TOMO 2: CAP 5: La muerte

    Los tres chicos estaban parados muy cerca de la puerta. Ninguno se atrevía a avanzar hacia el interior de la sala. Avan abrazaba a Nadea que temblaba aún de la impresión. Aunque él no se sentía mucho mejor. Le estaba costando horrores hacerse el fuerte.

    No era la primera vez que ellos dos veían cadáveres. Los brujos de la caverna submarina estaban muertos y bien muertos, pero sin sangre por medio. Los cuerpos que se hallaban en diferentes puntos del suelo estaban llenos de ella. Seca, pero sangre, al fin y al cabo, que era de imaginar que unos días atrás manaría a raudales de las feas heridas, claramente visibles.

    —¿Te está entrando sed? —Le preguntó Nadea con un hilo de voz al chico que la abrazaba.

    Sircio se puso más pálido aún de lo que ya estaba al oírla.

    —Pero ¿qué dices? —Se escandalizó el aludido —. El día que no nos pase nada horrible tengo que contarte tranquilamente el tema de la sangre y mi raza —. Le gruñó profundamente dolido—. No es una cuestión de gastronomía.

    Los tres permanecían petrificados en la puerta de acceso sin atreverse a dar un primer paso, preferiblemente fuera de la sala.

    —Yo diría que lo mejor sería buscar a Parsea —sugirió Nadea entre hipos.

        Los chicos la miraron con incredulidad.

    —A ti se te va mucho la olla —la acusó Avan al borde del histerismo y soltando un gallo que podría estar fácilmente en el primer puesto del ranking de gallos, si existiera algo así.

    Sircio carraspeó e intentó hablar, pero la voz no le terminaba de salir. Volvió a carraspear y consiguió balbucear algo que nadie entendió, pero que debía ser algo como así: “Quiero irme a casa, mamá”. 

    Nadea se separó del vampiro y se encaró con los dos, limpiándose la cara arrasada de lágrimas con las manos.

    —La flecha nos está esperando —sentenció. Y sus palabras cayeron como losas sobre sus compañeros.

    —Bueno —contestó el vampiro empezando a sentirse más enfadado que asustado —. Pues yo no la conocía tanto como para arriesgar el pellejo así. ¿No has visto que el suelo está lleno de ¡¡¡muertos!!!? —terminó su discurso subiendo los agudos a niveles que parecían imposibles de alcanzar.

    —Ejem, ejem —volvió a la carga el hada —. Me muero de miedo —confesó al borde de las lágrimas—. Pero… pero he venido por el amor de mi vida. Y eso voy a hacer —Aseguró sin acabar de moverse del sitio.

    Valientes palabras, pero difíciles de respaldar.

    Nadea respiró profundamente unas cuantas veces. Les dio la espalda a los chicos, sorteó el primer cadáver, el mismo con el que había tropezado en su precipitada entrada, y fue al encuentro de la flecha, que flotaba en lo que parecía un acceso a un pasillo.

    —Esta gente está muerta desde hace bastante. No creo que el culpable…

    —O los culpables —interrumpió Avan a la temblorosa sirena.

    —O los culpables —continuó enfadada —No creo que sigan por aquí. 

    Con paso vacilante siguió su camino con cuidado de no tropezar de nuevo, ni de tocar nada a su alrededor. A pesar de todos sus argumentos continuaba completamente aterrorizada por el panorama que se desplegaba frente a ella. Pensaba que nunca se encontraría en una situación tan espeluznante como la que vivió en la cueva submarina, pero… ¡mira por donde! El destino siempre nos guarda sorpresas.

    El segundo en moverse fue Avan que, jurando por lo bajo, siguió a la sirena muy enfadado y planteándose seriamente abandonar a los dos mitos a su suerte y buscar el camino a su casa por su cuenta.

    Sircio reaccionó enseguida. Probablemente, ante el temor de quedarse sólo en esa estancia, pero interiormente lo achacó a la fuerza que le daba su gran amor por Parsea.

    En una fila encabezada por la tenue flecha luminosa se adentraron por el lúgubre edificio. Los tres se internaron en un pasillo bordeado de ventanas, que dejaban entrar la suave luz de las estrellas, a su derecha y sencillas puertas de madera a su izquierda. 

    Afortunadamente, el camino estaba libre de cadáveres. El artefacto guía los llevó hasta el final del pasillo sin pararse en las puertas que salpicaban el recorrido. Todas cerradas. Excepto la última, la más grande de todas, y por la que se introdujo la flecha en su lento avance. 

    Nadea abrió muchos los ojos al traspasarla. Poco veía con tanta oscuridad, pero estaba segura de que se trataba de una enorme biblioteca.

    De pronto, la habitación se llenó de una suave luz que hizo bizquear a Avan.

    El agudo grito de emoción y sorpresa del aspirante a archivero taladró los oídos de los presentes. 

    —Esa luuuuz —Se quejó enfadado el vampiro.

    —Ooops. Lo siento —se disculpó el hada, pero no bajó la intensidad. No quería perderse ni un recoveco del gran descubrimiento. Como si el hecho de haber estado hacía poco en un recibidor lleno de cadáveres no hubiera ocurrido nunca, Sircio se entregó por completo a ojear, mirar, remirar, buscar, estudiar… Parecía haber sido víctima de un hechizo de enajenación que lo había desconectado de todo lo que no fuera de papel y tinta.

    Mientras tanto, la flecha viajó lentamente hasta el punto central de la estancia, se paró un momento sobre un gran dibujo en el suelo, se dio la vuelta y volvió a la puerta de acceso. 

    Avan y Nadea se miraron dubitativos. ¿Qué hacían? ¿Se quedaban con Sircio? ¿Seguían la flecha? Finalmente ganó lo último.

    —Vamos a seguir buscando a Parsae —avisó la sirena al joven hada, pero él no pareció oírla y siguió enfrascado en los documentos que tenía entre manos. Era increíble que entre tanto papel hubiera encontrado por dónde empezar. Nadae repitió sus palabras en un tono más elevando, obligándole a levantar la cabeza durante un segundo. Les hizo una leve señal de asentimiento y volvió a hundirse en su profunda lectura.

    Ella se encogió de hombros y se giró hacia el chico que aún permanecía frotándose los ojos en el acceso a la biblioteca. 

    Le agarró suavemente del brazo y lo alejó de la molesta luz.

    —Vais a acabar dejándome ciego —se quejó lastimero el oscuro adolescente.

    —Cómo te gusta llorar —se burló con una risita nerviosa su compañera mientras lo guiaba a la oscuridad del pasillo.

    Se miraron unos segundos antes de apartar la mirada azorados. Se habían puesto como dos tomates. Avan notó cómo empezaba a sentir una sed ridículamente abrasadora. Si hace un momento estaba perfectamente. Carraspeó y se apartó un poco de la chica. Aunque sabía que tenía el permiso de la sirena, le daba muchísimo corte pedirle que le dejara mordisquearle el cuello en la situación actual.

    Prefería aguantar lo que pudiera.

    La sirena también se había alejado disimuladamente de él. Sentía que se iba a morir de la vergüenza. Con lo bien que se llevaban últimamente, se lamentó. Menuda tontería lo del beso. Si en realidad, tampoco tenía mucha importancia si lo pensaba bien. 

    Por su mente se cruzó la imagen de Gureo. Cuando estaba con el tritón, el corazón parecía volar; pero cuando estaba con Avan, sentía que le pesaba como una roca. No sabía lo que significaba. Estaba hecha un lío, pero tampoco se atrevía a comenzar una conversación que necesitaba a la par que temía. 

    Qué estaría pasando por la cabeza del vampiro ahora mismo. Nadea le miró disimuladamente de reojillo. Cada vez veía mejor en la oscuridad. La luz de las estrellas que entraban por las ventanas sin postigos era suficiente para vislumbrar la figura de su compañero de aventuras. El chico se limpiaba el sudor de las manos en los pantalones mientras farfullaba algo parecido a “hmbres lobo, murciálagosss, pes… nonononono, pescados no…”

    La flecha les guió de nuevo a la entrada, llena de cadáveres. La escalofriante escena les quitó toda la tontería de un plumazo. Inconscientemente se habían acercado y agarrado de la mano. La flecha les esperaba en la puerta de salida flotando ajena a su torbellino de emociones.

    —¿Qué hacemos? —susurró innecesariamente la sirena. Los muertos no oyen y no habían encontrado más señales de que por allí siguiera alguien que pudiera amenazarles. Aunque nunca se sabe.

    Aván se pasó la mano libre por el pelo varias veces, dejándose unos graciosos pelos en punta. “Qué adorable”, pensó la sirena, olvidando durante un momento todo lo demás.

    El vampiro resopló nervioso. No quería volver a pasar por encima de los cuerpos, tampoco quería quedarse allí, ni dejar sólo al hada, que parecía haberse olvidado completamente de ellos.

    —Bueno —soltó finalmente —. Parece que la cosa esa no se va a ir a ningún sitio sin nosotros —Señaló al artefacto que los estaba guiando —. Y… Esto… Parsea, bueno, supongo que…

    —¡Parsea! —le interrumpió ella agitada. 

    Con todo el tema de Avan volviéndola loca se había olvidado de ella por un momento. Imperdonable. Desde luego, era la peor persona del mundo. No se deja tirada a una amiga por un misterioso chico y un ridículo primer beso. Tan ridículo que la sirena decidió en ese mismo momento que no contaba. 

    —Tienes razón. Tenemos que ir a buscarla A ho ra mis mo —separó las sílabas como solía hacer cuando empezaba a emocionarse. 

    Aván se echó a temblar. Conocía ese aspecto de su carácter y la cosa nunca acababa bien cuando se ponía así. También sabía que intentar hacer que entrara en razón era perder el tiempo. Así que se limitó a seguirla cruzando los dedos para que no se metieran en otro lío. Y de ser así, que por lo menos no fuera mortal la cosa.

    Atrás dejaron al joven archivista, totalmente absorbido por el tesoro de información de la biblioteca. Sircio suspiró agotado y superado por el trabajo que tenía entre manos. Había demasiado que asimilar y era tarea difícil contrastar los datos para intentar verificar cuáles podían ser fiables y cuales no. 

    Los ojos se le abrieron como platos al terminar de leer el párrafo del documento sobre magia medicinal que acababa de encontrar entre otros sobre aspectos legales de tiempos inmemoriales y datos contables. ¡Si era verdad todo cambiaba! Tenía que entregárselo al señor Rafijo lo antes posible. Junto a su hija, claro. 

    Esto iba a traducirse en un impulso enorme para su carrera. Ya estaba saboreando las mieles de la victoria. Alzó la cabeza y se vio completamente sólo. Un aguijón de miedo se le clavó en el corazón, pero el siguiente documento le distrajo la mente de ideas aciagas. Seguramente sus compañeros de viaje no tardarían en volver. Mejor sería aprovechar el tiempo. 


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