Tomo 2: CAP 13: Hacia Nimarium

    Los fugitivos tardaron mucho en llegar a Nimarium. Tuvieron que parar a descansar a mitad de camino pese al miedo a ser atrapados. 

    Aunque todo parecía indicar que nadie les había echado en falta. El caos de la precipitada incursión de los mitos y su nula adaptación al medio jugaba a su favor. Seguramente no daban importancia a lo que pudieran hacer o dejar de hacer unos niños.

    Ahora se encontraban muy cerca del pueblo. Era cuestión de tiempo que empezaran a cruzarse con gente y que llamaran su atención, no por lo sucios que iban, sino por cierta sirena cuyo azul destacaba más que un faro en el océano.

    —Toma Nadea. Ponte esto —le pidió Avan pasándole su cazadora con capucha.

    Aún así, se le veían claramente las piernas. El vampiro se exprimió el cerebro intentando buscar una solución al problema. Atraer atención no les había traído nada bueno hasta ahora. 

    —Vamos a tener que esperar a la noche para entrar en Nimarium —suspiró el chico.

    La sirena bajó la cabeza apenada.

    —A mí me encanta tu color —opinó el niño lobo muy convencido. Ella le sonrió agradecida. Cada vez que Per alababa el color de su piel era como una caricia en el alma. A nadie más parecía gustarle.

    —No es cuestión de que sea bonito. Es que aquí nadie tiene ese color —argumentó el vampiro.

    —¿Y si decimos que es un disfraz? —se le ocurrió al pequeño.

    —Un disfraz va a necesitar —pensó Avan en voz alta —. Pero de mujer serpiente. Creo que si le ponemos pintura amarilla en la piel disimularemos sus escamas de pescado…

    Nadea se estaba poniendo intensamente colorada. ¿Por qué tenía que tener una piel tan fea? A Avan le parecía pegajosa y desagradable. Se mordió el labio apenada.

    El gesto no le pasó desapercibido al vampiro. Ya era difícil que no lo notara porque la estaba mirando directamente para decidir cómo camuflarla. Pero lo malinterpretó como gesto de angustia. Dudó un poco, pero acabó abrazándola. A él le había sentado genial el abrazo de Per en la madriguera. Aunque, ¿a quién intentaba engañar? Ahora que tenía bufé libre de mordiscos buscaba su contacto siempre que su timidez se lo permitía.

    —Tranquila. A partir de ahora vamos a estar a salvo. La señora Belladona no dejará que te pase nada. Es la mejor persona que he conocido nunca —Ella se dejó mimar encantada. Había que aprovechar esos fugaces momentos de efusividad vampírica antes de que volviera a fruncir el ceño y la apartara de un empujón.

    —¿Quién es la señora Belladona? —preguntó Per.

    —Es mi madre —aclaró Avan. Ahora que pensaba en ella se daba cuenta de lo mucho que echaba de menos sus cuidados, aunque a veces se pasara y acabara agobiándolo.

    —¿Y por qué la llamas señora? Yo a mi madre la llamaba mamá —A los dos jóvenes se les encogió el corazón. Ese pasado sugería una historia muy trágica sobre los hombros de un niño tan pequeño.

    —Es que no es mi madre de verdad —le explicó el vampiro apartándose de Nadea y sentándose al lado del chiquillo, que no perdió la oportunidad de acomodarse sobre sus piernas —. Viví hasta los 10 años en un orfanato y, cuando pensé que ya era imposible que nadie se interesara por alguien como yo, apareció ella y nos acogió a Siliba y a mí. Mi hermana adoptiva es aún mayor que yo.

    —¡Yo también te hubiera adoptado sin dudarlo! —exclamó de repente el niño lobo.

    —¡Y yo! —le secundó la sirena al borde de las lágrimas.

    —Eeeeeh… Muchas gracias, chicos, aunque os prefiero como mis amigos —logro mascullar el chico algo cortado y muy emocionado. 

    Nadea sintió una pequeña punzada en el corazón. “Amigos”, pensó. “Lo ha dicho él. Somos amigos”. Y no supo si lo que sentía era decepción, tristeza o alegría de que por fin admitiera que le caía bien. 

    Pero no podía ser egoísta. Ambos habían pasado por situaciones muy tristes. Tristes de verdad. No como ella, que podría ser un bicho raro o una sirena tonta, pero tenía unos padres que la querían. No la comprendían, no la aceptaban como era, pero la querían y la cuidaban. Ahora mismo, eso le parecía un tesoro. Sólo pensar en perder a alguno de los dos hacía que se le encogiera el alma. Esperaba que estuvieran bien. Los echaba de menos. Aunque seguro que su padre estaría fabricando unos grilletes para su vuelta. Menudo castigo le esperaba.

    —Oooooh, que buenísima idea se me está ocurriendo —exclamó Per mientras se removía inquieto sobre las piernas de Avan.

    —¡Para, para! Que me haces daño —se quejó el vampiro.

    —Perdona, pero ya sé como entrar en el pueblo sin llamar la atención —anunció muy ufano —. Le das tus pantalones a Nadea y problema solucionado.

    —¡¡Pero como voy a ir en calzoncillos!! ¿Se te va la cabeza? —exclamó el aludido muerto de vergüenza —. Mala idea, malísima idea.

    Pero al final fue lo que hicieron. Se morían de hambre y sed. Buen acicate para dar una oportunidad a planes ridículos como el de Per. Avan iba delante, muy enfadado y muerto de la vergüenza. El resto le seguían. 

    Él era el único que se conocía bien el pueblo. El niño lobo lo había pisado poco desde que llegara a la región, meses atrás, y para la sirena era su primera visita. Una lástima que no pudiera ver mucho más allá de las puntas de sus pies. Y ni eso, por los pantalones le quedaban larguísimos. Y un poco anchos. Se los tenía que subir a la cintura cada dos por tres. Y eso que llevaba los suyos propios debajo y algo abultaban. 

    El niño lobo la guiaba algo torpemente tirando de la chaqueta, que también le quedaba bastante grande a la sirena. Iban despacio porque la pobre se tropezaba cada dos por tres. Milagrosamente aún no había caído cuan larga era. 

    Llamaban muchísimo la atención. Justo lo que querían evitar. Pero nadie les interceptó el paso más que con algún que otro saludo dirigido a Avan. Sobre todo, cuanto más se acercaban a la casa.

    —¿Ese no es uno de los chicos de Inizia? —oyó que le preguntaba una mujer serpiente a una bruja.

    —Sí, menudas pintas —se rio la segunda. La otra tardó poco en imitarla.

    Avan se sintió arder.

    —¿Podemos ir más rápido? —pidió exasperado, aún sabiendo que lo que pedía no era posible. Entre la escasa luz de las estrellas y la capucha que le tapaba media cara a Nadea le estaba costando un mundo cada paso.

    —Qué raro que no esté en clase —prosiguió la conversación la bruja sin molestarse en bajar la voz.

    —Seguro que le están gastando una inocentada a él y al otro niño —opinó su interlocutora.

    —Si es así, el otro niño ha tenido más suerte que él —contestó la mujer serpiente entre carcajadas —. Por cierto, ¿Quién será el otro? Por la figura yo diría que es Bisinio. Su madre lo niega, pero es evidente que tiene un crecimiento tardío —agregó con lengua viperina.

    Afortunadamente los caminos de ambos grupos se alejaban cada vez más y pronto dejaron de escuchar las burlas de las mujeres.

    —Bueno —anunció Avan al resto —. Ya hemos llegado. Vamos a entrar directamente por la ventana de mi habitación…

    —Yo soy muy mala escalando —se lamentó Nadea.

    —A mí se me da muy bien. Soy buenísimo trepando a cualquier sitio —presumió a su vez Per.

    —Nada de escalar —desilusionó el vampiro al niño lobo —. Mi habitación está en el sótano, como es lógico. Los vampiros tenemos costumbre de dormir en la zona más oscura y apartada de la casa.

    El estómago del chico rugió como un trueno.

    —Y lo primero que vamos a hacer cuando entremos en la casa va a ser comer —decidió haciéndose eco de los deseos de todos.

    Y después… después descansarían y sería el momento de llevarle a Nadea al profesor Banio. Por fin iban a romper el lazo. Era lo que estaba esperando desde que se la encontró sobre él aquel día aciago. Sí, lo estaba deseando… o no…


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