TOMO 2: CAP 9: Escaramuza

 


   —¿Cómo se apaga este trasto? —Inquirió el elfo intentando atrapar la flecha sin éxito —. Van a descubrirnos —gruñó exasperado.

    La elfa lo miró burlona.

    —Ya nos han descubierto. Prepárate y déjate de tonterías. Algo me dice que nuestros oponentes no son carne de cañón como lo que encontramos en el templo.

    Astoni lanzó una risita inquietante. 

    —Un buen reto es lo que necesito ahora. Aunque admito que la cacería de acólitos fue divertida. 

    La elfa puso los ojos en blanco. Astoni tenía algo roto en la cabeza, pero no elegiría a ningún otro para que le cubriera las espaldas. Quitando su afición a causar dolor y sufrimiento a su paso, era un compañero de trabajo confiable. Sabía quienes eran sus amigos y los defendía a muerte. Era tranquilizador sabiendo de lo que era capaz.

    Itisa no consideraba amigo a nadie, pero tenía claro que sin gente de confianza alrededor no se sobrevivía mucho tiempo en el gremio de los cazadores furtivos.

    Desde que había comenzado la presente misión sentía que algo no iba bien. Estaba a gusto cazando criaturas en los pueblos del norte. Hacían pequeñas incursiones, fijaban objetivos que nadie echara de menos y se llevaban una pequeña fortuna por cada colmillo, escama, ojo o verruga. Con el apoyo de los mitos más poderosos era pan comido actuar desde las sombras. Un negocio redondo en manos de unos pocos. Muy lucrativo. 

    Por eso no les hizo gracia cuando los que movían los hilos decidieron cambiar los planes por otros mucho más ambiciosos para conseguir más “género”. A los que eran como ella no les quedaba más remedio que tragar y obedecer. O eso o prepararse para un enfrentamiento que no podían ganar. Estaba clara la elección. Si todo salía bien se retirarían con las manos llenas de oro.

    El único feliz con el cambio de objetivos era Astoni, un total adicto a la adrenalina. La elfa podía notar de lejos la inmensa emoción que embargaba a su compañero ante la inminente confrontación con las criaturas hacia las que les guiaba el cacharro mágico.

    Otro cambio de planes que tampoco había gustado nada a Itisa. Una cosa era buscar el maldito templo y arrasar con todo y otra que despreciaran sus habilidades en la estúpida búsqueda de una niña mimada. Si esto seguía así se olía un mal final. Sacudió levemente la cabeza para alejar todo pensamiento que no fuera concentrarse en el enfrentamiento que se avecinaba.

    Los tres jóvenes seguían como podían a su pequeño guía. Le había llevado por un estrecho túnel oculto que conectaba la casa con un punto indeterminado del bosque, muy salvaje y lleno de maleza, que ocultaba su huida a la vista de los que se estuvieran acercando. 

    —Rápido, rápido —les urgió Per moviendo sus patitas a gran velocidad.

    Avan le alcanzó sin mucho esfuerzo y le paró como pudo.

    —Espera un poco, las chicas no son tan rápidas —le instó

    —Pero sí más inteligentes —protestó picada el hada.

    Al vampiro le recordó demasiado a su antiguo yo y no pudo evitar una mueca.

    —Parsae es la persona más inteligente que conozco —añadió Nadea con una admiración que olía un poco a fanatismo. Aván suspiró. Tenía demasiados competidores con la sirena.

    Un sonido extraño les sobresaltó a los cuatro.

    —Corred, corred —chilló el joven lobito intentando zafarse del agarre del vampiro. Y casi lo consigue. A pesar de su corta edad igualaba en fuerza al chico. Pero el vampiro logró retenerlo con mucho esfuerzo.

    —Espera —le pidió de nuevo Avan a su presa —. Creo que reconozco esos gemidos histéricos. 

    Apartó la maleza seguido muy de cerca de la sirena, que no podía evitar sentir crecer la curiosidad en su interior. Mira que se había prometido más de un millón de veces no volver a tropezar con la misma piedra, pero no podía luchar contra ello. Era su forma de ser.

    No tardaron en toparse con los ojos desorbitados de un aterrorizado Sircio. Las lágrimas y los mocos empapaban su mordaza. Al principio no les reconoció y se revolvió intentando huir arrastrándose como un gusano. Pero ambos chicos le pararon intentando tranquilizarle, a pesar de que ellos mismos estaban tan asustados como el inmovilizado hada.

    Per se prestó voluntario para roer las cuerdas con cuidado cuando quedó claro que nadie era capaz de desatar los intrincados nudos de sus ataduras. El pequeño hubiera preferido estar ya muy lejos del lugar, pero tampoco quería abandonar al tembloroso chico que acababan de encontrar a su suerte.

    Sircio nunca se había alegrado tanto de encontrar a alguien en toda su vida.    

    —Creo que he mojado los pantalones —Fueron sus primeras palabras tras retirarle la mordaza. Nada más pronunciarlas deseó que se le tragara la tierra. Juraría que ese contorno que vislumbraba a la luz de las estrellas era el de su amada Parsae. 

    —Oh pobrecito —se compadeció la susodicha —. Adivino que eres amigo de mis amigos, así que eres mi amigo. ¡Oh! Que trabalenguas más divertido acabo de inventar —se felicitó a si misma sonriendo directamente al cachorro de lobo que se estaba poniendo más nervioso de lo habitual. 

    Su intención era distraerlo un poco para que se calmara, pero Per se estaba poniendo muy nervioso y olisqueaba continuamente el aire con claras intenciones de echarse a correr y dejar atrás a quien hiciera falta. 

    No dejaba de repetirse que su padre estaría bien, porque era un agente bien entrenado. El mejor. No podía ser él quien fallara. Había entrenado el plan de huida miles de veces. Aunque nunca tan acompañado. ¿Por qué no podían hacerle caso y correr todo lo que pudieran?

    Sircio por su parte sintió que algo de luz se hacía hueco en su corazoncito. ¿Le estaba mirando con compasión? Eso era mejor que con indiferencia, ¿no? De la compasión a la pasión había sólo tres letras de diferencia. ¡Era un comienzo! 

    Avan le sacó de su paraíso interior bruscamente. 

    —Espabila, Sircio. Tenemos que irnos de aquí a toda velocidad —Le sacudió sin miramientos.

    El aludido no se lo pensó dos veces y siguió a sus rescatadores sin rechistar. 

    —Espera un momento —cayó de repente —. ¿Amigo de mis amigos? ¿Me estás ignorando? —se encaró con Parsea sin dejar de correr.

    —No es el momento —le pidió Nadea casi sin resuello —. Lo hablamos cuando lleguemos a un lugar más seguro.

    —¿Me conoces? —gorjeó la chica hada feliz mirándolo con ojos brillantes.

    Sircio acusó el golpe. Algo iba mal. Muy mal. Pero Nadea tenía razón. Primero sobrevivir para contarlo y luego averiguar lo que estaba pasando. Aunque si lo que le pasaba a su novia significaba ese cambio tan agradable en sus atenciones a lo mejor no era tan malo…

    A lo lejos se oyeron unos aullidos. Per se paró en seco y se dio la vuelta con claras intenciones de volver. Pero se encontró de frente con la dulce mirada de Parsea.

    —¿Qué pasa Per? —El vampiro estaba a su lado y era quien le hacía esa pregunta con tono preocupado. Al principio, el pequeño había notado el enorme rechazo de Avan hacia él, su padre y Redo, pero ahora sólo veía una clara intención de seguirlo ciegamente dónde fuera.

    —¿Te encuentras bien? —se unió Nadea al círculo que se había formado alrededor del cachorro. Se notaba que no estaba nada acostumbrada a correr y que estaba haciendo un sobre esfuerzo importante para no retrasar mucho al grupo. 

    Per miró hacia el lugar del que provenían los aullidos, se secó las lágrimas que comenzaban a desbordar en sus ojos y trató con todas sus fuerzas de recomponerse. “Por favor, papá”, ten cuidado rogó para sí mismo.

    —Ya estamos cerca —les dijo tristemente. No podía abandonarles. 

    De improviso sintió que Parsea lo cogía entre sus brazos y lo cargaba. Ella también debía estar cansada, pero aún así lo abrazó con fuerza.

    —Yo guiaré desde aquí. Descansa mi héroe —. El niño se agarró al cuello de su amiga y lloró bajito dejándose llevar. A ella también le habían enseñado el camino hacia el refugio.

    Los hombres lobo intentaron pillar desprevenidos a sus atacantes, pero no tuvieron suerte. 

    Desde luego no eran ningunos novatos, no sólo habían sido entrenados para hacer frente a cualquier tipo de situación, también se notaba que les sobraba experiencia. En eso les llevaban ventaja. Redo había salido de la Academia apenas hacía un año. Era un buen agente, pero se notaba que le faltaba trabajo de campo. 

    Los elfos no habían tenido muchas dificultades para noquearlo. En cambio, el lobito grande les estaba dando muchos problemas. Era rápido y usaba la oscuridad y el entorno a su favor. 

    Astoni comenzaba a enfadarse y a cometer errores estúpidos. No estaba acostumbrado a encontrar tanta resistencia. Si quería un reto se había encontrado con uno de los buenos.

    Itisa, por su parte, se concentraba en que no le pillara por sorpresa y en golpear cuando encontraba aperturas en la defensa del licántropo. Sabía que la clave estaba en la paciencia y en la constancia. Esquivar y golpear. Eran dos avezados mercenarios contra un experimentado luchador. La balanza tenía que ponerse de su parte antes o después.

    Astoni estaba bastante tocado, pero no había que subestimar su resistencia. La elfa estaba segura de que podría atacar incluso si le sorprendía la muerte en medio de una batalla.

    Además, estaba segura de que la criatura también se había llevado lo suyo.

    Los ojos de la elfa brillaron en la oscuridad con regocijo. El error que estaba esperando había llegado por fin. Su contrincante estaba acusando el cansancio de un enfrentamiento prolongado. Se había centrado en dejar fuera de combate al elfo y se había olvidado por un segundo de ella. 

    Le hundió el cuchillo entre las costillas con gran satisfacción. El licántropo aulló de dolor y se revolvió con rabia, pero ella ya se había puesto fuera del alcance de sus garras, y se preparaba para el contrataque, cuando sintió el fuerte golpe en la parte de atrás de su cabeza. No le dio tiempo a sorprenderse antes de perder el conocimiento.


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