TOMO 2: CAP 10: Fogonazos y sentimientos



    —¿De verdad no te acuerdas de mí? —volvió a interrogar cansinamente el hada a la causa de sus desvelos.

    —No va a cambiar mi respuesta por mucho que me hagas la misma pregunta una y otra vez y otra y otra y otra…

    —¡Vale! Vale. Ya lo pillo —cortó el chico sin saber muy bien como tomarse ese giro en los acontecimientos.

    —Es tu querido novio —Intentó ayudar Nadea con gran emoción. Avan la miró nervioso. A saber qué historias se estaría montando en su loca cabeza. En ese momento, empatizaba con Sircio. 

    Él también tenía sus propios problemas amorosos y podía entenderlo. Era totalmente desesperante ver como la mujer de tu vida fijaba la atención en todos los que la rodeaban menos en ti. Bueno, tenía que admitir que eso tampoco era del todo cierto. Ahora mismo, le había lanzado una miradita que casi hace que le dé un infarto. 

    El vampiro se apoyó sobre sus rodillas ocultando la cara. Estaba seguro de que se había puesto como un tomate y, aunque, dentro de la madriguera era muy posible que nadie se diera cuenta, prefería asegurarse y esconder su vergüenza.

    Parsae les había guiado hacia un espacio un poco despejado y había descubierto la entrada a una gran madriguera oculta dibujando símbolos en el aire. Vamos, el método de siempre. El vampiro, que nunca se había interesado en la magia, empezaba a acostumbrarse a ella. 

    En Oscurio, solo hechiceros y brujos tenían la capacidad de controlarla. Por mucho que él agitara el dedo, no pasaría nada. En cambio, todos los mitos eran capaces de hacer cosas extraordinarias como hacer aparecer escondites de la nada. Inicialmente, la entrada estaba oculta entre arbustos y maleza, pero cuando Aristo se la enseñó a la mitos adolescente, ésta tuvo la buena idea de añadirle un poco de magia.

    —Ooooh. ¿En serio? —contestaba en ese momento la aludida a la aseveración de la sirena, mientras prendía una ligerísima luz de la nada —. ¿Estás muy enamorado de mí? —le preguntó directamente muy emocionada.

    —Mucho —contestó Sircio sin atisbo de duda, aunque con un deje de amargura que no pasó desapercibido a ninguno de los presentes.

    —¿Y ella de ti? —metió de lleno el dedo en la llaga el lobito.

    El chico hada tardó un poco en responder.

    —Mucho también —aseguró tras unos reveladores segundos. Avan lo compadeció de corazón.

    —Seguro que cuando vuelva su memoria se acuerda de lo mucho que te quiere —intentó arreglarlo la sirenita.

    El sollozo del chico hada les pilló a todos desprevenidos.

    El niño lobo se abrazó a él entendiendo mal su reacción.

    —Mi papá vendrá y ya no habrá peligro —intentó consolarlo frotando su cabecita en el hombro del chico —. No tengas miedo.

    —Por favorrr —. Chilló Nadea —. Muero de amor. Pero que ternura de niño—prosiguió uniéndose al abrazo.

    —Ssssssh —le pidió silencio su amiga —. Que el hechizo es de ocultación. No de insonorización.

    La chica hada comenzaba a sentirse muy incómoda con la situación y decidió que lo mejor era cambiar de tema. La suave luz que había creado para poder ver algo dentro del refugio le permitía distinguir claramente las caras de circunstancias de ambos chicos.

    Avan se había incorporado y miraba a la sirena con incredulidad y rabia. Mientras que Sircio no sabía muy bien cómo reaccionar a lo que estaba viviendo en ese momento.

    Y, en cuanto a ella, no recordaba al chico que aseguraba ser su novio. Ni parecía sentir nada por él, más allá de la necesidad de protegerlo, incluso de sí mismo. Pero nada muy diferente a lo que sentía por el pequeño Per, si tenía que ser sincera. 

    Lo que no podía negar es que le invadía una gran curiosidad por él y la relación que habían tenido en el pasado. ¿De verdad había estado loca por él? Todo apuntaba a que no. Pero había algo en la búsqueda desesperada de su afecto por parte del pobre chico que removía una parte de su corazoncito… ¿lástima quizás? Al menos la charla le había servido para tranquilizarse un poco. Moría de preocupación por los hombres lobos que habían dejado atrás. “Por favor, por favor, que no les haya pasado nada malo”, rogó para sus adentros.

    —Bueno. Vale ya. ¿No? —soltó repentinamente el vampiro tirando de Nadea hacia él y apartándola del desolado hada —. Que todos estamos en el mismo barco —se quejó malhumorado.

    No dejó claro si se trataba de los asuntos de mal de amores o de la huida que estaban protagonizando, pero ella se lo tomó por lo segundo.

    —Tienes razón —convino la sirena acariciándole suavemente una mejilla. Avan le apartó la mano irritado. “¿Y su abrazo qué?”. El pequeño Per debió pensar lo mismo, porque saltó sobre Nadea y se tiró encima del chico dispuesto a repetir la operación de consuelo por achuchamiento con él. Avan no pudo evitar reírse y acabó acariciando la cabeza del niño torpemente. 

    —Gracias, amigo. Ya me siento mucho mejor —disimuló mirando a hurtadillas a la sirena que se sentaba a su lado. Como siempre, no le hacía caso a él. Miraba embelesada al peludo chiquillo. En realidad, se moría por abrazar al vampiro, pero estaba segura de que recibiría otro espantón de su parte. Menudo carácter más difícil tenía.

    —Oye, Per —susurró Avan casi a la oreja al peque—. ¿Tú sabes algo de lo que está pasando aquí? 

    El interpelado se sentó entre él y Nadea y se mordió nervioso el labio.

    —Puesss… —comenzó dubitativo —. En realidad, no mucho —admitió —. Sé que mi padre trabaja en una orden secreta. Pero me enteré hace poco y él no me cuenta nada. Estoy seguro de que nos trasladamos a Nimarium por algo de su trabajo, porque tengo que jugar a que Redo es mi hermano, pero, en realidad, no lo es. Aunque a mí me gustaría mucho que lo fuera.

    —¿Y te ha contado algo de un templo o de la frontera? —prosiguió Avan con el interrogatorio.

    —Para. Le estás agobiando —saltó Parsea protectora.

    “Cada vez se parece más a su antiguo yo”, pensó fastidiado el vampiro.

    —No sé nada de ningún templo. ¿Qué pasa en la frontera? —preguntó el pequeño rascándose la cabeza y adoptando una postura muy graciosa.

    —Seguro que nada. Todo va a estar bien cuando Aristo Y Redo vuelvan a por nosotros —dictaminó su amiga el hada, mientras le lanzaba una dura mirada al vampiro. “Ya empezamos”, suspiró el aludido.

    De repente, Parsea dio un respingo y se abrazó a si misma sollozando y pegando un buen susto a todos.

    Sircio se acercó a ella solícito.

    —¿Qué te ha pas…? —El hada se abrazó temblorosa a su cuello sorprendiéndole. Pero enseguida se repuso y empezó a disfrutar de la sensación de ser abrazado por la chica de sus sueños. Aunque el hecho de que temblara y llorara desconsoladamente le estropeaba un poco el momento.

    —Luz ¡Luz! —gritó Per removiéndose inquieto —. ¿Qué te pasa? ¿Has tenido una visión? ¿Estás bien? ¡Luz!

    —Seguramente acaba de recordar a Sircio —argumentó el vampiro rencoroso por la amonestación que se acababa de ganar de ella y atacando al más inocente. El aludido le lanzó una dolida mirada de reproche. 

    —No tiene gracia —siseó entre dientes.

    —Tienes razón, perdona —reculó Aván arrepentido.

    Parsea intentó recomponerse con gran esfuerzo.

    —Creo que esta situación me está superando —dijo entre hipidos y sollozos. Se secó las lágrimas que le caían por la cara con el borde de la camiseta bajo la atenta mirada de sus compañeros —. Me ha venido una imagen terrible de un montón de sangre por todos sitios y mucha gente tirada por el suelo —gimió muy afectada —. Ha venido y se ha ido muy rápido. No sé dónde era. ¿Es algo que he vivido?

    Nadie se atrevió a responderle de inmediato. ¿Qué le iban a decir? ¿Que algo así era lo que se habían encontrado ellos al llegar, aunque con menos cadáveres y sangre?

    —Tranquilízate —le intentó consolar el vampiro desde su sitio —. Las cosas hay que recordarlas enteras para ponerlas en contexto. A lo mejor es algo que has leído…

    —O sí que lo has visto —interrumpió Sircio intentando ser de ayuda —. De hecho…

    —O no lo ha visto —barbotó precipitadamente la sirena—. Yo misma confundo sueño con realidad a veces —. Rio nerviosa. Ella también había sido advertida por Aristo del trauma que podría haber sufrido su amiga.

    —Pero que estáis diciendo, si eso…

    —Decimos que no hay que intentar dar sentido a una imagen suelta que nos viene de repente, así sin más —insistió Avan pronunciando exageradamente cada sílaba y fulminando con la mirada a su compañero de aventuras.

    —La verdad es que lo que me está poniendo de los nervios ahora es el sobeteo al que estás sometiendo a mi espalda —se quejó Parsae separándose del hada sin miramientos.

     —Yo, yo, yo… Sólo quería… —El pobre no sabía dónde meterse.

     Parsae sonrió débilmente. Era muy divertido meterse con él. Y demasiado fácil como para resistirse. Además, mejoraba su humor ponerle nervioso. Y tenía la impresión de que él también lo disfrutaba de alguna manera. Estaba tan ansioso por llamar su atención que se conformaba con ser víctima de sus bromas.

    Estaba claro que Sircio la adoraba. La chica hada se separó un poco más de él. Lo mejor era no darle esperanzas.

    Los flashes que le llegaban de vez en cuando la llenaban de terror. El peor de todos era uno en el que, en realidad, no veía nada. Pero la angustia y el miedo la atenazaban hasta dejarla sin respiración. No veía nada porque la oscuridad era total y se agarraba con desesperación a alguien que la guiaba muy despacio. No sabía qué hacía allí ni hacia dónde iba, sólo que, si se soltaba, moriría. Menuda pesadilla. Sólo que no eran malos sueños, porque estas visiones extrañas le llegaban despierta. Esperaba que no fueran recuerdos reales.

    —Avan, Avan —llamó la sirena con voz cansada —. Empiezo a encontrarme mal —Cerró los ojos con fuerza y los volvió a abrir. Tenía mala cara —¿Podrías morderme un poco?

    Se hizo un silencio total. El aludido se puso rojo como la grana y se removió inquieto. 

    Casi a la vez, el lobito se puso a bailar en su asiento y a chillar feliz.

    —¿Es tu alm…? —Avan le tapó la boca a la velocidad del rayo. El niño, pensando que era un juego, le chupó a traición. Pero el vampiro no retiró la mano. Se acercó a su orejita y le susurró todo lo bajo que pudo:

    —Es un secreto.

    —¿El qué es un secreto? —preguntó con mala leche Sircio. Todavía le escocía la pullita de antes.

    —Se te ha oído desde aquí —contribuyó a su angustia Parsae —. Hay muy buena acústica en la madriguera… ¡ah!

    La chica hada se volvió a abrazar a sí misma. Le había llegado otra imagen aterradora. Un chico con colmillos afilados y ojos rojos que la miraba de forma amenazadora. Se apretó con fuerza las sienes. No podía ser. No podía ser. Conocía a ese chico. Era buena persona…

    —Oye, Avan. Habías dicho que no éramos amigos. ¿Verdad? —preguntó de repente. El aludido se sobresaltó.

    —Eeeeh. No. No te caía muy bien —corroboró.

    La chica hada empezó a respirar con dificultad. Sircio intentó atenderla, pero sólo consiguió llevarse un buen empujón y que ella intentara alejarse todo lo posible. Aunque eso fue un poco difícil, porque tampoco tenían tanto espacio en el escondite. ¿De qué conocía en realidad a esos chicos? Sólo sabía lo que ellos mismos le habían contado. 

    —Per, ven aquí —gritó histérica. El lobito la obedeció por instinto. Sircio la agarró de una de las muñecas y ella se revolvió rabiosa. El niño le pegó un mordisco sin pararse a pensar en lo que estaba pasando. Confiaba en Luz, pero mordió flojito porque también le caía bien Sircio.

    —Auuuuu —chilló el damnificado —. ¿Me has mordido? ¿Por qué me has mordido?

    —No seeeee —lloriqueó el pequeño.

    —Parsea, tranquila, ¿qué te pasa? —intentó calmarla el vampiro desde la distancia. No se habían llevado bien, pero esa reacción le parecía exagerada. ¿Qué clase de recuerdo le había sobrevenido? Si hasta le había salvado la vida una vez.

    —No os acerquéis más —chillo ella buscando la salida frenéticamente —. ¡Corre Per!

    Nadea se apoyó contra el pecho del vampiro.

    —Avan, me estoy mareando.

    El vampiro tenía claras sus prioridades, así que recogió el pelo de la sirena y le mordió con suavidad justo en el momento en el que Parsea se daba la vuelta para agarrar al niño.

    —¡Aaaah! —chilló horrorizada —. ¿Pero qué haces? ¡¡Monstruo!! ¡Suéltala!

    Por supuesto, no le hizo caso y siguió sorbiendo con delicadeza. Le agobiaba la situación y le preocupaba la chica histérica, pero lo primero era lo primero. Nadea no acababa de estabilizar la producción de sangre. Él encantado de morderle el cuello todas las veces que hiciera falta, pero esa dependencia no era normal. Entre criaturas la “víctima” tenía un momento de desestabilización de un par de días y luego sólo producía la sangre que el “agresor” le fuera quitando. Hacía ya mucho del primer mordisco y Nadea seguía “enferma”. Romper el lazo se hacía cada vez más urgente.

    —No es lo que crees —Oyó que le decía Sircio a Parsea —. Ella lo necesita para no ponerse mal. Espera, por favor. 

    Avan notó como tiraban de él con urgencia, pero no con la fuerza suficiente como para apartarlo de la sirena, que se quejó un poco cuando notó que los colmillos se removían.

    —Espera Parse. Suéltale. En serio que esto no es nada malo —se sumó el más pequeño y peludo del grupo. La chica los miraba a todos como si se hubieran vuelto locos.

    —Le está haciendo daño —se exasperó.

    —Puede parecerlo, pero sólo le drena la sangre que le sobra… —comenzó a explicarle el hada, pero Parsea soltó al vampiro, saltó por encima de Sircio y se dirigió rápida hacia la salida tirando de Per.

    No se iba a quedar ahí para acabar llevándose un mordisco también.


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