TOMO 2: CAP 2: La enfermedad del lazo



    Avan se frotó los labios enérgicamente. No podía creer que hubiera hecho eso. Se había sumergido en el océano con Gureo como la única fuente de oxígeno. No sólo es que no le gustaran los chicos. Es que a ESE chico lo odiaba especialmente. Estaba claro que, para los hombres pescado, el tema de besarse debajo del agua no tenía mayor significado afectivo que una palmadita en la espalda, pero para él y su raza… ¡Buf! Hasta un roce de labios significaba algo.

    El caso es que el binomio que formaban estos dos no era tan coordinado como el que formaban Nadea y Avan. Pronto quedó claro que el avance era imposible. 

    Como la cosa no funcionaba, habían tenido que salir a la superficie. El tritón le había remolcado nadando hasta la costa contraria a la frontera, dentro de los límites de Mitos. 

    Menos mal que había ido preparado. El vampiro se había vendado cada centímetro de piel y se había hecho con unas gafas de sol con cristales casi opacos para resistir tal derroche de luz, incluso dentro del agua. 

    —Nuevo plan —anunció el tritón tan tranquilo —. Será mejor que me esperes aquí. Voy a intentar traértela. Su padre la tiene vigiladísima, pero algo se me ocurrirá. 

    El chico azul le había contado que su sirena había caído presa de una rarísima enfermedad, pero no le había querido dar muchos detalles. Sólo había añadido que, al recordar cosas que le habían contado en cuentos y leyendas sobre una enfermedad del pasado que sólo se podía curar con partes de los horribles monstruos que pueblan los oscuros territorios tras la frontera, casualmente se había acordado de él. 

    Pensó que el lugar más probable en el que podría encontrarlo era en la costa dónde se encontraba la entrada a la cueva y así fue. Había tenido suerte. Aunque no había sido a la primera.

    —A lo mejor, con tus lágrimas ya es suficiente para curarla —había aventurado esperanzado el tritón cuando le hubo expuesto el problema. 

    “Como si me tengo que sacar un ojo para que se lo coma”, pensó el vampiro intensamente preocupado.

    Ahora, solo y muriendo de angustia, esperaba en la orilla de un mundo que le daba terror, como una figura lúgubre y extraña que desentonaba con los colores vivos que le rodeaban. Miraba hacia el mar guiñando los ojos. Ni las gafas oscuras podían salvarle de esos horribles reflejos. 

    Esperaba ver aparecer a su sirena con ilusión mal disimulada. El corazón le latía a mil por hora. Incapaz de estarse quieto cambiada de postura una y otra vez sin encontrar ninguna que le resultara cómoda. 

    Rogaba porque estuviera bien. Le daría lo que hiciera falta para curarla. Un ojo, ¡pues un ojo! Un riñón, ¡para ella entero! El corazón, ¡suyo era!

    En esas estaba, cuando una voz autoritaria le sobresaltó. 

    —Tú quién eres. 

    Avan se dio la vuelta y se topó con un ser que en vez de dos patas tenía cuatro. Era de piel muy morena y le miraba con unos intensos ojos negros. Parecía joven, aunque no podría asegurar nada. Era de una raza que nunca había visto antes. 

    Tras él, venía otro ser extraño. Muy alto, delgado y con orejas puntiagudas como las de un vampiro, aunque más estilizadas. Se quedó mudo de la impresión. No sabía qué decir. 

    —¡¡Primo!! —exclamó una tercera persona que apareció detrás de los dos primeros, haciendo que le lloraran los ojos. 

    Sí, era un hada. De esas que brillan horriblemente. Incluso en esa zona iluminada del mundo se hacían notar. 

—Te he dicho mil veces que no salgas de casa —le dijo al patidifuso Avan —Disculpen —Se volvió a los dos mitos —. Es mi primo Isio. Ha venido a Mitosfin a visitarme porque tiene una enfermedad en la piel y la débil luz de la frontera le viene mejor que la de Centro Brillante. Debería quedarse en casa mientras recibe el tratamiento, pero se ve que no ha tenido paciencia. 

    —Vaya, Sircio. No tenía ni idea de que tuvieras visita —dijo con voz melodiosa el de las orejas puntiagudas —. Deberías informar de estas cosas al alcalde. Ya sabes cómo están las cosas. 

    El elfo, que eso es lo que era, miró significativamente al hada, que conservó su expresión inocente hasta que ambos mitos siguieron con su patrulla sin hacer más preguntas.

    Entonces las facciones del hada se endurecieron. 

    —Tú debes ser el vampiro ese —le espetó sin muchos miramientos —. Seré breve. He estudiado vuestras monstruosas razas desde hace mucho tiempo…

    —Tampoco se te ve muy viejo —le interrumpió Avan. 

    —Eeeeh, sí. Bueno, llevo cinco años de aprendiz del señor Rafijo —Hizo una pausa efectista, pero pudo comprobar que Avan no tenía ni idea sobre quién le estaba hablando —. El archivista mayor de Mitosfin. El padre de Parsea —concluyó por fin. 

    —Ah sí —Se entristeció Avan —. Esa impertinente y sabionda hadita. 

    El vampiro se mordió el labio cabizbajo. 

    —Era una toca narices terrible, pero no se merecía ese final. 

    Algo en la expresión de su interlocutor le avisó que era mejor no seguir por ese camino. 

    —Parsae ES simplemente maravillosa —puntualizó visiblemente ofendido —. Y NO está muerta. Por cierto, yo soy Sircio, SU novio. Te habrá hablado de mí… —inquirió aún enfadado. 

    Por mucho que Avan se exprimió el cerebro no pudo recordar ni una mención a Sircio, pero no le dio tiempo a decepcionarlo, porque él ya seguía con su discurso. 

    —El señor Rafijo ha hecho muchos hechizos de localización y, aunque, aún no hemos podido conocer su paradero exacto, sabemos que, al menos, no ha dejado de existir y que se encuentra al otro lado de la frontera. 

    Avan acusó el golpe de la noticia. No podía decir que le cayera muy bien, pero se alegraba de que estuviera viva. 

    —Si estoy yendo muy deprisa o no entiendes algo, puedes pararme y preguntar —le invitó con tonillo autosuficiente al verle algo despistado. 

    “¿Es que todas las hadas son iguales de repelentes?” se preguntó irritado Avan. 

    Miró de reojo al mar y se preguntó si tardarían mucho más en aparecer. Tanto tiempo esperándola pacientemente y ahora no podía aguantar sus ganas de verla. Aunque fuera de lejos. Eso, cuanto más lejos mejor. Pero verla al fin… 

    —¡Oye! ¿Me estás escuchando? —le llamó la atención su acompañante. 

    —Sí, claro, sí —mintió el vampiro. 

    —Entonces… Estás de acuerdo —afirmó más que preguntó el hada. 

    —Sssssi, ssssupongo —contestó vacilante Avan. 

    —Excelente. Pues no hay tiempo que perder. Iré a por mis cosas y nos vamos —dijo el hada frotándose las manos. 

    —¡Qué! ¿A dónde?

    El hada suspiró ruidosamente.

    —¡Pues al otro lado de la frontera! Ya te lo he explicado. ¿Por qué no escuchas? —se lamentó Sircio exageradamente. 

    —Lo siento —se disculpó el vampiro —. Es que estoy esperando a alguien y…

    —Oh, es verdad —Cayó entonces Sircio —. Te he estado contando mi vida, aunque fútilmente como puedo comprobar, y no te he preguntado lo más importante: ¿Qué haces en Mitos? 

    Avan lo miró pasmado. 

    —¡Si no me has contado nada! —protestó —. ¿Qué le pasa a Nadea? ¿Por qué esos tritones estaban la sala del gran hechizo? ¿Por qué se mueve la frontera? ¿¿¿Qué está pasando??? 

    El vampiro se calló porque se estaba quedando sin aliento. Demasiado esfuerzo para lo mal que se encontraba. 

    —Esta bien —concedió el Hada —. Contestaré a lo que pueda. Supongo que Nadea es la sirena que metió a Parsea en toda esta peligrosa aventura. No es muy de agradecer y supongo que ha pagado el precio. Nadie sabe por qué, pero parece que está produciendo más sangre de la que necesita. No debería saberlo, pero esto es un pueblo y algo tan peculiar acaba siendo de dominio público. No hay día que no la traigan para sacarle el exceso de sangre… ¿Por qué parece que te estás alegrando de oír esto? —interpeló a su acompañante bastante sorprendido.

    Inconscientemente al vampiro se le había marcado una estúpida sonrisa en la cara. No era la enfermedad de las leyendas. El lazo vampírico sí afectaba a los mitos. ¡Claro que se alegraba! No la estaba desangrando. 

    A lo mejor había tardado algo en hacer efecto el mordisco, pero Nadea estaba produciendo sangre suficiente para alimentar… ¡pero en qué tonterías estaba pensando! Ella se horrorizaría si le propusiera toda una vida de cariñosos mordiscos. Ahora mismo, seguro que hasta le culpaba de la muert… estooo, desaparición de su amiga. 

    Rompería el lazo. Estaba más decidido que nunca. 

    —Sólo me alegro de que no sea la enfermedad de la que hablan los libros —contestó al intrigado hada. 

    —¿Eso cómo lo sabes? —inquirió curioso. Por lo visto no sabía tanto de vampiros como quería aparentar. 

    —Porque sé lo que le pasa… —Un problema de regulación de la producción, aunque era la primera vez que oía sobre algo así. Normalmente, el alma predestinada de un vampiro producía sólo lo necesario para que su organismo funcionara, según las perdidas que sufriera.

    Unos chapoteos interrumpieron sus pensamientos. A Avan se le paró el corazón cuando la vio emerger en brazos del tritón. Dios como odiaba a ese chico, pero qué preciosa estaba ella, aún con esa expresión de palidez y agotamiento. Había adelgazado mucho desde la última vez que la había visto. O eso le parecía. 

    Al verle se le iluminó la cara. 

    —¡Avan! —exclamó emocionada —. ¿Encontraste a Parsea?

    El vampiro sintió como si le echaran una gran jarra de agua fría por la cabeza. 

    —Eeeeh… no, pero con respecto a lo que te pasa te traigo una buena noticia y otra mala —contestó sintiéndose un poco culpable. 

    Nadea le escuchó con los ojos brillantes. 

    —La buena es que sé como curarte. 

    —¿En serio? —susurró esperanzada. 

    —Y la mala es que tengo que volver a morderte.

    —¡¡¡Qué!!! —rugió Gureo apretando a la sirena contra su pecho. 

    —En serio. Es el único modo —le aseguró el vampiro. 

    —Por encima de mi cadáver —escupió enseñándole los dientes a su contrincante. 

    —Espera Gureo, si lo dice es por algo —le pidió Nadea. 

    El tritón la dejó en la arena muy enfadado, pero con toda la suavidad de la que fue capaz. 

    —Tú siempre le defiendes —le echó en cara con rabia—. No lo entiendo. Te muerde. Y te trata fatal. ¿Por qué no le odias?

    Nadea le miró con los ojos muy abiertos. 

    —¿Odiarle? ¿Por qué? Él siempre ha estado a mi lado. 

    —¡¡Yo también!! —espetó Gureo intensamente dolido —. Mira, ¿sabes qué? Haz lo que quieras. Pero ya no cuentes más conmigo. 

    El tritón se dio la vuelta sin hacer caso a los gritos de la sirena, que le pedía que volviera, y se zambulló en el agua bruscamente. 

    Un silencio incómodo envolvió al trío que permanecía en la orilla. 

    —Yo confío en ti —lo rompió decidida Nadea retirándose el pelo del cuello —. Muerde —le invitó. 

    Aván sintió que le ardía la cara, aunque seguramente sólo lo notaba él porque era muy raro que a un vampiro le salieran los colores. Miró de reojo al hada que tenía cara de no saber dónde meterse. 

    —Eeeeh. Te importaría no mirar —le pidió el vampiro con cara de circunstancias. 

    —Me daré una vuelta —dijo empezando a andar de inmediato —. Pero no tardéis mucho. 

    Sircio se alejó tierra adentro a paso ligero.

    A Avan le hubiera gustado decirle a Nadea que lo haría con delicadeza y que no le iba a doler, pero habían sido muchos días de abstinencia y se lanzó a su cuello como un loco sin ni siquiera comprobar que ya estuvieran solos. 

    Nadea se encogió asustada, pero cuando el vampiro empezó a chuparle la sangre se dio cuenta de que no le dolía. Incluso notaba una sensación agradable. Sentía cómo el vampiro se iba tranquilizando poco a poco. 

    Cuando terminó, le lamió la herida con delicadeza. Nadea se puso intensamente colorada. 

    —No me chupes, cerdo —protestó sofocada. 

    —Te estoy curando, pescado —le contestó un Avan sonriente. 

    Parecía que le hubieran cambiado por otro. Hasta tenía un poco de color en las mejillas. 

    —Te he echado de menos, mosquito —se le escapó espontáneamente a la sirena. 

    —Yo a ti nada de nada, maldita loca —aseguró Avan poniéndose nervioso de repente. 

    —¿Pues si no me has echado de menos por qué has venido a buscarme?, quiso saber ella un poco picada. 

    El vampiro sintió como la sangre se le subía a las mejillas. Se estaba poniendo visiblemente rojo. Nadae nunca le había visto así. 

    —¡Te has puesto colorado! —exclamó asombrada. 

    —¿Yo?, qué va. Lo que pasa es que tu enfermedad te hace delirar —se defendió a la desesperada. 

    —Pero si ya me has curado. No puede ser eso. ¡Te has puesto rojo de verdad! —se burló cariñosamente. 

    Avan se tapó la cara avergonzado mientras la sirena reía abiertamente. Menudo momento estaba pasando. 

    Y así los encontró Sircio. 

    —¿Ya os habéis puesto al día? Bien, bien —carraspeó un poco incómodo y sorprendido. 

    Ante él estaban los dos totalmente recuperados, al menos aparentemente. Con lo mal que estaban hace un momento… 

    “Parece como si la enfermedad de ambos estuviera relacionada”, pensó con puro interés investigador. 

    —Cómo le iba diciendo al monstruo… —comenzó. 

    —Eh, ¿quién es el monstruo? —se indignó Avan, pero el hada continuó hablando sin hacerle caso. 

    —Hemos detectado a Parsea cerca de la frontera, pero en el lado oscuro. El señor Rafijo está planeando una incursión para ir a buscarla. Ha pedido ayuda a la guardia de Centro Brillante, pero yo soy del parecer que si esos seres oscuros la tienen prisionera sería mejor una incursión más…. modesta. 

    —Oye, ¡te estás pasando! Que la gente de mi mundo es encantadora —protestó muy ofendido Avan. 

    No iba a dejar que insultaran a la Señora Belladona (había hecho muchísimo por él), ni a sus hermanos, al resto le daba igual que los pusieran verdes. 

    —Está bien —concedió el hada —. Admito que quizá estoy prejuzgando contando sólo con la información recogida en un puñado de documentos, pero tienes que admitir que lo que le acabas de hacer a esa sirena ha sido bastante espeluznante. 

    Ambos volvieron a enrojecer violentamente. 

    —¡Lo hace sin querer! —Volvió a defenderlo Nadea —. Es que es sonámbulo. 

    Avan se apartó de ella profundamente avergonzado. 

    —Bueno, ahora no estaba dormido… —puntualizó con un hilo de voz. 

    —Sí —corroboró Sircio —. Yo le veo bien despierto. 

    —El caso es… —agregó la sirena entonando con fuerza cada una de las sílabas —, …que lo ha ce sin que rer. 

    ¡Cualquiera le llevaba la contraria! Podía parecer dulce y amable, pero menudo genio se gastaba. Y eso lo sabía bien el vampiro.


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