Tomo 3: CAP 10: Preguntas y más preguntas

    El extraño personaje se hizo cargo de la situación atendiendo a Avan de inmediato. Con experta magia, le alivió completamente el dolor y regeneró lo que pudo de las encías, cerrando la terrible herida de la boca.

    —¿Estás seguro de que ha sido un accidente? —preguntó desconfiado —Mi experiencia me dice que el colmillo ha sido arrancado de cuajo. Por cierto, ¿dónde está?

    —¿El qué? —preguntó el joven vampiro claramente aliviado de librarse por fin del dolor y las molestias.

    —El colmillo. ¿Dónde está?

    Un denso silencio se hizo dueño de la habitación, pero lo rompió un chillido que venía del piso inferior.

    “Estupendo”, pensó Avan. “¿Y ahora qué?”.

    Los jóvenes bajaron en tropel para ver qué ocurría. Alguno casi acabó rodando por los escalones. Estaban llenos de adrenalina y ni siquiera se pararon a pensar que a lo mejor era más prudente esperar en la habitación.

    El brujo les siguió con mucha más calma.

    En el piso de abajo se encontraron a una horrorizada a Siliba que abrazaba con ademán protector al pequeño Saimi sin apartar la mirada del interior de la sala de estar.

    Casi que no les apetecía nada mirar dentro. Sobre todo, a los protagonistas de esta historia, que ya se habían encontrado demasiadas sorpresas desagradables en el camino.

    El adulto les adelantó y se dirigió decidido hacia la mujer serpiente.

    —Le ruego que se tranquilice —le pidió muy calmado.

    Siliba no parecía con muchas ganas de hacerle caso. Colocó al niño detrás de ella y se giró con claras intenciones de enfrentarlo, pero se lo pensó dos veces al ver a toda la chiquillería a sus espaldas.

    —La señora Belladona no ha sufrido daños de gravedad —aseguró.

    —¡¡¡¿Cómo?!!! —exclamó Avan precipitándose hacia el salón y apartando bruscamente a todo el que encontró en su camino.

    Dentro encontró a su madre y a Aristo tirados en el suelo. Inizia tenía sangre por la cara y la ropa, pero no se le veía ninguna herida.

    El chico se quedó anonadado en el dintel de la puerta sin atreverse a entrar.

    —¡¡Papa!! —aulló Per que se había asomado en cuanto había podido esquivar la muralla humana.

    Se tiró con gran agilidad sobre el cuerpo del agente especial llorando a lágrima viva.

    —Y ese individuo tampoco está herido de gravedad —añadió el brujo con el mismo tono.

    —¿Qué ha pasado aquí? —preguntó Avan con un hilo de voz.

    —Será mejor que empiece presentándome —tomó la palabra el único adulto en la casa que no yacía desmayado—. Soy Astando Gisado, Brujo de grado superior alto del Cónclave de Brujos.

    A los chicos no les impresionó mucho. Sonaba importante, pero los brujos tendían a buscar nombres rimbombantes para todo.

    —Llegados a este punto —continuó con la parsimonia que le caracterizaba —. Agradecería a los que no estén implicados directamente con el asunto de este hombre o la frontera se vayan ordenadamente a su casa una vez haya anotado sus nombres e información de contacto. Pronto mandaremos a alguien a visitarlos para conocer sus testimonios. 

    Revi, Istio y Estervio empezaron a protestar indignados. No pensaban perderse nada de lo más emocionante que les había pasado en sus vidas: monstruos que parecían salidos de antiguas leyendas, un profesor psicópata, una mutilación a la que se habían prestado sin saber muy bien por qué ni para qué… ¡Ah! Sí, y el tema raro del lazo de Avan con la chica pescado mutante. Cómo para irse.

    Pero el brujo no les dejó más alternativa. Necesitaba orden y el menor número de niños y adolescentes revolucionados por medio. En cuanto amenazó con llamar a la guardia del pueblo para que los escoltaran a sus hogares acabaron por rendirse y abandonar el lugar, suplicando a los que se quedaban que los mantuvieran informados.

    —Nos vemos mañana en el instituto, ¿eh colega? —se despidió de Avan el joven hombre lobo.

    —Eso tío. Y nos cuentas, ¿vale? —le secundó Istio.

    —Espero que volvamos a vernos pronto, princesa —dijo a su vez Revi, besando la mano de la susodicha a traición.

    Nadea se puso un poco colorada y soltó una risita estúpida. Avan le cogió de la otra mano y tiró de ella sin contemplaciones para separarla del cargante de su vecino. 

    Gureo gruñó con ganas de estrangular a su nuevo rival. Se ve que todos los vampiros eran igual de inaguantables y sobones. 

    Parsea, por su parte, se sintió un poco ofendida. Normalmente, era ella la que recibía las miradas apreciativas. Tocó el colmillo, que tenía bien guardado en uno de sus bolsillos y se sintió mucho mejor. Ahí estaba la cura para su padre, nada más importaba.

    —Siento discrepar, señor gran brujo del altísimo grado de lo que sea, pero hasta que pongamos cómoda a mi madre, la atendamos y compruebe por mí misma que está bien, no se va a hacer nada aquí —aseguro de forma autoritaria la mujer serpiente, que aún tenía al pequeño Saimi escondido tras sus piernas.

    Lo cierto es que cada día imitaba mejor la mirada llena de truenos y relámpagos de Inizia. Se estaba convirtiendo en una adulta de armas tomar. Astando sopesó los pros y los contras y acabó por ceder a la petición de la joven. Le parecía justo.

    Así que entre Avan y Gureo llevaron a la desvanecida bruja a su cama. Allí Siliba comprobó que respiraba con normalidad y se quedó más tranquila. 

    Los dos niños lobos fueron mandados a la habitación de Saimi sin contemplaciones.

    —Jugad juntos. Y no quiero problemas. ¿Está claro? —les dijo Siliba con tono autoritario. Cualquiera le decía que no. Ambos se miraron con inquina enseñándose ligeramente los dientes, pero obedecieron a la chica.

    A Aristo lo tumbaron en uno de los sofás. Luego buscaron sitio para sentarse. Fue difícil porque la sala no era muy grande, pero finalmente cada uno se acomodó como pudo.

    —Señorita —comenzó el brujo dirigiéndose a la mujer serpiente—. Le rogaría que…

    —Me quedo —le cortó fríamente ella.

    Astando tenía la suficiente experiencia a sus espaldas para reconocer a la primera una batalla perdida, así que no insistió. Admiraba la templanza de la chica. Se apuntó mentalmente que tendría que volver a visitarla más adelante con una propuesta de trabajo para el conclave. Necesitaban gente con nervios de acero. Saltaba a la vista que la pobre temblaba, no sabría decir si de nervios o miedo, pero que no se hundía porque allí ella era la mayor y tenía la obligación de hacerse cargo de todos esos chicos que habían invadido su casa y que parecían amigos de su hermano. ¡Menudas compañías se había buscado el niño!

    —Bien —reanudó la conversación el brujo —. Empecemos. No nos sobra el tiempo.

    Pero la cosa ni iba a ser tan fácil. Justo en ese momento, Aristo comenzó a moverse. Avan, que fue el primero en percatarse, chilló asustado y se apartó de él de un salto.

    —Que… —comenzó a decir el hombre lobo. 

    Sentía la lengua seca y un fuerte dolor de cabeza que no le dejaba concentrarse. Aun así, se puso en posición de alerta. Estaba rodeados de críos, pero nunca se sabe. A veces el que parece más inofensivo es el más mortal.

    Reconoció al chico que acababa de chillarle al oído.

    —Tú eres Avan, ¿cierto? Discúlpame, pero miré tu ficha. Nuestro encuentro en la entrada del instituto me dejó muy preocupado.

    El aludido, Nadea y Pasae abrieron la boca sorprendidos. ¿Otro que perdía la memoria? ¿Sería un mecanismo de defensa a lo que había vivido? ¿Les estaría engañando para atacarles por sorpresa?

    El falso profesor se fijó en el resto de los chicos y le tocó el turno de quedarse pasmado. ¿Mitos? Mas bien, niños mitos. ¿Qué harían en Oscurio?

    Entonces reparó en el brujo que se acariciaba las sienes intentando armarse de paciencia.

    —Tranquilícese señor Jeriza —le pidió ya un poco fastidiado —. Ha sufrido la manipulación de un miembro de nuestra raza. Le he borrado todo lo que he podido del hechizo y puede que me haya pasado un poco. La verdad es que tenía prisa, ¿sabe?

    El hombre lobo notó como la sangre le abandonaba al acordarse de Per.

    —¿Y mi hijo? —preguntó angustiado.

    —Jugando en una de las habitaciones, no te preocupes —le calmó el hada sonriéndole con gran cariño.

    Aristo la observó con atención. ¿La había visto antes? Con ese tremendo dolor de cabeza no podía pensar con claridad.

    Al que sí conocía a ciencia cierta era al señor Gisado, Brujo de grado superior alto del Cónclave de Brujos, con el que se había reunido varias veces para concretar varios aspectos de su misión en Nimarium.

    —Disculpe señor, pero le agradecería que me pusiera al día —le pidió con gran respeto y educación.

    —Eso tendrá que esperar —le contestó el brujo cortante —ahora urge continuar con nuestras investigaciones y creo que estos jóvenes pueden facilitarnos información valiosa. Siento mucho no haber podido hilar más fino con su memoria, porque también estoy seguro de que podría habernos contado muchas cosas interesantes, pero ya sabe que la magia no es una ciencia exacta. De todas formas, ya le habían borrado la memoria antes de que yo removiera el hechizo, así que no sé el alcance del daño que le haya hecho yo o si es cosa de los que le atacaron.   

    Aristo asintió comprensivo. Con saber que su hijo estaba bien y a salvo le bastaba por ahora. Abandonó la sala para reunirse con él y con el “amigo” con el que estaba jugando. Per lo recibió feliz y no quiso separarse de él. El hombre lobo acabó durmiéndose en el suelo mientras los niños lo usaban como un elemento más de sus juegos.


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