TOMO 2: CAP 6: Aullidos



    Nadea y Avan se habían internado en el bosque de nuevo sin perder de vista la flecha, que siempre se mantenía a la velocidad de sus pasos. La sirena caminaba observando todo a su alrededor con gran curiosidad. Para ella, todas esas plantas que crecían a la luz de las eternas estrellas eran tan extrañas como hermosas. 

    De vez en cuando le preguntaba cosas al chico, que éste contestaba con pocas palabras. De normal no es que fuera muy hablador, pero es que con su alma predestinada a su lado y ese sentimiento perturbador de que se estaban adentrando en un bosque desconocido sin estar muy seguros de saber cómo volver o qué se iban a encontrar, los nervios no le dejaban concentrarse en una conversación normal. No importaba mucho, porque, como siempre, Nadea ya hablaba por los dos. Era curiosa la capacidad que tenía de parlotear sin decir nada en realidad. En eso se parecía mucho a su amiga, la luciérnaga andante.

    El vampiro tenía más tiempo para pensar en el miedo que le daba todo el tema de caminar entre árboles con la flecha del hada como única guía. Ni siquiera sabía si Sircio era de fiar. Que pareciera buena persona, no significaba que lo fuera. A la mente le vinieron los falsos amigos de su vecino, el perfecto. Por delante parecían tan educados y maravillosos como el propio Revi, pero por detrás… Menudo par de rastreros.

    Lo único que le consolaba era la pequeña mano azul que tenía bien agarrada, por si acaso. Por un lado, era muy agradable al tacto (que en otra época le pareciera viscoso y desagradable ya se le había olvidado, por lo visto). Por otro, le sudaba tanto la suya que estaba seguro de que a ella lo único que podía provocarle era un inmenso asco. Probablemente, no se la soltaba más por miedo que otra cosa. 

    Evidentemente, estaba equivocado. Era la primera vez que el vampiro se acercaba a ella por voluntad propia, sin visos de pegarle un mordisco y sin el ceño fruncido. La sirena se sentía inmensamente feliz. Su único miedo era que el vampiro volviera a refugiarse en su carácter hosco y a alejarla de su lado como antaño. 

    Era consciente de que estaban en una situación como para tener un ataque de nervios y llorar como bebés, pero prefería concentrarse en lo bueno. Aunque, ahora que caía, empezaba a encontrarse mal, cansada… llevaban mucho tiempo andando, pero ella sabía que la razón no era sólo por la paliza que se estaban dando. Así que, hablando de mordiscos…

    Se paró de repente frenando el avance de su compañero al tirar de su mano. El vampiro se giró hacia ella extrañado y la flecha paró en seco.

    —¿Te pasa algo? —se preocupó enseguida.

    —¿Podrías morderme? —le soltó sin paños calientes —. Es que no me encuentro muy bien —se justificó rápidamente.

    Aván parpadeo deprisa acusando el impacto de la petición de su compañera. Se acercó con torpeza a la chica, le apartó el pelo y se quedó petrificado. Un aullido lejano le puso los pelos de punta. Ella se sobresaltó y le abrazó con gran fuerza.

    —¿Qué es eso? —exclamó asustada escondiendo el rostro en el pecho del vampiro. “Y quién me va a proteger a mí”, pensó éste angustiado. 

    Otro nuevo aullido se oyó a lo lejos. Ambos dieron un respingo al oírlo.

    —Hombres lobo —dijo entre dientes el vampiro.

    —¿Son peligrosos? —preguntó la sirenita sudando a mares.

    —Bueno, no. No sé… —contestó con vacilación y una cara de angustia que parecía desmentir sus palabras —. Hay de todo, como en todas partes… pero suelen ser… mmmm… un poco temperamentales.

    Y entonces vieron algo sorprendente. Algo que sólo podía significar una cosa.

    Nadea reaccionó al instante. Se soltó del vampiro y comenzó a correr hacia el lugar dónde había visto el resplandor. Avan tardó poco en seguirla, con el corazón latiéndole a mil por hora. Esperaba que la brillante hada no se hubiera metido en problemas con hombres lobo, aunque todo apuntaba a que sí porque ese fogonazo sólo podía provenir de Parsea. ¡Por qué tenía que ser todo tan complicado!

    La sirena se tropezó en su carrera y cayó todo lo larga que era arañándose la piel en varios sitios. El chico, que no había tardado nada en darle alcance (era de los más rápidos de su clase, algo que le llenaba de orgullo), se inclinó hacia ella para ayudarle a levantarse. 

    Pero se quedó petrificado al ver los lagrimones que corrían por sus mejillas. 

    —¿Dónde te has hecho daño? Dímelo, Nadea. ¿Dónde te duele? —le preguntó angustiado sin atreverse a moverla.

    La susodicha se retiró el pelo y le mostró el cuello bruscamente.

    —Muérdeme, por favor. Me estoy mareando. Me encuentro fatal. ¿Qué me pasa? ¿Esto va a ser así siempre?

    Avan bajo la vista avergonzado, pero no se hizo de rogar y le mordió lo más suave que pudo. En realidad, lo estaba deseando. Sólo que todo se estaba liando y no encontraba el momento. A partir de ahora, tenía que tener en cuenta también el bienestar de su compañera, se recriminó duramente.

    La culpa se hizo hueco en su corazón y no le dejó disfrutar el momento. Cada vez le parecía más urgente romper el lazo.

    —Lo siento… —susurró al terminar.

    La sirena le miró con extrañeza.

    —¿Qué sientes? Si soy yo la que te he obligado a morderme.

    A Avan le invadió la vergüenza. Estaba a punto de contarle todo el tema del alma predestinada punto por punto cuando oyeron otro aullido un poco más cerca. La flecha temblaba visiblemente frente a ellos.

    Nadea se deshizo con facilidad del abrazo de Avan y la siguió con la resolución que la caracterizaba. Ya se podía acabar el mundo (como en realidad parecía que estaba ocurriendo), que eso no la pararía.

    El vampiro se levantó con esfuerzo. Le temblaban las piernas. Sus experiencias con hombres lobo nunca habían acabado bien.

    Ambos terminaron corriendo detrás de la flecha. Él adecuó su velocidad a la de su compañera. Lo último que le apetecía era ir en dirección hacia los aullidos… Eso de las almas predestinadas era un asco enorme. 

    Algo muy peludo le cayó a Nadea encima a traición.

    —¡¡Te pillé!! —exclamó una exaltada voz infantil y, acto seguido, dejó escapar un aullido de triunfo.

    La sirena gritó de la sorpresa. Avan gritó del susto. Y el cachorrillo humanoide que se sentaba sobre el pecho de la primera gritó azorado.

    —Au au au. ¡Lo siento señora! —se disculpó avergonzado saltando ágilmente a un lado. 

    Su acongojada carita, redondita y peluda, le pareció a la niña lo más adorable y encantador que había visto nunca. Daban ganas de achucharlo hasta dejarlo sin aire. 

    —Aaaaay —gritó ella encantada —. ¡¡¡Pero que requetemono eres!!!

    Debajo del pelo, el niño se puso aún más colorado. No sobresaldría más de cuatro o cinco palmos del suelo y parecía de constitución más bien regordeta. Lo dicho, una monada. 

    Avan también sentía arder su cara. Se había asustado de un cachorro de hombre lobo. Ya le valía. Aunque sabía por experiencia propia, que tampoco había que subestimarles. ¡Menudos mordiscos daban con sus dientecitos afilados!

    La sirena se incorporó casi de un salto y le devolvió la curiosa mirada a su supuesto adversario. 

    —Qué rara eres… —soltó de repente el cánido con una tímida, aunque bastante espeluznante, sonrisa. Desde luego, tenía la boca llena de dientes puntiagudos —. Tan rara como la otra… ¡pero diferente! —determino convencido —. Que chulo tu azul.

    A Nadea sólo le faltó ronronear de placer. Era la primera vez que alababan cualquiera de sus desvaídos tonos de azul. Por eso tardó un poco en caer en lo que acababa de soltar el chiquillo.

    —¿Qué otra? —le preguntó muy interesado Avan, que no se había sentido cegado por el ego. Sobre todo, porque el niño parecía que ni siquiera había reparado en él aún. Ahora sí que lo miraba abiertamente.

    —¡Hola! Por fin alguien normal —le saludó con descaro. —la otra rarita que nos encontramos por aquí. Es mi amiga. Estamos jugando al escondite. ¿Os apuntáis? Cuando me aburro de buscar aúllo, ella hace ¡puf! Con su superpoder, veo su luz y ¡a por ella! —bajó la voz y les hizo una confidencia secreta —Yo creo que es una estrella que se ha caído del cielo. ¿Tú también puedes brillar? —Se refirió a Nadea directamente.

    La sirena negó con vehemencia.

    —No puedo, pero me encantaría ver a tu amiga. Si es quien creo, también es amiga mía. Seguro que se alegra de verme —O eso esperaba, aunque, después de la forma en la que la dejó colgada en la sala del Gran Hechizo, no podía asegurar nada

    El niño se mordió el labio un poco inquieto.

    —Pues no sé yo…

    En ese momento, una figura menuda apareció por detrás, tapó los ojos al peque y dio un fogonazo. A los que pilló por sorpresa les deslumbró en diferentes medidas. No había sido una luz muy brillante. No hace falta mucho para cegar a una criatura, y estaba claro que quien estaba detrás de esto no quería dejar daños permanentes en las corneas de nadie.

    —¡Corre Per! —Oyeron gritar a Parsea.

    Pero el pequeño hombre lobo no tenía miedo de sus nuevos amigos, le habían caído bien, y se resistió a los tirones del hada. A pesar de ser bastante más joven, tenía mucha más fuerza que ella.

    —Espera Luz, mira. Hemos encontrado una chica como tú —exclamó emocionado, dando saltitos sin moverse del sitio —¡Mira! Es azul.

    El hada miró nerviosa a la chica que tenía delante y que no había tardado nada en recuperarse de su ataque de luz. Sí que era azul, pero no se parecía a ella en nada. ¿De qué hablaba Per? 

    La sirena se puso a llorar de repente. Y Parsea la abrazó de forma protectora.

    —No te preocupes. Sea lo que sea por lo que has pasado. Ya estás entre amigos. Ellos me ayudaron a mí y seguro que te ayudarán a ti. No tengas miedo —la arrulló entre sus brazos.

    Nadea se había derrumbado por fin. Se dejó mimar un rato, antes de apartarse del pecho de la chica y mirarla a los ojos. Esa chica tenía la cara de Parsea, pero su expresión era muy extraña.

    Avan se unió al abrazo con los ojos llorosos y no sólo por el exceso de luz que había tenido que soportar.

    —Miren quién está aquí. Nada más y nada menos que la impresionante señorita brillitos —se rio con su propia broma.

    El hada le miró asombrada.

    —¿Me conoces? —le preguntó con la esperanza a asomando a unos brillantes ojos verdes.


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