras, aunque en realidad no tuviera ninguna base real en la que apoyarse. 

    El caso es que tenía sentido y eso les bastaba a los dos en ese momento. Avan se dio la vuelta inquieto. El olor de Nadea cada vez era más débil. 

    —¡Venga chica deslumbrante! Tenemos que encontrarlos.

    Y el adjetivo no lo dijo en el buen sentido, pero Parsae se lo tomó como un cumplido y sonrió. 

    —Nos han dicho que esperemos aquí —le contestó impertérrita. 

    —Por mí puedes hacer lo que quieras —aseguró el chico tomando el camino que le indicaba su olfato. 

    Parsae, que no quería quedarse sola, saltó por encima de dónde sabía que estaba el agujero y le siguió a regañadientes. Llegaron a una intersección y Avan se metió por uno de los caminos sin dudarlo un segundo.

    —Eh, ¡eh! —le interpeló el hada corriendo para alcanzarle. 

    El vampiro ni la escuchaba. Estaba demasiado concentrado en no perder el rastro. 

    Parsae le agarró del brazo. 

    —¡Espera! —le ordenó tajante —. ¿Cómo sabes que hay que ir por aquí? 

    El chico se zafó de su agarre y continuó avanzando decidido. 

    —¿Intuición? —le contestó sin dejar de caminar. 

    —No lo creo —aseguró el hada con una expresión sombría —. No soy idiota Avan. Y tengo un don para fijarme en cosas que a otros se les pasarían desapercibidas. Me he fijado en que miras a Nadae como… como si fuera el plato más delicioso que te pudieran poner delante —concluyó Parsae reprimiendo un escalofrío —. Te lo diré claramente. A veces das miedo. Parece que te fueras a abalanzar sobre ella y no fueras a dejar ni los huesos. Eso da muuuucho miedo —concluyó en un susurro y apartando la mirada. 

    —Yo no quiero hacerle daño —protestó Avan frenando su paso —. Fue un accidente —confesó de forma espontánea sin dejar de avanzar, aunque ahora más lentamente —. Los de mi raza crean un vínculo de dependencia con alguien cuando llega el momento indicado. No es una ciencia exacta. A algunos les pasa antes, a otros más tarde… Con gente de nuestra misma raza o de una raza diferente… No es algo que se planee. Incluso, a veces, no pasa, pero es muy raro. En realidad, yo pensaba que estaría solo toda la vida, pero se cruzó Nadea… Y no quise morderla. ¡Te lo juro! 

    La expresión de angustia del vampiro conmovió a Parsae, aunque eso no significaba que confiara en él, ni un poco. 

    —¿Qué quieres decir? —le preguntó suavemente poniéndose a su lado. 

    Avan se mordisqueó el labio y ella pudo distinguir claramente el contorno de un puntiagudo colmillo. La visión le puso los pelos de punta. El vampiro dudó un poco, pero tenía la necesidad de desahogarse con alguien. Sabía que la persona que tenía a su lado era la peor opción del mundo (o casi), pero tampoco es que hubiera nadie más en ese momento. 

    Le contó a grandes rasgos el tema del alma predestinada y lo que había pasado la noche en la que mordió a Nadea sonámbulo. Sorprendentemente, el hada no le interrumpió ni una vez. Parsae sabía cuándo había que escuchar y en ese momento había que escuchar muy atentamente. 

    —Así que, básicamente, necesitas su sangre para no volverte loco —resumió a lo bruto. 

    —Supongo —le contestó el chico muy deprimido —. Pero hay una manera de romper el lazo. Sólo tengo que llevar a Nadea a mi profesor de Cultura vampírica y… 

    —¿No será una trampa para comérosla? —interrumpió escandalizada. 

    —¡¡NO!! ¿Se te va la olla? Qué crees que somos ¿Hombres lobo? —Se indignó muy ofendido Avan. 

    Menudo elemento la luciérnaga andante ésta. 

    —Esta bien, está bien —dijo conciliadora el hada, aunque a las claras se veía que no se fiaba ni un pelo del vampiro —. Pero tienes que admitir que si le chupas la sangre a Nadea tan de seguido, como dices que necesitas, probablemente acabes matándola. No tiene sangre infinita ¿sabes? Y renovarla lleva su tiempo. No sé exactamente cuánto en las criaturas de mar, pero entre las hadas creo que al menos tres o cuatro meses. 

    Avan no se había parado a pensarlo, pero en el fondo llevaba rato sospechando algo así. Entre las criaturas, lo normal es que la persona mordida adecuara la producción de sangre a las necesidades del vampiro… Pero Nadae no era una criatura. ¿Estaba desangrándola poco a poco? ¿La estaba matando lentamente? Un ligero temblor se apoderó de todo su cuerpo. 

    Tenía que acabar con todo esto cuanto antes. Le daba igual si la frontera se movía o no. Además, ¿quién decía eso? Él no tenía ninguna prueba de que fuera verdad. Había seguido a la sirena inconscientemente y se había metido en un buen lío. Su única prioridad era sacarla de ahí y llevársela al señor Banio como fuera. 

    Pero el hada que tenía a su lado tenía otra idea en mente. Le parecía que Avan era muy peligroso. Sus ojos estaban cogiendo una tonalidad rojiza extremadamente siniestra y, ¡mírale!, ¡si hasta estaba temblando! Ganas le dieron de salir corriendo de nuevo al agujero y esperar allí a sus amigos, pero también tenía un miedo terrible a quedarse sola en ese maldito lugar. Menuda situación. 

    No le quedó más remedio que seguir al vampiro, aunque, disimuladamente ralentizó su paso y caminó a una distancia prudencial, por si acaso. De todas formas, siempre podía hacerle estallar un hechizo de luz en la cara, cegarlo y huir… si fuera necesario. 

    Avan olisqueaba el aire y seguía el aroma de la sirena ignorando voluntariamente a la agobiada hada. Esperaba que la causa de sus desvelos, Nadea, no se hubiera equivocado con eso de que no había más trampas hasta la cámara principal. ¡Ya se había equivocado tantas veces! 

El vampiro se daba cuenta de que el hada se retrasaba todo lo que podía para no estar cerca de él. No la culpaba. Debía tener una pinta terrible ahora mismo. 

    —Oye —le dijo sin volverse —. Entiendo que me tengas miedo y todo eso. Tú también eres brillantemente terrorífica para mí —Intentó bromear. 

    El hada ni siquiera sonrió, aunque Avan no se dio cuenta porque no la estaba mirando. 

    —Pero creo que deberías al menos cogerte a mi cazadora. Puede haber más agujeros… o yo que sé —prosiguió sin girarse ni una vez.

    "Pues tenía razón", pensó Parsae. El hada dudó un poco y empezó a ver en el vampiro al chico solitario y muerto de miedo que en realidad era, pero sólo durante un segundo. No podía bajar la guardia. Permanecería en alerta por si tenía que salir corriendo. Se acercó por detrás y agarró con fuerza la chaqueta negra. 

    Avan no dejó de caminar en ningún momento. Estaba claro que el interés que tenía en ella era mínimo. ¡Ni falta que hacía! Pero el orgullo le escocía bastante. Iba a salvar a su amiga de las garras de este terrorífico chico aunque fuera lo último que hiciera. Y salvaría Mitos, eso también.

    Gureo y Nadea avanzaban de la mano por la caverna. No sabían quien le había cogido la mano a quien, pero ninguno tenía intención de soltarse. Ambos habían hecho un hechizo luminoso. Cuanta más luz mejor. No sabían que se iban a encontrar. Nada de ese camino aparecía en el plano del rollo. 

    Nadea la contaba a su vecino toda su aventura, más para calmar nervios que por otra cosa. No se creía que estuviera sola con él. Ni que hubiera venido a buscarla. Lo curioso es que tampoco le afectaba tanto como antes. Apenas hacía un par de días que bastaba con que la saludara de lejos para hacerla temblar de los pies a la cabeza de la emoción. Claro que ahora también estaba muy emocionada, pero había una diferencia. No sabría decir cual, pero esa diferencia existía.

    —¿Qué esa bestia te mordió? —rugió el tritón indignado cuando ella llegó a esa parte.

    —Pero fue sin querer —le disculpó enérgica —. Es sonámbulo.

    —Y eso qué. No es excusa —subió el tono cada vez más furioso. 

    Con la intención de calmarle, Nadea cambió de tema nada sutilmente. 

    —Gureo, quería agradecerte que vinieras a buscarme. No sabes lo que significa para mí —confesó con voz temblorosa. 

    El tritón paró de repente y la miró fijamente. 

    —Si esa hada no me hubiera necesitado para bajar hasta aquí nunca te hubiera encontrado —. Gureo se pasaba la mano por el pelo con furia mientras hablaba —. ¿Sabes lo desesperado que estaba? —le recriminó —. Te busqué en todas partes. Hasta en lugares de Mitosfin que no sabía ni que existían. 

    Una agradable sensación recorrió la piel de la sirenita al escuchar sus palabras. 

    —Lo siento. Soy una gran molestia para ti. Sé que me saludas por obligación y te lo agradezco, de verdad… 

    —¡Eso no es verdad! —le interrumpió aún más molesto —. Te saludo porque quiero. Porque… —El tritón dudó. 

    Nadea notó como la mano con la que cogía la suya se humedecía de sudor. 

    —Me gustas. Me gustas desde hace mucho tiempo… lo que pasa es que siempre me lo has puesto muy difícil —confesó por fin nervioso. 

    —Qué dices —exclamó la sirena mirándolo estupefacta —. No me lo puedo creer. Tú me gustaste mucho hasta…—Nadea enrojeció y se calló de golpe. 

    —¿Hasta? —inquirió el tritón con un hilo de voz. 

    —Nada —le cortó ella bajando la mirada al suelo. 

    —Pero… —insistió exigente. 

    —¡Hasta nada! —replicó con voz aguda Nadea. 

    Gureo tenía claras intenciones de seguir con la conversión hasta sacar la verdad a la sirena, pero entonces escucharon la voz de Parsae muy amortiguada. Siguieron la dirección del sonido y llegaron a una pared inclinada. 

    —No hay salida —anunció el tritón desalentado. 

    —Pero tiene que haber una pared delgada porque puedo oírla claramente —concluyó su compañera —. Hay que gritar —Decidió de repente —. Que nos oigan. Y también buscar un punto débil. Si la pared es muy fina a lo mejor podemos hacer un agujero que nos permita salir. 

    La sirena se puso a escalar la pared con decisión y mucha torpeza, mientras gritaba los nombres de sus amigos. 

    Gureo la siguió poco convencido. Adelantó sin casi esfuerzo a su compañera y nada más tocar el techo, apareció un gran agujero. Ambos se sobresaltaron ante la nueva sorpresa. Nadae se recuperó rápido y lo atravesó la primera sin muchos miramientos. 

    “Creo que ya me estoy acostumbrando a estas cosas”, pensó resignada. Necesitaba saber que sus amigos estaban bien. Necesitaba ver a Avan. Cada minuto que pasaba se le veía más desmejorado, irritable y ansioso. ¿Se estaría poniendo enfermo? La sirena no podía evitar preocuparse por él.

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