TOMO 2: CAP 1: La espera



    Todas las noches, Avan se escapaba de casa para acudir a su cita en la frontera y, todas las noches, volvía desolado a su ataúd. Sus ojos se habían hundido en unas ojeras terribles y las venas se transparentaban en una piel que casi parecía traslúcida. El vampiro se debilitaba a ojos vista y lo único que hacía era dejar pasar los días para correr a la frontera cada noche. Seguía su rutina diaria como un zombi. Del instituto al ataúd, del ataúd a la frontera, vuelta al ataúd, vuelta al instituto… Más parecía un fantasma que un vampiro.

    Aunque intentara ocultarlo, Inizia Belladona, su madre adoptiva, lloraba todos los días preocupada por el joven vampiro. Se pasaba el tiempo buscando una cura a una enfermedad que sabía inexistente. Estaba claro lo que le pasaba al chico. Había mordido a su alma predestinada, pero, por motivos que no alcanzaba a comprender, no estaba junto a ella. Y eso era algo que no llegaba a ser mortal para un vampiro, pero sí agónico. Avan se negaba a hablar del tema. 

    Desde el día que volvió a casa extremadamente magullado y triste, tras haber desaparecido de repente y haber puesto a todo el pueblo del revés y volcado en su búsqueda, se había vuelto aún más reservado y taciturno. 

    Únicamente, las noches que escapaba para acercarse a la frontera parecía volver en sí. Por eso Inizia le dejaba ir. 

    La primera vez que se percató de sus fugas nocturnas, le siguió y vio cómo se sentaba en una roca, ilusionado, a esperar y esperar durante eternas horas. A veces se cansaba antes, otras más tarde. Siempre volvía a casa arrastrando los pies para dejarse caer en el ataúd en un sueño inquieto. 

    Saimi, el más pequeño de la extraña familia, no se había acercado a él desde el primer día de su vuelta. Le observó durante un segundo, frunció el ceño y se escondió detrás de Siliba. Era ella la que se encargaba del peque la mayor parte del tiempo. Y la única que se enfrentaba iracunda a su hermano adoptivo. No entendía lo que le pasaba. Había oído hablar del tema del alma predestinada de los vampiros, pero no sabía mucho sobre ello, ni de sus consecuencias. Para ella, sólo eran historias románticas propias de una de las razas que poblaban Oscurio. Los hombres y mujeres serpientes también tenían sus peculiaridades y no languidecían como estúpidos por ello. 

    Todos los días, se acercaba a su hermano para intentar que reaccionara de una vez y que volviera a ser el de antes. A veces a gritos, a veces con cariño y, a veces, hasta con lágrimas en los ojos. Pero Avan no salía de su bruma personal. 

    Su vecino Revi empezó a visitarlo a menudo, intentando animarle. Él sí que tenía claro por lo que pasaba al joven, pero tenía el suficiente tacto como para no sacarle el tema. Compadecía profundamente a su vecino, del que sospechaba había sido rechazado por su alma predestinada de una forma traumática. Sabía que lo único que podía hacer era acompañarle con paciencia y cariño. 

    —A lo mejor el profesor de Cultura vampírica podría ayudarte con… mmm… lo tuyo —le sugirió su vecino el primer día que fue a verlo. 

    Avan le contestó con una risa amarga y le dio la espalda, olvidando todos los protocolos de la buena educación. 

    Evidentemente, Inizia ya había acudido al profesor Banio por su cuenta desde que se dio cuenta de la situación, pero no le fue de mucha ayuda. Sólo pudo decirle lo mismo que a Avan en su momento. 

    —Pero ¡tiene que haber una solución! Tiene que haberla. Lo que sea —repetía la angustiada bruja una y otra vez, pero el profesor sólo negaba con la cabeza y volvía a asegurar que sin la chica presente sólo se podía esperar que uno de los dos falleciera para romper el vínculo.

    La vida se avecinaba muy negra para su pequeño vampiro, pero si algo tenía claro es que ella sí que iba a estar a su lado, no como la desgraciada a la que había mordido y que ni siquiera se atrevía a dar la cara. ¿No sabía lo afortunada que era por haber sido elegida por un niño tan bueno? Si algún día se la cruzaba la arañaría la cara sin piedad, la convertiría en sapo verrugoso y la llevaría a ver al profesor Banio, porque matarla ya sería pasarse, ¡pero ganas le daban! Qué clase de monstruo conservaba al lazo de sangre con un vampiro y lo abandonaba a su suerte. 

    Como que se llamaba Inizia que iba a descubrir un potente cortador de lazos vampíricos, aunque fuera lo último que hiciera en su vida. En el cónclave de brujos de la región entendieron perfectamente su situación y le dieron un permiso especial para que pudiera centrarse en su investigación.

    “Esta noche tampoco vendrá…”, pensó Avan regodeándose en su miseria, pero sin abandonar su posición. 

    —Supongo que el miedo ganó al amor por su amiga. No puedo culparla —suspiró agotado —. Tampoco es que haya encontrado ni una sola pista del paradero de Parsae. Si viene una noche… ¿Qué voy a decirle? Probablemente la atacaría como la última vez. A lo mejor no viene por eso. Me tiene miedo… —continuó lamentándose inconsolable. 

    Cada noche le costaba más y más moverse. Si la cosa seguía así llegaría un momento en el que no podría ni levantarse del ataúd. 

    Una mano en su hombro lo sacó de sus cavilaciones. Casi se cae al suelo del susto. Levantó la cabeza sorprendido y se encontró frente a frente con un ser escamoso y azul. 

    Pero no era su ser escamoso y azul. Parpadeó varias veces para enfocar la vista. Era el imbécil del amigo de Nadea. 

    —Estas hecho un asco —le dijo sin muchas ceremonias Gureo. 

    —Pues tú sigues oliendo igual de mal que de costumbre —le contestó a la defensiva. 

    —Tan desagradable como siempre, pero no he venido a tener una charlita contigo. Necesito que me acompañes —le pidió con tono urgente. 

    —Tu siempre pidiendo las cosas por favor —Se rio con sorna el vampiro —. No hay nada en el mundo que me pueda convencer para que te siga a ningún lado, pescado —afirmó con una desagradable sonrisa. 

    —Oh sí —dijo muy seguro el tritón devolviéndole la sonrisa llena de dientes —. Y se llama Nadea.

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