TOMO 2: CAP 7: Mecanismos de defensa



    Se encontraban los cinco sentados alrededor de una mesa llena de modestos, pero deliciosos, manjares. Nadea nunca había probado nada igual. Estaba encantada de estar allí. 

    En cambio, Avan sudaba a mares. No le gustaba nada estar tan cerca de hombres lobo. Eran impredecibles. Aunque al adulto que tenía frente a él no lo sentía como una amenaza. De hecho, lo había visto antes. En el instituto, más concretamente recogiéndole del suelo. Ahora le sonreía tímidamente y, por primera vez, una sonrisa de hombre lobo no le hacía entrar en pánico (incluso la del pequeño Per le inquietaba terriblemente y sólo era un cachorro).

    —Me alegro de volver a verte Avan —le saludó cortésmente.

    El chico se quedó de piedra. ¿Le conocía? ¿Sabía su nombre? ¡Si sólo se habían visto una vez! El profesor leyó sus pensamientos en su cara con total claridad.

    —Espero que no te importe, pero estuve mirando tu ficha. Reconozco que me quedé un poco preocupado en nuestro primero encuentro.

    “Y único”, pensó el vampiro agobiado.

    —Y esta encantadora dama que nos acompaña es… —le animó el profesor a hacer las presentaciones.

    —Soy Nadea —dijo la susodicha tomando las riendas de la situación. 

    Sabía que Avan era un poco torpe con las palabras, aunque ella tampoco es que fuera experta en conversaciones, no tenía muchos amigos, pero le encantaba hablar. Eso era irrefutable.

    —Venimos del otro lado de la frontera para salvar el mundo —continuó. El profesor y el joven que le acompañaba, otro hombre lobo, se miraron significativamente. El cachorrito continuó a lo suyo sin inmutarse. Estaba jugando a saltar de un mueble a otro sin tocar el suelo. Y lo hacía con mucha habilidad, todo hay que decirlo.

    —Y dicen que me conocen. Saben cómo he llegado hasta aquí —intervino el hada —. No ha dado tiempo a que me contaran todos los detalles, pero seguro que me ayudan a recuperar la memoria… Aunque, no logro recordar nada sobre ellos, ni lo que dicen de una cueva submarina, ni mi supuesto padre… —se agobió mientras hablaba.

    Se apretó la sien con ambas manos y soltó un grito de frustración.

    —¡Por qué no puedo recordar nada! Es como si mi cabeza estuviera llena de humo negro y, cada vez que intento disiparlo, estuviera a punto de estallar.

    —No te fuerces —le pidió el joven hombre lobo pasándole el brazo cariñosamente sobre los hombros. La apretó contra su costado unos segundos y luego la soltó de su abrazo. Se levantó para recoger los cacharros sucios de la mesa y desapareció en dirección a la cocina seguido por el cachorro que apuntaba claras intenciones de ayudar a su manera.

    Avan y Nadea se miraron significativamente. Fíjate que se habían acordado de Sircio los dos a la vez. Ya habían pasado muchas horas desde que lo dejaran inmerso en los papelajos. Esperaban que estuviera bien.

    Por su parte, Nadea hacía tiempo que había comenzado a notar un escozor muy molesto por toda su piel. El hombre lobo más mayor la miró rascarse con atención. Se levantó de repente y alcanzó un paquete de sal que tenía guardado en una alacena.

    —Creo que alguien necesita un baño —sonrió a la sirena con cortesía.

    —Ay, síiii —exclamó ella visiblemente aliviada. Siguió de forma confiada a su anfitrión que la condujo a un baño y le explicó cómo funcionaba la bañera.

    Avan los observó irse con gran desconfianza. Los hombres lobo no eran trigo limpio nunca. Pero pronto se despistó con algo que le chocó a la par que le espeluznó. ¿No le estaba sonriendo el hada? Sólo ver esa sonrisa en la luminosa compañera de la sirena hizo que se le pusieran todos los pelos de punta. Lo normal eran miradas de miedo, desconfianza o desprecio. Incluso odio. Pero la Parsea que tenía delante sólo mostraba curiosidad hacia él. Incluso bromeaba con los hombres lobos, que, jolín ¡eran hombres lobo! Las criaturas más temperamentales, violentas y temidas de todo Oscurio.

    —¿Así que me conoces? —le preguntó directamente el hada cuando se quedaron solos—. Avan te llamabas. ¿No es cierto? Discúlpame. No logro recordar nada anterior a cuando me desperté en esta casa. ¿Éramos muy amigos?

    Aván carraspeó nervioso.

    —Puessss… Bueeeeno. La verdad es que no mucho… —balbuceó tímidamente.

    El hada no dejó de sonreírle animándole a continuar.

    —En realidad, no nos teníamos mucho cariño… A ti no te gustaban nada las criaturas como yo —. Parsae cambió la expresión de golpe.

    —¿Por qué? —inquirió con genuina curiosidad.

    —Y yo que sé —mintió descaradamente el vampiro. La conversación se le estaba haciendo muy cuesta arriba.

    —Cuéntame más cosas sobre mí. Los chicos se ponen muy nerviosos cuando les pregunto y me dan largas. Aseguran que es mejor que vaya recordando por mí misma, ¡pero es que no puedo! Por más que me esfuerce sólo consigo un monumental dolor de cabeza—se quejó lastimera —. A veces me vienen imágenes a la cabeza, pero no entiendo qué significan. 

    El hada se masajeó las sienes con fuerza y su cara reflejó la angustia que sentía. Debía ser muy frustrante no poder recordar ni tu nombre. El vampiro sintió un poco de pena por ella. No quedaba mucho de la arrogancia de la que hacía gala en la caverna. La persona que tenía ante él, completamente apagada física y moralmente, parecía tener poco en común con el recuerdo que tenía de ella en sus aventuras pasadas. 

    Abrió la boca para compartir lo poco que sabía con ella cuando el hombre lobo adulto le sorprendió volviendo a aparecer en escena.

    —Luz —dijo refiriéndose al hada —. Pareces cansada. Ya es tarde. Yo acomodaré a nuestra visita. Si quieres puedes irte a dormir.

    Parsae asintió disimulando un bostezo. Volvía mostrar una gran sonrisa, aunque se notaba algo forzada.

    —Eso haré —asintió dócilmente —. Jugar el escondite con Per es agotador. Disculpa Avan —se refirió al vampiro que observaba la escena en tenso silencio —. Mañana continuamos con la conversación —se despidió guiñándole un ojo y desapareciendo por el pasillo.

    El chico le hizo un rápido gesto de despedida y se quedó sentado mirándose con gran interés las uñas, mientras el hombre lobo tomaba asiento de nuevo. El silencio empezaba a pesar.

    —Avan —lo rompió el adulto —. Necesito que entiendas algo importante. Ya lo he hablado con tu amiga, la sirena.

    El vampiro levantó la cabeza sorprendido.

    —Sí, conozco la existencia de los mitos —admitió su interlocutor apartando brevemente la mirada —. Escúchame bien. ¿Piensas que la frontera se mantiene segura sola? Estoy seguro de que eres un chico inteligente y habrás llegado ya a la conclusión de que hay mitos y criaturas trabajando en colaboración para preservar la paz entre ambos pueblos. Pero no es eso de lo que quiero hablarte. Hay algo más importante ahora para ti y para mí.

    —¿Más importante que la guerra, el fin del mundo y romper el lazo? —se le escapó al aturdido chico.

    —Eeeeh —titubeó el hombre lobo —. Quería decir algo más inmediato y de más fácil solución.

    El vampiro asintió sin entender hacia dónde quería llevar el profesor la conversación. Tampoco había llegado a la conclusión de que mitos y criaturas trabajaran juntos, ni nada de nada. No es que hubiera tenido mucho tiempo de pensar con lo de la maldición del lazo, el reencuentro con Nadea y Parsae, el viaje por el portal, todos esos muertos que habían encontrado y demás imprevistos que le estaban cayendo sobre su pobre cabeza sin piedad. Pero, pensó que lo mejor era dejar hablar a su interlocutor para poder entender algo. Suponía que habría tiempo para las preguntas después.

    —Lo que quiero decir, Aván —continuó el licántropo con tono amable —. Lo que quiero decir, es que tengo la sospecha de que Luz ha perdido la memoria como mecanismo de defensa. Creo que ha vivido una situación traumática y su mente se ha cerrado para protegerse. ¿Lo entiendes?

    —¿Quiere decir que se encontró con todos esos cadáveres y su cerebro prefirió olvidar el asunto? —Avan se asustó de sus propias palabras nada más soltarlas. Notaba como el sudor caía copiosamente por su espalda y comenzó a buscar opciones de huida frenéticamente. Pero no podía irse sin Nadea. O sí y luego volver a rescatarla. Pegó un bote cuando el profesor le puso la mano en el hombro. Le miró a los ojos pensando que sería lo último que haría en vida, pero sólo se encontró con una mirada llena de preocupación.

    —Me lo estaba temiendo —se lamentó el adulto, mientras le apretaba suavemente el hombro en un gesto que quería ser tranquilizador, pero que a ojos del vampiro era extremadamente inquietante —Habéis estado en el templo.

    Era una afirmación, no una pregunta. A Aván le pareció fútil negarlo. ¿Quién era el profesor? ¿Por qué sabía tanto? Y lo más importante, ¿Qué pintaba este señor hombre lobo misterioso y aterrador en su instituto? Lo observó uno segundos temblando ligeramente. Bueno, tenía que admitir que sólo era aterrador de puertas hacia fuera. Para ser un licántropo era sospechosamente calmado y comprensivo.

    —¿Nos va a contar qué está pasando? —inquirió con un hilo de voz. Ya de perdidos al río, pensó.

    —Mañana hablaremos con más calma. Creo que ahora necesitáis más descanso que respuestas. Tenemos mucho que contarnos. Sólo te pido que no fuerces a Luz a recordar. Por mucho que ella desee recuperar la memoria, hay cosas que necesitan su tiempo —concluyó.    

    —Sí, lo entiendo. Lo entiendo. Er… Pero… Es que… —Aván ya estaba sudando a mares. No estaba muy seguro de confiar completamente en la persona que tenía delante, pero, por otro lado, tampoco quería abandonar a Sircio a su suerte. Se debatía entre contarle que habían dejado a un compañero solo o mantener la existencia del hada en secreto. ¿Por qué todas las decisiones difíciles tenían que recaer en él? Con lo poco que le gustaban las responsabilidades.    

    —¿Sí? —le animó el profesor.

    —No nada —se rindió finalmente, Avan —. Estoy deseando descansar un poco. Gracias.

    “Lo siento Sircio. Es mejor sólo que mal acompañado. Y de un hombre lobo nunca te puedes fiar. Aunque se presenten con piel de cordero”, pensó pesaroso.


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