TOMO 2: CAP 11: El fin de una búsqueda


    Parsae se dio de frente contra un ser de luz y cayó hacia atrás gritando de terror. La persona luminosa la abrazó antes de que tocara el suelo. 

    —¡Mi niña! Por fin te encuentro —Ella se resistió un poco, pero acabó por ceder al abrazo. El olor que le llegaba era muy familiar y le hacía sentir segura.

    El pequeño hombre lobo aulló del susto y volvió a meterse en la madriguera.

    —Rápido —chilló —. Nos han encontrado. Hay una salida al fondo.

    —¿Y Parsea? —Se preocupó el chico hada.

    Pero el lobito ya había saltado por encima de sus compañeros y se dirigía directo al estrecho túnel en el que acababa la madriguera.

    —No cabemos por aquí —se desesperó Avan.

    El niño lobo se había introducido por el estrecho pasadizo y en su alocada huida ya no escuchaba a nadie. El vampiro miró a Nadea y calculó proporciones durante un segundo. Luego la empujó por el túnel sin miramientos, pero ella se revolvió con fuerza inusitada.

    —Ni sueñes que me voy a ir sin ti —siseó muy enfadada.

    —Nadea, que no hay tiempo para discutir —se enfadó también él empujándola con todas sus fuerzas.

    —Que noooo —la sirena se agarró con desesperación a su camiseta, deformándola.

    —Sueltaaaa yaaaa —lloriqueó Avan. No era fácil guardar la compostura entre tantos sinsentidos y peligros inminentes.

    —¡Esperad! —les gritó el chico hada agarrándolos a los dos —. Creo que son gente del Archivo.

    Todos se callaron y agudizaron el oído. Per ya hacía tiempo que había desaparecido por la angosta vía de escape.

    Podían escuchar claramente los sollozos de Parsea y una voz masculina que la consolaba con dulzura.

    —¡Es el señor Rafijo! —exclamó emocionado Sircio, pero un segundo después una sombra de duda le cruzó el rostro.

    —Estamos salvados —chilló Nadea apartando como pudo a los chicos y saliendo tan rápido como le permitió su torpeza de mito de agua en tierra firme (o en tierra subterránea). Llevaba un rato que entre el malestar que le estaba produciendo su dolencia y el principio de claustrofobia que comenzaba a sentir necesitaba aire urgentemente.

    —Espera… —intentó detenerla Sircio, pero era muy escurridiza y se le escapó.

    —¿Qué pasa? —le preguntó el vampiro.

    El chico hada hizo un ademán de comenzar a hablar, luego pareció arrepentirse, arrugó la nariz, se pasó una mano por la frente, hundió los hombros y finalmente dijo con voz cansada.

    —Nada, seguro que no es nada. No me hagáis caso.

    —¿Estas completamente seguro? Mira que con todo lo que nos ha pasado no subestimo ni el más mínimo detalle, ¿eh?

    Sircio se mordió el labio, pero, se sintió muy ridículo con sus estúpidas sospechas rondándole por la cabeza. En realidad, no tenía nada concluyente. Él no era así. Siempre había necesitado evidencias. Hasta había aceptado las rarezas de su compañero, el vampiro, y dado la vuelta a todas las creencias populares que le acompañaban desde niño sobre gente como él, porque no había visto ninguna evidencia que apoyara esa mala fama que les rodeaba… No. Era una tontería preocupar a sus compañeros por algo tan nimio. Además, casi la mitad del grupo ya estaba fuera… Sólo iba a crear más pánico con sus estúpidas sospechas.

    —Nada, nada. Es que, con tanto peligro de muerte, y eso, me he vuelto un paranoico. En serio, no me hagas caso. Si tuviera algo importante que decir ya te lo diría.

    Avan, no quiso insistir, pero tampoco se quedó muy tranquilo. Miró a la salida desconfiado. No tenía otra opción que salir y que pasara lo que tuviera que pasar.

    Fue el último en abandonar la madriguera. Tuvo que taparse los ojos, porque fuera se encontraban unas cuantas hadas brillando en todo su esplendor. Tanta luz hacía que le ardieran los ojos. Unas manos con un tacto un poco resbaladizo le cogieron del codo izquierdo. Mientras que, por la derecha, alguien más alto le sujetaba del hombro.

    —Tranquilo Avan —oyó que le decía la sirena abrazándose a él —. No te destapes los ojos. Yo te guío.

    —Les pediré que mitiguen la luz. Vuelvo enseguida —añadió Sircio, que era quien le había puesto la mano en el hombro. 

    El vampiro se sintió mejor que en mucho tiempo. Tanto que se le escapó alguna que otra lágrima de nuevo. Intentó disimularlas tapándose la cara completamente. La sirena le acariciaba suavemente el brazo para consolarlo. No es que ella estuviera en muchas mejores condiciones, pero ya se sabe eso de que sólo pierde los nervios el que puede permitírselo y si alguien los pierde antes que tú, te toca hacerte el fuerte.

    Sircio intentó cumplir con su tarea, pero nadie le hacía caso. No entendía por qué debían bajar la intensidad de su luz por mucho que el pobre se desgañitara hilando un argumento tras otro sobre el respeto a otras razas y costumbres. Las hadas que le rodeaban como quien oye llover.

    —Aaaah. El joven rebelde Sircio… —Oyó la voz de su más alto mando a sus espaldas. Un escalofrío lo recorrió de los pies a la cabeza. El tono no era muy alentador.

    Se dio la vuelta para encontrarse con el Señor Rafijo que tenía cara de pocos amigos. 

    —Me has hecho perder mucho tiempo y recursos con tus travesuras —aseguró con voz afilada y tranquila.

    El aludido tragó saliva ruidosamente.

    —Sircio ha venido a rescatarme. Es un héroe —le defendió Parsea vehementemente. 

    Se sentía un poco culpable por haber pensado lo peor de él hacía sólo un momento. El chico hada pasaba del rubor salvaje al blanco de la leche en cuestión de segundos. Empezaba a dolerle el estómago.

    —Cariño —le cortó su padre de forma autoritaria—. No te metas en conversaciones de adultos. Entiendo que has pasado por un calvario, pero no hay excusa para perder las formas.

    Los ojos de la chica hada se encendieron de furia.

    —Disculpe señor que dice que es mi padre, pero no me voy a quedar callada ante esta injusticia. Le digo que este chico…

    —Ya basta —la interrumpió su progenitor sin necesidad de alzar la voz —. Esta aventura te ha sentado muy mal. Necesitas descansar. Ya hablaremos en casa.

    Luego volvió a dirigirse al joven al que defendía su hija a capa y espada.

    —En cuanto a ti. Entiendo que el amor por mi hija te ha cegado. Te tengo como uno de mis estudiantes con mayor potencial, pero tus acciones no pueden quedar impunes. Cuando volvamos al Archivo Mayor te recluirás en una de las celdas para invitados y se decidirá tu castigo. Ahora tenemos cosas más importantes de las que ocuparnos.

    Y sin añadir nada más, cogió a su hija del brazo y la subió en una plataforma sobre la que se montó él mismo. Bastaron unos pocos símbolos dibujados en el aire para que comenzara a flotar y moverse suavemente. El resto de los integrantes del grupo los siguieron en procesión.

    —¡Au! Estate quieto bicho.

    Escucharon Avan y Nadea que decía con rabia uno de los integrantes de la comitiva. 

    La sirena enfocó su mirada hacia el lugar del conflicto y reconoció al pequeño Per que intentaba escapar del fuerte agarre de un soldado. Pues eso es lo que parecían la mayoría de los elfos que los acompañaban.

    —Ahora vuelvo —le soltó al desvalido Avan dejándolo solo ante el peligro. No muy lejos la escuchó gritar.

    —¡Eh!, ¡eh! Señor. Suelte a mi amigo. Le está haciendo daño.

    El soldado la miró ceñudo.

    —¿Una sirenita aquí? —pregunto extrañado.

    —Sí, señor —le contestó ella muy digna —. La mejor amiga de la hija del Señor Rafijo, para ser exactos. Y el niño que portas tan descuidadamente, también es uno de sus mejores amigos. Yo diría que te la estás jugando…

    El soldado rio con ganas.

    —¿Esta bestia? ¿Amigo de la hija del señor Rafijo? ¡Esa sí que es buena! —se carcajeó abiertamente —. Como mucho su juguete.

    Nadea abrió la boca indignada, pero la volvió a cerrar. Normalmente la liaría parda por un insulto tan gratuito. Pero había dejado a Avan sólo y le urgía volver a su lado lo antes posible. Decidió que, siguiéndole el juego al rudo elfo, sacaría más que enfrentándolo.

    —Pues lo que he dicho —alegó muy digna —. El juguete preferido de Parsea. Se le va a caer el pelo como lo dañe. ¡Se le va a caer el pelo! —enfatizó abriendo mucho los ojos.

    El soldado no se lo pensó mucho. Llevaba un tiempo llevándose los mordiscos de la horrible fiera que habían atrapado cuando cubrían la salida trasera de la madriguera. Aún nadie le había dicho qué hacer con la bola de pelo con dientes.

    Ni siquiera le habían explicado mucho acerca de su misión más allá de la frontera. Sólo volvería a respirar tranquilo cuando la maravillosa y brillante luz de Luminos le acariciara la piel. Desde que les habían convocado a toda prisa para cruzar una extraña puerta mágica con este siniestro destino, todo había sido un poco caótico.

    Le soltó el bicho a la mito rarita y se sacudió las manos en el uniforme. 

    Per corrió a abrazar a la sirena con la cara llena de mocos y lágrimas. Juntos volvieron con Avan, que ya no estaba solo. Sircio le guiaba despacio y disimuladamente lejos del pequeño ejército.

    —¿Dónde estabas? —le soltó bruscamente y a modo de saludo Nadea al hada, haciéndole pagar el mal rato que acababa de pasar.

    —Ssssssh —le chistó el chico nervioso —. No llames la atención —le rogó con susurros.

    La sirena obedeció inquieta. Desde el encuentro con el soldado. La cosa le empezaba a oler fatal. Per seguía lloriqueando pegado a su pierna.

    —Seguidme despacio —siguió susurrando el chico hada —. Vamos a rezagarnos disimuladamente. Nadea finge que te has hecho daño en una pierna o algo.

    La sirena empezó a cojear de inmediato. En realidad, nada de eso parecía ser necesario, porque todos seguían el carro mágico con más ganas de abandonar la oscuridad y volver al hogar que en fijarse en lo que hacían los niños que habían salido de la madriguera. Su único objetivo ya estaba a salvo: la hija del señor Rafijo.

    Cuando el hada estimó que se habían alejado los suficiente, se giró hacia sus amigos con intención de explicarse.

    —Creo que Avan y Per van a estar más seguros lejos de nosotros. No me preguntéis por qué, pero me da que el Archivo Mayor tiene algo que ver con los elfos que me atraparon y, puede, no sé, a lo mejor… con los cadáveres del templo.

    —¿Qué cadáveres? —preguntó el lobito con un hilo de voz.

    Sircio puso cara de circunstancias. Había metido la pata hasta el fondo. Nadea abrazó con cariño al niño. Nadie sabía qué decirle.

    —En nuestro camino encontramos un templo con algún que otro muerto. Nada más. No te preocupes —intentó tranquilizarle la sirena. Los chicos pusieron los ojos en blanco, pero no dijeron nada. Seguramente no lo hubieran hecho mejor.

    —¡Atended! —les pidió imperativo el hada —. Esto es importante. No estoy muy seguro, pero el tema del templo, de esos elfos con malas pintas y todo lo que oí cuando estaba en sus manos… Sospecho que hay mitos traspasando la frontera con no muy buenas intenciones. Así que tú y tú, ya podéis correr —señaló a las dos criaturas.

    —Yo me voy con ellos —decidió rotunda la sirena.

    A Avan se le llenó la cabeza de miles de argumentos a favor y en contra, pero terminó pensando que lo mejor era que le acompañara a romper el maldito lazo de una vez. Además, se necesitaban mutuamente hasta que se arreglara el tema.

    —Tú también vienes. ¿Verdad, Sircio? —preguntó Per con los ojos brillantes.

    —Eeeeh, no. Yo tengo que seguirles. Intentaré que no reparen en vuestra ausencia y… además… está Parsea.

    —Pero no te pasará nada. ¿No? —Insistió.

    Al hada le enterneció el corazón que el niño se preocupara tanto por él. Ojalá Parsea hiciera lo mismo. Le acarició la cabeza solemnemente y con tono pomposo le aseguró que él era uno de los estudiantes más prometedores del Archivo Mayor y que estaría estupendamente… Y que se fueran de una maldita vez. No quería que los pillaran, pero tampoco le hacía gracia poner mucha distancia entre el grupo de mitos y él para luego recorrerlo solo.

    Así se despidieron y cada uno tomó el camino contrario. Sircio rumbo a Mitosfin y el resto hacia Nimarium. La buena noticia es que Per se conocía el camino. La mala, que no estaba precisamente cerca.

    El vampiro cargó con Nadea para ir más rápido. A su favor tenían la velocidad de ambas criaturas y que se movían mucho mejor en la eterna noche de Oscurio.


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