Tomo 3: CAP 1: La urgencia


    Sircio no tuvo que esperar mucho para conocer su castigo por robar la flecha mágica y cruzar un portal de teletransporte sin permiso. La vehemente defensa de Parsae suavizó la pena, pero, aún así, fue muy doloroso para el hada verse expulsado de su puesto y roto su compromiso con la hija del Archivero Mayor.

    Volver al seno familiar en esas circunstancias iba a ser duro, pero no menos que perder todo su futuro y al amor de su vida.

    El señor Rafijo ni se molestó en hablar con él después de aquella vez en Oscurio. Cuando volvieron de la expedición secreta, lo retuvieron en una celda, sin permitirle volver a su casa ni hablar con nadie más que con sus interrogadores, hasta que le notificaron la resolución. Con tan mala noticia a sus espaldas, el aprendiz de archivero fue invitado a recoger sus efectos personales y abandonar el edificio lo antes posible. 

    Había intentado dar pocos detalles sobre sus amigos. No le quedó más remedio que nombrar a Nadea y a Avan, puesto que le acompañaron en su uso indebido del portal, pero no hizo ninguna referencia al pequeño Per. Esperaba que hubieran podido ponerse a salvo. 

    O al menos que estuvieran en mejor situación que él.

    De todas formas, no parecía que los archiveros tuvieran mucho interés en los niños que habían dejado atrás. Seguramente, pensarían que nadie creería en sus palabras. A él tampoco le estaban haciendo ni el menor caso, tras su expulsión.

    El pobre se encontraba guardando sus cosas en un pequeño saco, bajo la atenta mirada de uno de los guardias elfos, cuando un maravilloso ser de luz hizo su aparición en la estancia de forma muy teatral.

    —Hola, hola —le saludó la causa de sus desvelos con voz cantarina —¿Te conozco? Me suena mucho tu cara.

    A Sircio se le cayó el alma a los pies. “Otra vez no”, pensó angustiado.

    El elfo guardián puso los ojos en blanco y le pidió amablemente a la aparición que continuara su camino.

    —¡Oh! Ya me gustaría, pero es que tengo un problemilla y estoy buscando ayuda —aseguró con su carita más inocente —. Resulta que estaba bebiendo un delicioso néctar, cuando vi abierta la puerta de un despacho increíble, verde y dorado todo él. Me senté en la precioooosa silla del escritorio, cuando ¡ups! He tirado el vaso sin querer y todo el néctar se ha desparramado por la mesa. Entonces he pensado que los papelujos que había encima a lo mejor eran importantes o algo y…

    No le dio tiempo a añadir nada más porque el guardia salió veloz cual liebre y más blanco que la leche hacia el despacho del señor Rafijo. ¡Qué de problemas daba la maldita niñita desde que la habían traído de regreso del otro lado de la frontera! Travesuras muy extrañas, ataques de pánico, graves problemas de memoria… había vuelto, sí; pero muy enferma. Incluso se había convocado a renombrados médicos de Centro Brillante para que la trataran e intentaran averiguar su mal. 

    Encima, se rumoreaba, que el Archivero Mayor también había vuelto enfermo. Pero de una forma diferente. Nadie conocía los detalles porque era un asunto que se llevaba en absoluto secreto. Lo único claro es que, poco después de su regreso, el señor Rafijo se encerró en su habitación y desde entonces no se le había visto por el Archivo Mayor.

    Nada más desaparecer el elfo, la expresión inocente de Parsea desapareció de su cara.

    —Escúchame bien Sircio, que no tenemos mucho tiempo —El aludido se quedó de piedra con el cambio operado en su ex prometida —. Tengo que hablar con Avan. Es muy importante. Necesito que me ayudes a volver a Oscurio.

    El hada le dio la espalda decaído y siguió recogiendo sus pertenencias.

    —¿Sabes Parsae? —le dijo con voz cansada —. Lo he dado todo por ti. Ya no me queda nada más que me puedas quitar. Y nunca me has mirado de otra forma que no sea una herramienta para conseguir tus deseos. Te quiero, pero he llegado a mi límite. La sala del portal está muy vigilada, a mí me han echado y mañana emprendo camino a mi hogar familiar… 

    El chico hada tuvo que tragar el enorme nudo, que se le estaba formando en la garganta, para proseguir. Se sentía hundido y desorientado. Todo su futuro se había perdido. ¿Serviría para algo más que para archivero? ¿Cómo le recibiría su familia? Con agrado seguro que no. Cogió el saco y se dirigió hacia la puerta sin mirarla. La vergüenza le pesaba como una losa.

    —Por favor, por favor, Sircio. Es muy importante —le rogó la chica.

    —Adiós Parsae. La verdad es que te pareces muchísimo a tu padre. Más de lo que pueda parecer a simple vista. Mucha suerte con tu vida.

    Sin más se marchó cerrando la puerta tras de sí. O esa fue su intención, porque el guardia elfo volvía justo en ese momento e interceptó la puerta para entrar. Se le veía muy enfadado.

    Parsae volvió a adoptar su papel de enferma, pero para sus adentros ya estaba pensando en un plan B. Si Sircio no la llevaba de vuelta, tenía otro candidato más manipulable. 

    Le iba a ser mucho más difícil contactar con él, pero con su padre postrado en la cama no creía que tuviera mucho problema en burlar a sus guardias. 

    El Archivero Mayor había dado orden de tenerla vigilada día y noche y sólo podía ir de la mansión al edificio del Archivo, donde era examinada e interrogada una y otra vez.

    La memoria le iba viniendo a retazos: la incursión en la cueva del gran hechizo, el teletransporte al templo lleno de cadáveres, su loca huida por el bosque… Qué mal lo había pasado. Y todavía no se había acabado su sufrimiento. Lo único que quería era salvar el mundo y a su padre. ¿Era tan difícil de entender? 

    El guardia seguía con la bronca, pero ella no escuchaba ni una palabra. Esta noche se escaparía de su casa y si había que mojarse, se mojaría.

    Afortunadamente, no tuvo que mojarse. No controlaba el hechizo de burbuja de aire para moverse por las profundidades del mar y no se atrevió a intentarlo. Se le ocurrió un plan mejor durante el tiempo que estuvo esperando hasta que fuera la hora de su huida. Tendría que haber aprovechado para dormir y descansar, pero los nervios no le dejaron pegar ojo.

    Cuando se hizo la hora de comenzar a poner en marcha el plan, se levantó de la cama con mucho sigilo, cogió la pequeña mochila impermeable y se dio ánimos a sí misma. Apagó su luz por completo para pasar desapercibida y se puso una chaqueta con capucha que le ocultaba parcialmente la cara.

    Intentando hacer el menor ruido posible, se acercó de puntillas a la puerta principal, pero estaba cerrada con llave. Ya lo suponía. De qué sirve cerrar una puerta si luego te dejabas la llave al alcance de la mano de cualquiera. Tampoco es que la servidumbre tuviera costumbre de tenerla prisionera en su propia casa. Eso era una suerte para ella.

    Introdujo la llave en la cerradura y abrió con lo que le pareció un gran estruendo. Se quedo quieta, casi sin respirar, atenta a cualquier ruido que le indicara que la habían oído, pero tuvo suerte. Nadie apareció.

    Sin perder más tiempo se deslizó al exterior y se dirigió al punto donde sabía que encontraría a la persona que buscaba: El instituto.

    Una vez allí se escondió tras un seto, desde el que gozaba de una gran vista de los escalones de la puerta principal, y esperó que empezaran a llegar los estudiantes para comenzar la jornada. 

    Se la estaba jugando mucho. Aunque era probable que no notaran su desaparición hasta media mañana, que era cuando irían a por ella para llevarla de nuevo al Archivo Mayor para más interrogatorios, más pruebas, más reconocimientos médicos… que harta estaba de todo eso.

    Los tritones y sirenas venían en grupo, como siempre. No le fue difícil identificar a Gureo entre todos ellos. Era corpulento y alto. Y estaba rodeado de un séquito de admiradoras que no parecían darle tregua.

    Sin perder tiempo salió de su escondite para correr a su encuentro. Pero alguien la interceptó por el camino. Una mano la agarró súbitamente del brazo.

    —¿Tú no eres la hija del Archivero Mayor? —La interrupción le pilló por sorpresa. 

    Había tenido en cuenta que podría encontrarse compañeros de clase, pero, entre que iba bastante discreta y que no se llevaba muy bien con ellos, estaba segura de que no le molestarían. Es lo malo de ser tan guapa y lista. Todos te envidiaban demasiado como para intentar acercarse a ti. Es el precio que había que pagar por la excelencia.

    —Síiiii —exclamó gozoso otro alumno —sí, que es ella. Decían que te habías vuelto loca —comentó mordaz.

    Parsea se puso roja de la vergüenza y la rabia. Que poco tacto, por favor.

    —Se agradece vuestra preocupación —dijo con retintín —pero ya veis que los rumores eran exagerados. Ahora si no os importa…

    El hada trató de zafarse del agarre del chico que la había interceptado, pero éste apretó más fuerte. ¿Qué demonios le pasaba? ¿Por qué no la soltaba y la dejaba seguir con su perfecto plan?

    —¡Suéltala! —gruñó alguien a sus espaldas. Parsae miró hacia atrás y vio a Gureo con cara de pocos amigos fulminando a los chicos que la retenían con la mirada. Un poco más atrás estaban sus admiradoras completamente alucinadas con su reacción. No era un comportamiento propio de un tritón meterse en peleas. Aunque este tritón, en concreto, ya se había visto envuelto en más de un follón desagradable.

    —Oye azulito. Pasa de nosotros y vuelve con tu rebaño —se burló el otro.

    Pero enseguida trocó la risa en una mueca de miedo, cuando vio al tritón avanzar a buen paso hacia él apretando los puños.

    El chico que la sujetaba la soltó al momento y dio unos cuantos pasos hacia atrás levantando la mano.

    —Vale, vaaaale —masculló dejando claro que no quería pelea y menos con alguien que a las claras se veía más fuerte que él.

    El otro chico también se apartó del furioso Gureo. Lo rodeó y se dirigió a paso ligero a la puerta del instituto.

    —Raritos —les escupió con rabia antes de desaparecer por la puerta.

    El tritón se acercó al hada solícito para comprobar su estado de nervios. Siempre había sido un caballero, aunque uno con bastante genio. Casi todo su grupo había entrado ya, sin volverse a ver cómo acababa la cosa. Un par de sirenas se acercaron por detrás y le tiraron de la camiseta.

    —Venga Gureo, que llegaremos tarde —le instó una de ellas.

    —Entrad vosotras. Voy ahora mismo —les pidió un poco incómodo con la situación. 

    Qué poco le gustaban los imprevistos, pero tampoco iba a abandonar a una compañera de aventuras. Más aún cuando ya la había dejado tirada una vez. En un momento terrible. Aunque nadie podía echarle en cara que saliera huyendo. Cualquiera hubiera hecho lo mismo en su lugar.

    Las sirenas le obedecieron echándole miraditas nerviosas a cada paso que daban hacia la puerta. Pronto sonó el timbre y los rezagados desaparecieron con pasos presurosos hacia sus clases.

    —¿Entramos? —le preguntó el tritón alzando una ceja sin saber muy bien qué esperar del hada. 

    Si le venía con otra historia de Nadea tenía claro que él pasaba. Todavía le dolía que hubiera elegido al pringado del otro lado de la frontera. Y mucho.

    —No, no entramos —contestó ella apretando los dientes —. Te necesit…

    —¡Ah no! Lo siento. Yo me voy —exclamó el chico dándose la vuelta bruscamente. Parsae le agarró de la camiseta parando su retirada.

    —¡No! —exclamó con angustia —. Por favor, por favor. Escúchame primero. Estoy desesperada. Totalmente desesperada.

    El tritón se mordió el labio nervioso. No quería ni oírla hablar, pero ¿y si Nadea estaba en peligro?... “Otra vez”, pensó notando subir la bilis por su garganta. Giró el cuello para mirar a la chica a la cara y se estremeció al ver las lágrimas que corrían por sus mejillas. Eso no se lo esperaba. Ver llorar a alguien le sacaba de sus casillas. No sabía qué hacer ni qué decir.

    —Está bien, está bien —cedió vencido —. Te escucharé, pero no cuentes con que vuelva a ese horrible lugar.


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