Tomo 3: CAP 12: Segundo intento



    —Que no quiero —se empecinó Nadea —. Que no. Qué es lo que no entiendes Avan. Me has confesado que me quieres. Me da igual todo lo demás.

    La sirena arrugó el rostro enfurruñada y se cruzó de brazos.

    Avan, por su parte, se llevó la mano al puente de la nariz pelliscándoselo irritado.

    —Que te digo que no es amor de verdad. ¡Entra en razón!

    Pero ella no parecía querer escucharle ni por asomo.

    —¿Y si rompemos el lazo y luego yo te quiero y tú a mí no? —alegó mirándole con desconfianza —Nunca has apostado nada por nuestra relación.

    —Porque es una relación IMPOSIBLE —gritó el vampiro perdiendo la paciencia.

    Astando carraspeó para llamar la atención de la joven pareja, que estaba a punto de dejar de serlo, se pusiera la sirena como se pusiera.

    —Disculpe joven, pero, me temo que es lo mejor —le explicó el brujo con tono duro —. Pertenecen a mundos muy diferentes y, por lo que me han contado, es un lazo de lo más irregular. Es comparable a nuestro hechizo de dominación mental. No está usted pensando con claridad.

    La chica se puso a llorar mientras negaba con la cabeza de una forma un poco patética.

    A Avan se le cayó el corazón a los pies.

    —Te prometo que volveré a morderte, si así lo quieres, cuando estés libre de la influencia del lazo —le aseguró abrazándola.

    —¿Y si no funciona con un solo colmillo y no vuelves a amarme nunca? —sollozó ella escondiendo la cara en su pecho.

    El vampiro le acarició el pelo con cariño.

    —Eso no va a pasar. Es igual de efectivo con uno que con dos —mintió descaradamente. En realidad, no tenía ni idea.

    A Nadea no le quedó más remedio que ceder. Siguió al vampiro con paso vacilante a la salita donde les esperaba el profesor Banio.

    Sólo estaban los tres para evitar interferencias en el rito.

    El adulto los colocó frente a frente y les pidió que se dieran una mano. Ambos obedecieron ligeramente temblorosos. 

    Escucharon las palabras del rito con una mezcla de miedo y tristeza. Mirándose a los ojos… hasta que Avan notó el ligero dolor y apartó mirada y mano dando un respingo.

    —¡Au! ¿Qué hace? —se quejó indignado.

    —Pues lo que pone en el libro, evidentemente —se defendió el profesor —. Hacerle un pequeño corte para que ella pueda beber de su sangre.

    —Pues haber avisado —se enfadó exageradamente el chico.

    —Le agradecería que no pagara conmigo las consecuencias de su frustración —le pidió amablemente el vampiro adulto muy serio y siguió con el proceso sin más interrupciones.

    En realidad, estaba casi terminado. Les pidió que se volvieran a dar la mano, mientras Nadea bebía la sangre de la otra mano de Avan, con un poquito de asco, todo hay que decirlo. Finalmente, les pidió que se soltaran. Y ahí acabó todo.

    La sirena sintió como si le arrancaran algo de dentro y se asustó mucho. Miró al joven vampiro y siguió pensando que no era el más guapo del mundo, ni el más fuerte, ni el más amable o encantador, pero sí que seguía acelerando su corazón. 

    Pero antes de que pudiera decir nada, el chico le aguó la fiesta, como siempre.

    —Bueno, pues por fin libres, ¿no?

    —Sí —le contesto ella con voz neutra y sintiendo como una sombra muy negra y espesa se apoderaba de su interior—. Por fin libres.

    Tras romper el lazo, Avan la trataba más fríamente que nunca. “Queda demostrado que no estaba enamorado de mí”, pensó la sirena con gran tristeza. “Quién iba a querer a una insulsa chica pez como yo”, se autocompadecía fustigándose sin piedad.

    Pero también tenía su orgullo y se prometió a sí misma no exteriorizar su dolor. Si a él no le importaba. ¡A ella menos!

    Gureo, por su parte, la colmó de atenciones tras el rito, observando todas sus reacciones con gran atención. Estaba desesperado por encontrar la evidencia que le dijera que su obsesión por el chico de los colmillos puntiagudos (bueno, ahora solo un comillo) era inducida y no genuina.

    A simple vista la relación de ambos parecía haberse enfriado muchísimo, aunque tampoco es que en el cónclave de brujos le dieran muchas oportunidades a la pareja de replantearse su situación. No perdieron el tiempo a la hora de devolver a su hogar a los mitos. 

    Se apostó por el camino costero, puesto que confiar en sus colegas del Archivo Mayor de Mitosfin, y enviarles por el portal de teletransporte, no les parecía seguro. Si había traidores en su organización, era de suponer que también los habría allí. No querían poner en peligro a los chicos.

    Se les facilitaron túnicas tupidas y fueron escoltados discretamente a la costa tras firmar documentos en los que se comprometían a no volver jamás y a guardar el secreto también en Luminos.

    Nadea le prestó su oxígeno a su amiga Parsae y, al contrario de lo que pensó en un principio a la hadita, le resultó más cómodo que nadar con el tritón. La sirena era mucho más suave a la hora de guiar.

    Los tres mitos venían preparados para enfrentar a las autoridades con una versión muy ensayada de una coartada que cubriera su escapada hacia Oscurio.

    El hada y el tritón se habrían escapado para encontrar a su amiga Nadea, que alegaría que había sufrido un ataque de locura transitoria, probablemente producida por la extraña enfermedad que la aquejaba y que, sorpresa sorpresa, parecía haberse curado sola.

    Los rescatadores, tras días de búsqueda, se la habrían encontrado vagando en tierras de nadie y la habían traído de vuelta a su casa.

    Los padres de Nadea, les agradecieron profusamente que les devolvieran a su niñita a casa. Al padre no le faltaron ganas de atarla, literalmente, para evitar nuevas sorpresas, pero las autoridades se lo impidieron. La sirena lucía tan pálida y apagada, que en un principio se siguió pensando que la enfermedad no se había ido del todo.

    Los padres de Gureo, por su parte, recibieron a su retoño como un héroe. Desde su punto de vista, se había hecho cargo de la situación y había traído sana y salva a la atolondrada de su vecina y a la peligrosa del hada, que, estaba claro que era la mente criminal detrás de la aventura.

    Esta última disfrutaba de su momento de gloria como la heroína y mente maestra de todo el plan de rescate de la sirenita. Estaba deseando ver a su padre y entregarle el colmillo, aunque primero había que pasar por el proceso de responder ante las autoridades.

    El archivero mayor no se había podido levantar de la cama, pero le envió un mensaje con uno de sus discípulos asegurándole que no tenía nada de lo que preocuparse y que él ya había movido hilos para que la dejaran en casa lo antes posible. El mismo acólito que le entregó el mensaje la esperaba pacientemente entre la gente para escoltarla.

    La joven hada se hallaba sumida en sus pensamientos de triunfo y gloria cuando divisó una cara muy conocida entre los ciudadanos que se habían reunido para cotillear.

    —¡Sircio! —exclamó feliz, olvidando completamente que era la persona que le había negado la ayuda en un inicio.

    Parsae esquivó a unas cuantas personas para llegar hasta él y darle un entusiasta abrazo. Al chico le pilló por sorpresa, pero acabó reaccionando y devolviéndoselo tibiamente.

    —¿Cómo has estado? Estaba muy preocupada por ti —le aseguró ella, aunque no había vuelto a pensar en él hasta que vio su cara entre el gentío.

    Un carraspeo a su espalda llamó su atención. Era el enviado de su padre.

    —¡Oh! Por favor, sólo será un momento —le pidió la chica —Es un querido amigo al que pensaba que ya no volvería a ver. Denos unos minutos —pidió con carita de niña buena.

    El adulto puso los ojos en blanco, pero no insistió.

    Sircio le sonreía, pero en sus ojos no había alegría.

    —Dime —le pidió su ex novia —¿Cómo es que sigues en Mitosfin? Estaba segura de que ya te habrías ido a Centro Brillante.

    El chico dejó de sonreír y puso cara de circunstancias.

    —Bueno —contestó con cautela —Digamos que me metí en un lío y la mejor solución para mí fue volver aquí. En Mitosfin tengo muchos amigos y he encontrado un buen trabajo en la biblioteca pública. Curiosamente, me encanta lo que hago allí —se sinceró animado.

    —Me tienes que contar eso con calma. Seguro que mi padre puede ayudarte.

    Una nube oscura cruzó el rostro del joven.

    —Prefiero que no le hables de mí —le pidió muy serio —Además, siento decirte que tu padre está muy enfermo. Lo siento, de verdad. 

    Parsae le hizo un gesto tranquilizador con la prepotencia que la caracterizaba.

    —Eso está arreglado, mi querido Sircio. No te lo vas a creer, pero Avan me ha dado uno de sus colmillos para curar a mi padre. Es el chico más valiente que conozco —se enterneció recordando el terrible momento de la extracción. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. “Mejor centrarse en lo positivo”, pensó alejando de su cabeza el inoportuno recuerdo. 

    Sircio palideció de repente. Abrió la boca, la volvió a cerrar, se mordió el labio un segundo mirando hacia otro lado y acabó suspirando. Pareció pensarse mejor lo que iba a decir a continuación y acabó por abrazar de nuevo a Parsea, despedirse precipitadamente deseándole lo mejor y alejarse con premura.

    La chica se quedó bastante sorprendida con la actitud de su ex novio. Pero lo achacó a la vergüenza que le daría enfrentarse a ella en una situación tan humillante. Era el discípulo más prometedor y ahora un simple bibliotecario. No era fácil de digerir.

    Pero el chico tenía otros motivos. No había tenido el valor de contarle que en el tratado de medicina que encontró en el templo se desmontaba la creencia de que partes características de criaturas curaban la enfermedad. Ésta, en realidad, se manifestaba cuando se quitaba una vida a través de la magia. Como una especie de mecanismo para equilibrar. O a lo mejor es que el mal uso de la magia se castigaba por una especie de karma. Esa parte no estaba muy clara. Todo lo demás, lo encontró en el tratado explicado con argumentos comprobados, pruebas, datos y diagnósticos de lo más coherentes.

    Precisamente, fue cuando quiso hacer pública esa información cuando se le echaron al cuello las grandes personalidades de Centro Brillante y no le quedó otra que olvidar el tema e intentar vivir una vida sin llamar mucho la atención.

    Lo único que tenía claro era que el padre de Parsea estaba sentenciado, pero ya lo descubriría ella antes o después. No tenía sentido buscarse más problemas.


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