TOMO 2: CAP 4: La oscuridad


    Nadea abrió los ojos, pero no vio nada. Una enorme oscuridad la rodeaba. Poco a poco, sus pupilas se fueron habituando a la débil luz de las estrellas y pudo distinguir formas confusas.

    —¡Ay, madre! ¡Ay, madre! —escuchó a Sircio a su lado claramente alterado —. No veo nada. ¿Chicos? ¡¿Chicos?!

     La sirena buscó el origen de su voz y le tendió la mano para intentar tranquilizarlo.

    —¡¡Aaaaaah!!! —Se sobresaltó el chico al notar el contacto —. ¡Algo me ha tocado! ¡¡Algo me ha tocadooo!!

    —Tranquilo hada —habló de repente Avan —. Somos nosotros, hombre.

    —Ya claro… Ya lo sabía, sí —contestó muy digno.

    A punto había estado de faltar a su palabra y hacer que su piel brillara como nunca. Pero se contuvo orgullosamente. Una cosa era tener miedo y otra demostrarlo, se dijo a sí mismo. “Soy el guía y debo dar ejemplo”, continuó su arenga interna. Le estaba quedando preciosa.

    —¿Dónde estamos? —preguntó Nadea con genuina curiosidad.

    Avan no reconocía el lugar. Tampoco es que hubiera salido mucho de su pueblo. A su alrededor había un pequeño claro bordeado de árboles y arbustos de muy variadas especies. 

    —Según mis cálculos y la información que he estudiado en los documentos del Archivo, tendríamos que estar en el único portal conocido por los eruditos de Mitos que se encuentra al otro lado de la frontera —explicó con tonillo de autosuficiencia el hada.

    —¿Y dónde es eso? —Insistió la sirena.

    Sircio dudó un poco y finalmente confesó que no estaba seguro del todo.

    —En los documentos que he manejado no lo especifica. Pero tampoco nos hubiera servido de mucho, teniendo en cuenta que no contamos con ningún mapa que represente el mundo más allá de Mitos —se justificó. —Para guiarnos hemos traído a tu amigo —argumentó refiriéndose al vampiro que seguía observando su alrededor con aire despistado.

    —¿Te crees que soy una brújula andante? —Protestó el aludido.

    —Bueno, bueeeeno —continuó conciliador —. Esto también lo había previsto. Tranquilos.

    El hada rebuscó en su túnica y sacó un extraño objeto con forma de flecha. Luego hizo un ademán con el brazo derecho, pero se vio bruscamente interrumpido por el vampiro, que ya se conocía el cuento.

    —No estarás intentando hacer luz de la nada o algo así, ¿verdad? —inquirió con cara de pocos amigos.

    —Eeeeeh… Pues sí… —Contestó Sircio recordando la debilidad de su acompañante y su promesa, aunque sólo se había hablado de brillos no de conjuros para iluminar el camino —. Pero una muy muy tenue —explicó gesticulando de forma grandilocuente.

    No podía ver ni sus propias manos delante de sus narices.

    —Es que no veo nada. Es la primera vez que me enfrento a la oscuridad. Llevo toda mi vida rodeado de luz. Entiéndelo —casi rogó finalmente. 

    La verdad es que la situación le ponía los pelos de punta. Muy suavemente terminó los movimientos de mano para hacer aparecer un brillo que le permitiera ver poco más allá de sus pies.

    En cambio, los ojos de Nadea ya se habían habituado a la leve luz de las estrellas y había comenzado a moverse hacia la vegetación sin pensar en nada más que en explorar el nuevo mundo en el que habían aparecido.

    —Para mí el tema de los portales ya es alucinante por sí sólo —comentó entusiasmada sin dejar de moverse —. ¡Quién podría imaginar que existía una magia tan potente que te lleva de un lugar a otro en cuestión de segundos!

    Avan la alcanzó y la frenó agarrándola del brazo.

    —Espera, que no sabemos ni donde estamos. Ni se te ocurra empeorar la situación —le rogó con pronunciado sarcasmo.

    La sirena frunció el ceño. “Será idiota”, pensó muy molesta. A punto estuvo de zafarse de su agarre y correr hacia el bosque sólo por fastidiarle, pero en ese momento, el hada dibujó un símbolo sobre el artefacto puntiagudo, que señaló en una dirección y comenzó a moverse muy lentamente. 

    —¡Vamos! —ordenó entusiasmado —. La flecha seguirá el rastro de Parsae por leve que sea.

    —No quiero saber de dónde ha sacado eso —susurró para sí el vampiro.

    —Te he oído —se molestó su compañero, que ahora dirigía la comitiva —. Es evidente que lo he cogido prestado. Cuando vuelva a casa con la preciosa Parsae, nadie reparará en detalles sin importancia como éste.

    Nadea asintió convencida y se puso al lado de Sircio, claramente impresionada.

    —Sí, claro —resopló fastidiado el chico oscuro.

    Pero acabó por seguirlos unos pasos más atrás. ¡Qué remedio!

    No anduvieron mucho hasta que una discreta edificación se alzó ante ellos. El primero en verlo fue, evidentemente, Avan, aunque les siguiera a un par de metros de distancia. En la oscuridad era el que mejor veía de lejos, como es lógico.

    Seguía enfurruñado por el poco caso que le estaba haciendo Nadea después de tanto tiempo sin verse. Ella era así. Se le cruzaba algo nuevo, se entusiasmaba y se olvidaba de todo lo demás. Ojalá se parara a pensar las cosas dos veces…

    Y aunque no quisiera admitirlo, había otra cosa que le molestaba sobremanera. Estaban en Oscurio, no sabía dónde, pero si Nimarium estaba cerca no tendría excusa para no llevar a Nadea al Profesor Banio para que rompiera el lazo por fin. No sería justo condenar a la alegre sirena a una vida de dependencia con una criatura tan patética como él… Ni con lazo de alma predestinada lograba que la chica le hiciera caso.

    Eso, en realidad, no era cierto. Nadea caminaba parloteando con Sircio, pero muy consciente de la presencia del vampiro que los seguía. Se moría de ganas de abrazarlo con fuerza y llorar por la alegría que le producía tenerlo tan cerca por fin. Pero, estaba segura de que el hosco chico volvería a esquivarla de nuevo (no se había dado cuenta de que ya no había motivo para ello). 

    Además, el sentimiento de la culpabilidad por haber abandonado a su amiga a su suerte en la cueva cuando estalló y se llenó de agua se había incrementado desde que había comenzado la nueva aventura.

    Qué le iba a decir cuando la viera. ¿Con perdón sería suficiente? Esperaba que no la odiara profundamente. A fin y al cabo el hada era su única y más preciada amiga, pero ella debía estar rodeada de gente que la adorara. En qué lugar le dejaba eso a una sirena rarita como ella.

    Con ese torbellino de emociones lidiaba la pequeña niña azul cuando escuchó a uno de los motivos de sus desvelos soltar una exclamación contenida.

    —¡Eh! ¡¡Eh!! ¡Esperad! —Les exhortó Avan con urgencia —. La flecha esa nos lleva directos a… a esa casa de piedra. ¿Es que no la veis?

    Ambos mitos se miraron un poco azorados. Sircio seguía sin adaptarse a tanta oscuridad. La luz que había invocado apenas le daba para no tropezar en el camino, pero tenía la sensibilidad suficiente como para intentar no molestar los ojos de la criatura que los seguía. Y Nadea estaba demasiado concentrada en hablar sin parar mientras rumiaba sus tribulaciones disimulando con gran maestría. ¡No podía estar en todo!

    Ella cada vez veía mejor. Seguramente porque, a pesar de vivir toda su vida en la parte del mundo con luz eterna, había nadado a lugares en los que llegaba mitigada, y por haber sido mordida por un vampiro, eso también. Quién sabe qué efectos podría estar causando los mordiscos de la criatura de las tinieblas en ella. 

    La sirena había estado tan ocupada salvando al mundo, enamorándose del chico equivocado y tratando de impresionar al hada más lista de todo Mitos, que no había tenido tiempo para darse cuenta de que sus pupilas se adaptaban con mayor facilidad a la oscuridad, que el hecho de que produjera más sangre de la que necesitaba su cuerpo era para poder alimentar a alguien en concreto y que su ansiedad por sentir la cercanía de ese alguien no era del todo normal.

    Ahora que lo había señalado Avan, podía ver perfectamente los contornos del edificio de piedra de una planta que se alzaba un poco más adelante. La flecha se había adelantado, acelerando de repente. Luego, se había parado en la puerta, que estaba entornada, y parecía estar esperándolos. 

    El corazón de Nadea se aceleró. ¿Estaría Parsea dentro? ¿De verdad iba a ser tan fácil? Sin darse cuenta había acelerado el paso dejando al aspirante a archivero que le acompañaba atrás. Lo primero que haría cuando viera a su amiga sería darle un enorme abrazo. No le importaba si la odiaba profundamente por lo que le había hecho. “Primero el abrazo, las explicaciones después”, se dijo muy nerviosa.

    —Aaaah no —Escuchó a sus espaldas un segundo antes de que algo le agarrara por detrás de la camiseta —. No creas que te voy a dejar cometer una de tus locuras.

    Era el vampiro el que la sujetaba con fuerza tirando peligrosamente de la tela. ¡Se la iba a romper!

    —¡Suéltame Avan! —protestó revolviéndose como podía, pero el oscuro chico no aflojaba su presa.

    Nadea se dio cuenta de que no conseguiría nada por la fuerza, así que se decantó por jugar sucio. Dio un salto y le plantó un rápido beso en los labios al ceñudo joven, que, de la impresión, la soltó y se cayó de culo. No sabía que le dolía más. Si las posaderas o el orgullo.

    La sirena aprovechó para escapar y correr hacia la flecha que ya se introducía por el resquicio libre que dejaba la puerta medio abierta. Se había dado cuenta de que Avan se ponía muy nervioso cuando ella le prestaba su oxígeno. Esa reacción se producía por varias razones, pero sí, una de ellas era el corte que le daba unir sus labios con los de Nadea.

    En realidad, el rápido y torpe beso también había afectado a la sirena. Era la primera vez que besaba a un chico. ¡No era lo mismo que pasar oxígeno a otra persona debajo del agua! Su cara estaba roja como un tomate y no porque estuviera corriendo como si le persiguiera el demonio. Si se hubiera parado a pensarlo no lo hubiera hecho. ¡Qué vergüenza!

    Al poco de cruzar el umbral de la puerta, que terminó de abrir con brusquedad, tropezó y se dio de bruces contra un duro suelo de piedra. 

    —¡Auuuuu! —Se quejó. Pero al darse la vuelta para ver con qué había tropezado la exclamación de dolor se convirtió en un grito de terror.

    Le faltó tiempo a Avan para levantarse del suelo y acudir en su ayuda, aunque lo que se encontrara dentro le superara en número y fuerza. Y lo que encontró le superó, pero en otro sentido.


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