TOMO 2: CAP 3: Comienza el viaje



    Sircio no quería perder más tiempo del necesario. Tenía planeado hasta el más mínimo detalle. Al menos, hasta el más mínimo detalle hasta que se adentraran en terreno desconocido. Y, hasta el más mínimo detalle sin contar con sus improvisados compañeros de viaje.

    Llevaba preparando lo que iba a ser una incursión en solitario para rescatar a su amada desde que el señor Rafijo la sintió. Avan y Nadea lo iban a retrasar un poco, pero valía la pena si así conseguía un guía que conociera de primera mano el lado oscuro.

    El problema iba a ser colarlos hasta la sala del portal, otro de tantos grandes secretos del Archivo Mayor de Mitosfin. 

    Destacaban demasiado. Y él sólo era uno de los muchos becarios del Archivero Mayor. Eso sí, el más destacado y brillante. Y proveniente de una de las mejores familias. De otro modo, ¿cómo hubiera sido posible que le eligieran para ser el compañero matrimonial del mayor tesoro del señor Rafijo?

    Su mente se llenó de la luminosa imagen de su amada. Era tan graciosa, bella y encantadora… ¡Es!, se recriminó a sí mismo. Sigue siendo. Y muy pronto, las cosas volverían a la normalidad y estaría de nuevo a su lado, observándole con admiración, como siempre.

    Sus manos recorrieron la suave tela de una de las túnicas que colgaban frente a él. Eran las que usaban los archiveros como signo de identidad. Él aún no tenía ninguna, porque no ostentaba todavía dicho rango, pero en ese momento se disponía a hacerse con dos por medios no muy ortodoxos. 

    Nadie vigilaba la lavandería del Archivo de Mitosfin, así que iba a ser muy fácil tomar prestado lo que necesitaba. A pesar de ser un pueblo pequeño tenía el archivo de documentos sobre la frontera más importante de todo Mitos. Claro que, hasta hace muy poco, se suponían que lo que allí guardaban eran antiquísimos documentos de las leyendas y cuentos populares de una época muy remota. 

    Tras la extraña aventura en la que su queridísima Parsae desapareció, el contenido de los textos cobraba otra dimensión. Ahora revestían algo de verdad en ellos. Lo cual era extremadamente preocupante. 

    Los habitantes de Oscurio eran monstruos temibles que trajeron una devastadora enfermedad a Mitos. Fue una suerte que se decidiera separar ambos mundos. Aunque, el joven investigador ardía en deseos por descubrir que más había tras el Gran Hechizo. 

    Seguro que había mucho más que lo que se contaba en los documentos que allí se guardaban. La historia sólo está contada desde un punto de vista. Le encantaría conocer otros. Tendría que preguntar a Avan al respecto. Seguro que en su tierra tenían leyendas diferentes.

    Perdido en sus pensamientos se hizo con túnicas de una talla aproximada a la de sus compañeros de viaje y dejó la lavandería con el sigilo de los ladrones. No le hacía gracia caer en tretas tan bajas, pero las circunstancias lo obligaban.

    Estaba seguro de que una gran incursión, como la que pretendía llevar el Archivero Mayor al otro lado, sólo pondría en peligro la vida de su adorada. Tenía claro que era una decisión surgida del terror a lo desconocido, pero él contaba con una baza importante: un ser del otro lado como aliado.

    Con los “disfraces” en su poder se dirigió hacia su casa. Sólo los archiveros tenían derecho a ocupar una de las celdas del magnífico edificio del Archivo Mayor y él aún no pertenecía a tan insigne cuerpo de eruditos. 

    El edificio era demasiado magnífico para un pueblo tan pequeño y simple como Mitosfin. Pero tiene su lógica que esté situado aquí por su proximidad a la frontera. Después de todo es el mayor y más importante archivo de documentos sobre la frontera que existe en todo Mitos. 

    No hay muchos documentos que custodiar y estudiar, porque casi ninguno ha sobrevivido hasta nuestros días, pero cada uno de ellos reviste un valor incalculable como elemento histórico y cultural. 

    La información de la que disponían sólo incrementaba el miedo que todos los mitos tenían implantado a fuego en sus conciencias hacia la frontera y sus misterios.

    Él mismo, que era todo lógica y razón, sentía un miedo visceral ante el viaje que estaba organizando. Si no fuera por el profundo amor que profesaba a su Parsae ni se le hubiera ocurrido acercarse a la zona oscura. 

    Además, sentía que ese miedo irracional por lo desconocido se atenuaba un poco tras su encuentro con el chico que había acogido en su casa. No le parecía el peligroso monstruo que pensó que sería. Los chicos del mar lo habían descrito de dos formas muy distintas, aunque ambas versiones muy distantes de lo que cuentan los escritos de los habitantes oscuros. 

    La sirena decía que era rudo, pero muy buena persona. El tritón que era un pringado chupasangres. Había que admitir que esto último lo había podido comprobar en primera persona y le resultaba extremadamente inquietante. 

    En realidad, era un chico muy misterioso e interesante y parecía bastante legal. No había querido hablar del tema de los mordiscos, pero Sircio sospechaba que tenían fines curativos. Sólo había que ver el efecto que habían producido en Nadea. Hacía unas horas languidecía por una extraña enfermedad en su cama de algas y ahora se la veía como una rosa. Esperaba que hubiera podido engañar a su padre fingiéndose todavía enferma. No podían permitirse el lujo de levantar sospechas tan cerca de comenzar la búsqueda.

    El hada llegó al dintel de su puerta y dibujó un complicado símbolo para abrirla. Le recibió una sala muy silenciosa. El vampiro estaba escondido en la despensa. La única habitación sin ventanas. La luz de Mitos resultaba muy dañina para él y era muy incómodo estar vendado todo el tiempo.

    Si nada se torcía, esa noche la sirena se reuniría con ellos y todo daría comienzo. Sircio colocó las túnicas perfectamente dobladas en un armario. En ese momento se dio cuenta de que le temblaban las manos. Negar su miedo era una tontería. Tenía mucho, pero nada le pararía. 

    Sircio había puesto al corriente a la criatura que escondía en la despensa de muchas cosas en el tiempo que habían estado juntos. Avan le aseteó a preguntas cuando la sirena se metió en el agua para volver a su casa antes de que su padre movilizara de nuevo a todo el pueblo para salir en su busca y traerla de vuelta a casa arrastrándola por los pelos. No era un tritón violento, pero los últimos acontecimientos habían puesto su mundo del revés, lo que le había generado mucho estrés y angustia.

    Mientras esperaban el momento de poner en marcha el plan del hada, el vampiro se enteró de que los dos tritones que les habían atacado en la cueva del Gran Hechizo se llamaban Burjio y Adomar, y eran los bibliotecarios de la biblioteca de Mar del Fin. Llegaron al pueblo mucho antes que Nadea y Gureo; exhaustos, aterrorizados y balbuceando cosas incoherentes que nadie entendía. 

    Los llevaron inmediatamente al médico, que todavía está intentando averiguar qué les podía haber pasado. Cuando se calmaron aseguraron que estaban saliendo del trabajo como todos los días y de repente se encontraron corriendo como si les fuera la vida en ello. No recuerdan nada de lo que pasó entre uno y otro momento.

    Mucho después que los enajenados bibliotecarios, llegaron Nadea y Gureo, también muy afectados. Ellos contaron una fantasiosa historia basada en las leyendas más antiguas de Mitos. Todos pensaron que los cuatro estaban afectados por la misma dolencia. Alguna especie de locura transitoria. Todos, menos los estudiosos del Archivo Mayor. 

    Con el conocimiento secreto que manejaban no se tomaron a broma nada de lo que los afectados contaron, pero se estaba manejando con la mayor discreción.

    Los habitantes del pueblo submarino organizaron una incursión a la frontera para buscar la cueva. Muy pocos se presentaron voluntarios. La mayoría archiveros de Mitosfin, que usaron un hechizo para respirar bajo el agua y no necesitar la asistencia de los seres marinos. Hubiera sido muy complicado trabajar con una sirena o tritón pegado a sus bocas.

    El caso es que no encontraron nada. A todo esto, Nadea comenzó a encontrarse mal y cayó presa de la extraña enfermedad, que no era otra que uno de los efectos que le había causado el mordisco de Avan. Pero eso nadie lo sabía. El médico de Mar del Fin había tenido que recurrir al hospital de Mitosfin, más grande y con más medios que su modesta consulta, para intentar desvelar el misterio de las tremendas alucinaciones y la excesiva producción de sangre de la sirena. Aún no habían conseguido descubrir nada concluyente.

    Todo esto había levantado un temor bastante importante entre la población, que nadie quería que se convirtiera en histeria. Los cuentos sobre las fronteras se contaban de nuevo en cada casa y nadie se atrevía a alejarse mucho de los pueblos.

    Era todo muy misterioso, y el joven archivero estaba deseando comenzar la aventura para encontrar a su novia, y de paso algo que le diera la clave para desentrañarlo. Era un hada ambiciosa. Negarlo sería una tontería.

    No le había costado nada convencer a la extraña pareja para que se sumaran a su plan. Bueno, para ser sinceros, al vampiro lo había convencido la sirena poniéndole ojitos. Si es que se notaba a la legua que era un calzonazos en manos de la niña azul. 

    Sólo había puesto una condición un poco peliaguda. No quería ni un brillito en su piel de hada. Por lo visto era extremadamente fotosensible. Muy lógico viniendo de dónde venía. Y también por su raza. Los hombres lobo eran las más resistentes de las criaturas y los vampiros las más débiles en este sentido. O eso le indicaban sus estudios. Sería muy interesante estudiarle de cerca y en su hábitat natural. No podía esperar a comenzar el viaje. A pesar del miedo visceral que no le dejó pegar ojo en toda la noche. 

    Tres figuras se dirigían al Archivo Mayor en lo más profundo de la noche. A la cabeza iba un hada con el brillo apagado. Detrás se movían dos encapuchados que ostentaban los símbolos de los archiveros. Avan se agarraba a la mano de Nadea como si fuera su única tabla de salvación. Esa intensa luz que reinaba en todas y cada una de las horas le estaban desestabilizando en todos los sentidos. Necesitaba volver a Oscurio cuanto antes. 

    Las vendas y las gafas oscuras le protegían físicamente, pero anímicamente notaba importantes fisuras. Había tenido que volver a morder a Nadea, que se dejó dócilmente. Demasiado pronto. Esta vez, en vez de fortalecerla la había debilitado. Lo había notado aún cuando la sirena no lo había expresado de ninguna manera. Se mostró jovial a pesar de que el color había abandonado sus mejillas y que el mareo que le produjo la falta de sangre era más que patente. Tenía que controlarse.

    La sirena le guiaba con seguridad, aunque tampoco estaba al cien por cien en su medio. Lo suyo era el agua no la tierra dura que ahora pisaba. Había intentado hablar con Gureo, pero él se había negado a escucharla. El hada le había sugerido imperativamente que no le contara a nadie lo de su plan para ir a buscar a Parsae, así que a lo mejor era una suerte que el tritón no quisiera ni verla. Por supuesto que le hubiera contado todo y le hubiera invitado a venir.

    En la puerta del archivo, Sircio dibujó en el aire los símbolos que les permitirían el acceso. Les había dado claras instrucciones para que no hablaran, no hicieran nada sospechoso y permanecieran con la cara completamente oculta debajo de sus capuchas (cómo si eso no fuera sospechoso de por sí).

    Atravesaron la puerta tras él, que se movía con la seguridad que da caminar por lugares que te has recorrido miles de veces. No se cruzaron con nadie por los pasillos. A esas horas casi todo el mundo dormía plácidamente (o no. Cada uno dormirá como pueda o quiera. Suponemos). 

    El caso, y centrándonos en la historia que nos ocupa, es que no tuvieron problemas para llegar a la sencilla puerta a la que se dirigían. Comparada con el suntuoso estilo del resto del edificio, la puerta que tenían ante ellos pasaba desapercibida como si intentara fundirse con la pared en la que estaba ubicada. De hecho, a los visitantes les costaba mucho verla. No es de extrañar, teniendo en cuenta que tenía encima un potente hechizo de camuflaje. Hasta sabiendo a ciencia cierta que estaba ahí a veces escapaba a la vista. 

    Sircio la abrió con decisión. Y sus acompañantes le siguieron. Dentro de los muros, lejos de la luz directa del sol, Avan se sentía mucho mejor y entró con buen paso asegurándose de cubrir completamente su vendado rostro.

    —Buenas noches —saludó ceremonioso el hada. 

    Dos elfos le devolvieron el saludo expectantes. Las visitas inesperadas al portal eran algo muy inusual. Y mucho menos a esas horas de la madrugada. 

    —Nos han comunicado que se requiere la presencia de los archiveros visitantes de Frontera de Luz en su sede lo antes posible mientras estaba de guardia en sala de Gestión. Por el tono de urgencia del mensaje que he recibido he avisado a los compañeros eruditos inmediatamente, pero no creo que deba molestar a nadie más en su descanso. Éste es el mensaje —Les tendió una nota alargada sin dudar. Desde luego tenía un gran talento para mentir.

    Uno de los elfos estudió el papel con detenimiento, mientras su compañero lo miraba por encima del hombro. Lo revisó más por el procedimiento obligatorio que porque pudiera detectar una falsificación a simple vista. De todas formas, conocía al joven estudiante. En el pueblo se conocía todos, aunque fuera superficialmente. Lo había visto deambular por los pasillos muy atareado durante los últimos cinco años. Y últimamente, se había convertido en uno de los ayudantes del Archivero Mayor. No había ningún motivo para desconfiar.

    En realidad, ambos elfos podrían haberse preguntado quienes eran esos archiveros visitantes de los que no tenían noticia, pero, qué queréis que os diga, no cayeron en el detalle y les dejaron atravesar el portal sin más explicaciones. 

    Este recurso, que conectaba dos puntos alejados por medio de la magia, llevaba siglos en el Archivo y sólo se mantenía en secreto porque a nadie le apetecía responder preguntas incómodas de las que no sabían la respuesta.

    El caso es que nuestros tres protagonistas cruzaron el agujero negro que se alzaba ante ellos con una mezcla de miedo, curiosidad y esperanza.

    Lo último que escucharon antes de caer en el vacío fue:

    —Un momento. ¡Regresad! Habéis abierto el portal equivocado…

    Unos fuertes golpes le sacaron abruptamente de su inquieto sueño. Cuando logró tomar conciencia de la situación, salió de la cama a toda prisa y abrió la puerta, descalzo y en pijama. Pues de ahí venían los golpes.

    —¡Señor! Los archiveros mayores de Frontera de Luz han viajado por error a un destino muy extraño. Necesitamos su presencia en la sala del portal… 

    —¿Qué archiveros mayores? — respondió ya totalmente despejado el señor Rafijo —. No tengo constancia de ningún visitante.

    El guardia elfo lo miró con cara de circunstancias.

    —Será mejor que me cuente todo desde el principio —le pidió el archivero mayor armándose de paciencia.


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