TOMO 3: CAP 6: El miedo y la pérdida


   Nadea salió del despacho cegada por las lágrimas. Corrió sin rumbo por los pasillos del desconocido edificio sin saber muy bien dónde estaría la salida o qué hacer.

    Se cruzó con muy pocas personas, porque todavía estaban en horario de clase. Un bedel intentó atenderla, pero ella lo esquivó torpemente y siguió corriendo. El trabajador siguió a lo suyo. Los alumnos no eran su problema, él sólo se encargaba del mantenimiento y no le gustaban los follones. Por eso la dejó ir.

    Pero no llegó muy lejos, porque poco después la paró un profesor. 

    —Señorita, ¿se encuentra bien? Si ha tenido problemas con algún compañero puede contármelo y seguro que encontramos una solución.

    Nadea abrió los ojos desmesuradamente. Quien se erguía ante ella con cara de preocupación era el mismísimo Aristo, pero no daba visos de reconocerla.

    —Tiene un maquillaje muy original —le comentó él intentando distraerla de lo que fuera que le angustiara —. Pero no debería abusar de él. Seguro que está mucho más guapa al natural —le sonrió amablemente.

    ¿Por qué la trataba como una desconocida? La sirena estaba tan sorprendida con el nuevo giro de los acontecimientos, que no se había dado cuenta de que el profesor se refería a que las lágrimas les estaban corriendo la pintura amarilla y dejaban a la vista pequeñas pintitas de su azul original.

    —¿Aristo? —dijo por fin.

    El profesor acentuó su sonrisa.

    —Sí, ¿está en alguna de mis clases? Discúlpeme, pero no recuerdo haberla visto antes.

    Nadea intentó limpiarse las lágrimas y lo único que consiguió fue estropear más aún su disfraz de mujer serpiente. Pero ella siguió sin darse cuenta porque, en ese momento, pudo ver el leve brillo rojo en el fondo de las pupilas del profesor, ya con el semblante completamente serio. Y le invadió un miedo, que se convirtió en terror cuando escuchó la emocionada vocecita de Per a sus espaldas.

    —¡Papá! —exclamó el pequeño con claras intenciones de correr hacia su progenitor.

    La sirena se dio la vuelta con toda la rapidez de la que fue capaz y le gritó a su amigo que se fuera. El niño se quedó clavado en el sitio sin entender nada.

    Desgraciadamente, ella seguía siendo extremadamente torpe fuera del agua y sintió como Aristo le agarraba de la muñeca con más fuerza de la necesaria, mientras un gruñido amenazador surgía de su garganta.

    Justo en ese momento sonó el timbre que indicaba el final de la clase y los pasillos empezaron a llenarse de alumnos. Casi todos hombres lobo porque era una zona especializada en asignaturas propias de esa raza, como “Gestión del temperamento” o “El noble arte de la caza sin despedazar a la víctima”.

    Algunos saludaron a Aristo, que no había soltado a su aterrorizada presa. El niño aún permanecía inmóvil entre la marea de estudiantes que se cambiaban de aula, charlaban alegremente o buscaban cosas en sus taquillas.

    —¡Eh! Tú eres la amiga sobona de ese pringado —afirmó Estervio al verla —¿Te has perdido? Tranqui profe que ya la acompaño yo a su clase. Es que es nueva, ¿sabe?

    El joven lobo se quedó mirando fijamente la garra con la que sujetaba Aristo a Nadea, que no se atrevía a moverse.

    El profesor la soltó de golpe y se volvió hacia el chico.

    —No hace falta caballero. Ya le acompaño yo —se ofreció amablemente. Como si nunca hubiera perdido la calma.

    —Pero profe, ¿Y su clase? —puntualizó el joven lobo ya bastante mosqueado con la situación. Otros alumnos empezaban a sentir curiosidad hacia lo que estaba pasando.

    —Cierto —simuló caer en la cuenta el profesor con una sonrisa encantadora, aunque en sus ojos aún se podía ver el casi imperceptible punto rojo —. Per —se giró hacia el niño —. ¿Te vienes conmigo? Es mi última hora y luego podemos irnos juntos a casa…

    —No gracias, papá —rechazó el niño tragándose las lágrimas —. Mejor te espero fuera. En la clase me voy a aburrir.

    Forzó una sonrisa, pero por la expresión de su padre sabía que no había colado. Bueno, de ese sujeto que se parecía a su padre, pero estaba muy claro que no lo era.

    —Está bien —cedió Aristo —. Luego te busco.

    Esto último les sonó claramente a amenaza al lobito y a la sirena.

    —¿Qué narices le pasa a ese? —preguntó al aire Estervio cuando lo vio desaparecer por la puerta de una de las aulas—. ¡Y qué te ha pasado a ti! Tienes media cara azul —puntualizó mirándola fijamente.   

    Por mucho que buscó a Nadea, no logró encontrarla por el instituto. Avan preguntó a algunos compañeros, pero nadie supo decirle nada, sobre todo, porque nadie la conocía y no sabían a quién se refería. 

    Decaído, volvió a casa con la esperanza de encontrarla allí, pero tampoco tuvo suerte.

    Sólo se le ocurría un sitio más dónde buscarla. La frontera.

    Y hacia allí se dirigió a toda la velocidad que le permitían sus piernas.

    Todavía le quedaba un trecho para llegar cuando vio el resplandor. ¿Parsae? ¿Había vuelto? ¡Genial! Más problemas. 

    Decidió acercarse con sigilo por si acaso se trataba de otra hada. Problemas los justos y poco mortales, a ser posible.

    Pero estaba casi seguro de que se trataba de la repelente luciérnaga. Seguro que había venido en busca de su amiga. Vaya pareja de mitos locas formaban esas dos. Sobre todo, Nadea. Ella la que más. Todavía le dolía el bofetón, pero aún más el corazón.

    No tardó mucho en oír el parloteo de la irritante hada. No había venido sola. Avan apretó los labios cuando vio quién la acompañaba. Como odiaba a ese chico pescado.

    —Tú plan me parece estúpido —le decía en ese momento el tritón a su acompañante.

    —Nada de lo que yo haga o diga será estúpido nunca —protestó indignada el hada sacando algo de una bolsa protegida con magia.

    Era un sencillo plano dibujado a mano que procedió a agitar delante de las narices del chico azul.

    —Vengo preparada. ¿Ves? Cuando estuve aquí vi varios mapas y esto es lo que recuerdo. Estoy segura de que llegaremos al pueblo sin problemas. Es esta X de aquí —Señaló muy ufana apoyándose en la roca en la que Avan se había sentado tantas veces a esperar a su sirena.

    El vampiro decidió salir al encuentro de los mitos. No eran peligrosos. Bueno, puede que Gureo un poco. Pegaba fuerte el condenado.

    El hada pegó un chillido y aumentó su brillo inconscientemente cuando notó su presencia. Menos mal que Avan ya se esperaba algo así y se protegió los ojos con la mano.

    —Si es el monstruito —escupió con desprecio el tritón —¿Os van bien las cosas, par de raritos?

    Estaba claro que no había superado el abandono de la sirena y que iba a hacer daño. Llevó la vista más allá del vampiro, seguramente esperando encontrarla.

    —¿Y Nadea? —preguntó por fin —. No es que me importe, que conste —añadió irritado.

    —Pues pensé que la encontraría aquí —habló el vampiro desalentado.

    —¿La has perdido? —se preocupó el hadita.

    —Yo lo mato —apretó los dientes y los puños el tritón.

    —¡Basta! —le paró Parsae —. Te recuerdo que Avan es nuestro amigo.

    —¡Será tuyo! —negó Gureo cada vez más exaltado.

    Parsae le puso una mano autoritaria en el pecho al tritón y le habló con tono duro.

    —Gureo, estoy en deuda contigo. Una gran deuda. Podrás pedirme lo que quieras cuando quieras, aunque sea algo tan degradante como que te sirva de farolillo el día de la fiesta de las ánimas, o que haga fuegos artificiales con mi magia para tus amigos. Pero ahora mismo, me estás obligando a ponerme seria. Dijiste que sólo me acompañarías hasta aquí. Ya hemos llegado y ya te puedes ir. Cuento con encontrar a Nadea para que me lleve de vuelta cuando haya acabado con lo que he venido a hacer aquí.

    El tritón la miró un segundo entrecerrando los ojos. No había podido negarse después del trágico relato que le regaló la chica en la puerta del instituto. No era un desalmado. Y estaba claro que su función en el plan ya había terminado, pero, por mucho que le reventara, estaba preocupado por la sirena. No podía evitarlo. Irse ya no le parecía tan urgente.

    Pero Avan se le adelantó al tomar la palabra.

    —¿No has venido a buscar a Nadea? —le preguntó desconcertado al hada.

    —Estoy segura de que ella está en maravillosas manos contigo. Con un chico tan apuesto como tú a su lado no me necesita para nada —le aduló descaradamente. El vampiro la miró con desconfianza. Algo iba a pedirle seguro. Miró a Gureo en busca de alguna pista, pero éste seguía perdido en sus tribulaciones. Irse o quedarse, esa era la cuestión. Como él lo veía, las manos de Avan eran las peores para cuidar de su Nadea. Que no supiera ni dónde estaba ya era prueba suficiente.

    —Qué quieres —soltó el vampiro directo al grano.

    Las lágrimas asomaron a los ojos del hada. Parecían sinceras, pero el oscuro chico no apostaría nada por ellas.

    —Avan, mi padre se está muriendo —Afirmó finalmente —. Tiene la extraña enfermedad que asoló este mundo hace tantos años y que sólo se cura con partes de criaturas. Pensé que a lo mejor tú, podrías ayudarme…

    —¿Quieres mis lágrimas o algo así? —se ofreció solicitó y sintiéndose culpable por dudar de ella ahora que sabía el motivo de su visita.

    Parsea se echó a llorar finalmente y ambos chicos acudieron a consolarla agobiados.

    —No, Avan. Las lágrimas no sirven —sollozó —.Tiene que ser algo más característico de cada raza y tiene que provenir de un donante vivo. 

    Avan tragó saliva al comenzar a hacerse una composición de lugar de lo más siniestra.

    —¿Te… te valdría con un colmillo? —ofreció tímidamente.

    —¿Me darías unos de tus colmillos? —se sorprendió Parsae recrudeciendo sus lloros —. Yo… yoyoyo… Siempre he pensado lo peor de ti. Yo, no sé, yo… Lo siento, lo siento… —comenzó a balbucear entrecortadamente.

    Gureo la abrazó para reconfortarla.

    —¿Le darías un colmillo? —repitió el tritón mirándole de una forma muy extraña —. Creo que yo también tengo que disculparme… —Entonces recordó cómo el vampiro había mordido salvajemente a Nadea y su expresión se endureció —. En realidad, no tengo que disculparme por nada, maldito depravado. Pero estoy dispuesto a una tregua. No me caes bien, pero tengo que reconocer que no eres tan despreciable como pensaba.

    Avan puso los ojos en blanco y aceptó la tregua. Podía vivir sin un colmillo. No veía que fuera para tanto. Era una seña de identidad importante para su raza, pero, él ya era uno de los raritos del instituto de todas formas. Y no creía poder crear un lazo con nadie más que no fuera Nadea, aunque ya la hubiera perdido y supiera que era un amor imposible, así que ¡para qué lo quería él! Eso sí, estaba seguro de que la extracción sería dolorosa.

    Suspiró resignado y se dirigió al tritón. Esperaba no arrepentirse demasiado de lo que iba a hacer.

    —Venga Gureo —lo animó señalándose uno de los colmillos—Dame un puñetazo bien fuerte aquí.

    El aludido se quedó blanco y abrió la boca anonadado.

    —¡Ni de broma! —protestó —No voy a golpearte. Tiene que haber maneras mejores.

    Dejó de abrazar a su compañera y se cruzó de brazos con gran determinación.

    —Por favor Gureo —le rogó Parsae.

    —No tengo vocación de dentista —volvió a negarse—. Y si no le rompo el colmillo ¿Qué? Un puñetazo directo con toda mi fuerza a lo mejor no es buena idea—razonó. Siempre había pensado que romperle la cara al bicho raro sería un placer, pero no en esas circunstancias. Era un tritón con principios morales sólidos.

    —Se me ocurre otra opción —pensó el vampiro, aunque su razón le decía que era mejor dejarlo correr.

    Pero su conciencia no le dejaba abandonar al padre de Parsae a su enfermedad sólo por miedo al dolor.

    —Es un asco de opción, no me va a gustar y encima me toca otra vez meterme en el pueblo en ropa interior —se lamentó.

    Sus acompañantes no sabían cómo interpretar eso último, pero eran todo oídos.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Índice Mitos y Criaturas

TOMO 1 CAP 1: Luz y oscuridad

TOMO 1 CAP 10: Oscura desesperación