Tomo 3: CAP 2: Una nueva niña de acogida



    Increíblemente, el plan de Avan para hacer pasar a Nadea por mujer serpiente coló, al menos en lo más importante. Entre Per y él pintaron todas las partes visibles de su piel. 

    Cuando la sirena decidió que era mejor quedarse en ropa interior para pintar también otras zonas y asegurarse al máximo que no dejaría a la vista ni un centímetro de azul, al vampiro casi le da un infarto y salió corriendo de la habitación claramente sofocado y farfullando una excusa sin sentido.

    El niño lobo tuvo que terminar el trabajo sólo con las zonas a las que ella no alcanzaba.

    Nadea no entendía muy bien qué había pasado. Las criaturas marinas no solían usar mucha ropa porque era incómoda para nadar, así que estaban bastante acostumbradas a la desnudez. Sólo esperaba que el taciturno chico no se hubiera vuelto a enfadar con ella.

    —¡Vaya! Está loco por ti —exclamó entre risitas el pequeño peludo. La sirena sintió como se le subían los colores violentamente.

    —Nononono. Que va. No. Si hay veces que no me soporta —negó muerta de la vergüenza.

    —Pero si tenéis el lazo es porque os queréis. ¿no? —le preguntó el chiquillo claramente sorprendido.

    Nadea parpadeó deprisa un par de veces.

    —¿El qué? —La verdad es que no tenía ni idea de lo que le estaba hablando.

    Per se rascó la cabeza pensativo un ratito antes de contestar.

    —Mmmmm… la verdad es que no sé mucho de costumbres de vampiros, pero estoy casi seguro de que no hay lazo si dos no quieren —pensó en voz alta.

    —Pero ¿qué es eso del lazo?

    Un golpe apresurado en la puerta interrumpió la conversación.

    —¿Quién es? —preguntó asustado el lobito.

    —¿Quién va a ser? —escucharon mascullar a Avan —. ¿Acabáis ya o qué?

    Acabaron a toda prisa y empezaron el segundo paso del plan: conmover el blando corazón de la señora Belladona para que acogiera a Nadea en la casa sin hacer muchas preguntas. Arriesgado, pero, como tampoco se les ocurrían otras opciones, imprescindible de poner en práctica si querían conseguir sus objetivos: Avan romper el lazo, Per denunciar el ataque a su cabaña y Nadea… Bueno, Nadea no sabía muy bien lo que quería o qué hacía allí, pero nunca decía que no a explorar nuevos horizontes. 

    Ya había estado encerrada en un ambiente estrecho de miras y ultraconservador demasiado tiempo. La verdad es que se sentía viva y emocionada, aunque con un poco de miedo en el cuerpo, eso también. Y una gran preocupación por los que habían dejado atrás.

    El siguiente paso consistió en que la sirena llamara a la puerta cuando ella la señora Belladona hubiera regresado del trabajo y, con ojos llorosos, le explicara que se había despertado en el bosque oscuro, de repente, sin recordar ni su nombre. Tenían el caso real de Parsae para inspirarse y no cometer errores. Al menos no muchos.

    Obviamente, la bruja se hizo cargo de la situación en cuanto escuchó el balbuceante relato de la niña y, lo primero que decidió hacer, fue llevar a la pobre “víctima” al médico. 

    Nadea entró en pánico y no supo cómo reaccionar, así que le siguió el rollo cuando, después de ofrecerle un bocado rápido, le agarró de la mano decidida a someterla a un reconocimiento completo en el centro de salud del pueblo. 

    Cuando ya estaban saliendo por la puerta, Avan entró en acción. Él y Per estaban escondidos para poner en marcha la tercera parte del plan (que consistía en presentarse ellos mismos en la casa como si vinieran por separado. Lo más simple suele ser lo más efectivo), pero cuando los vieron salir, el chico vio algo en la expresión en la cara de la sirena que le alertó de que algo iba mal, así que se decidió a improvisar y salió al encuentro de ambas sin tener muy claro el siguiente paso.

    Su madre lo abrazó con fuerza en cuanto lo vio.

    —¡Deja de desaparecer así! —le gritó fuera de sí —Estas castigado hasta que te independices.

    Avan sintió la culpa y la vergüenza inundándole hasta el último rincón del alma. La mujer que le abrazaba hasta la asfixia era la mejor persona que conocía y no se merecía por lo que le estaba haciendo a pasar. Claro, que tampoco le había dedicado muchos pensamientos hasta ahora. Se sentía muy miserable. 

    —¡Maldita sea Avan! —continuó ella con la bronca —. Te he estado buscando por todas partes. Las autoridades han dejado muy claro que no van a volver a perder el tiempo contigo y tus escapaditas. ¡Vas a acabar con mi vida! —dramatizó al borde de la histeria.

    Inizia intentó calmarse para no ponerse a llorar como un bebé allí mismo, aflojó un poco el agarre y le miró a los ojos.

    —Creo que tenemos una conversación pendiente que no se puede retrasar más. Me lo vas a contar todo en cuanto vuelva —Afirmó con tono autoritario y relámpagos en los ojos.

    Al vampiro se le pusieron los pelos de punta. Su madre. Además de buena persona, también era la que más miedo le daba cuando se enfadaba.

    La bruja agarró suavemente la mano de la sirena-serpiente y se dispuso a seguir su camino con una última mirada de reproche a su hijo.

    —¡Espera! Espera mamá —Avan sabía que ese apelativo la ablandaba mucho y necesitaba pararla fuera lo que fuera lo que quisiera hacer con Nadea —. ¿Quién es esa chica? —preguntó simulando que no la había visto en la vida para ganar tiempo. El tono le salió muy artificial. No era muy buen actor.

    —¿Quién es ese niño? —contratacó su madre señalando a Per. Que se había quedado en un discreto segundo plano, observando la escena. Cuando la bruja le señaló el pequeño comenzó a llorar desconsolado. 

    Ambos adolescentes pegaron un respingo e hicieron el amago de acercarse a él para consolarlo. Les había pillado por sorpresa su llantina.

    Inizia fue la que finalmente agarró al pequeño lobo y lo cargó al interior de la casa.

    —Madre mía, ¿qué pasa hoy? —exclamó un poco superada por la multitud de emociones que la embargaban. Pero era la adulta y no podía perder el control.

    Nadea ahogó un suspiro de alivio. Se había librado del médico, por ahora.

    —Muy bien —suspiró la bruja con los tres chicos sentados en la mesa de su cocina con cara de querer escapar de allí —. Que os parece si vamos por partes para que yo pueda entender algo. ¿Quién quiere empezar?

    Per saltó sobre su silla y comenzó un deslavazado discurso muy exaltado.

    —Mi padre está en peligro. O no. No sé. Quiero encontrarlo. Y a Redo, digo, a mi hermano. De repente, olía muy raro. Y salimos corriendo y ¡quiero volveeeeer! —rompió a llorar de nuevo. Inizia acercó su silla a la del lobito y lo abrazó acariciando su peluda cabeza en un intento por consolarlo.

    —Lo que quiere decir es que han atacado la cabaña en la que vive con su familia —intercedió Avan. No quería contar la verdad, pero tampoco quería mentir demasiado, porque sería más fácil que le pillara —. Yo no sé mucho sobre lo que pasó porque me vi envuelto en esto sin querer…

    —Iremos a las autoridades cuando os hayáis acabado la merienda —les tranquilizó la bruja —. No te preocupes, cariño. Vamos a arreglarlo todo y a encontrar a tu familia —consoló al peque con una nueva tanda de mimos.

    —También les hablaremos de ti… —se refirió a la sirena —. No sé cómo llamarte.

    —Me llamo Nadea —contestó ella mordiéndose el labio nada más acabar la frase. Miró de reojo a Avan y lo vio arrugando el ceño. Había vuelto a meter la pata.

    —¿De tu nombre sí que te acuerdas? —inquirió la “madre de todos y de nadie” —. Supongo que eso es una buena señal —le sonrió aliviándola un poco. 

    Aunque volvió a agobiarse cuando comprobó que el vampiro seguía con el ceño fruncido. Se prometió a sí misma no volver a abrir la boca más que para lo imprescindible.

    Justo, en ese momento, se oyó abrirse la puerta principal y ruidos de pasos.

    Una chica de brillantes escamas amarillas entró en la estancia cargando con un niño totalmente cubierto con una especie de saco.

    Nadea se impresionó mucho al verla. Le pareció incluso más guapa que su amiga Parsae con el larguísimo pelo negro cayendo en cascada, esos ojos ambarinos a juego con su irisada y escamosa piel amarilla. No como su piel resbaladiza y azul que había quedado de un color un poco extraño al pintarla de amarillo. Un poco parecido al del azufre mezclado con fango pantanoso. Una punzada de envidia y celos se hizo dueña de su corazón.

    —Ya estamos aquí —dijo con voz cantarina la recién llegada. Al ver a los ocupantes de la cocina se quedó petrificada unos segundos antes de dejar torpemente al chiquillo que cargaba en el suelo y lanzarse a abrazar al vampiro al más puro y genuino estilo constrictor.

    —Voy a matarte —sollozó la joven mientras casi asfixiaba a su hermano adoptivo. Los abrazos de una mujer serpiente podían ser mortales, literalmente. Pero estaba claro que Siliba no quería acabar con la vida de su hermano adoptivo de verdad, así que acabó por aflojar. El chico boqueó buscando oxígeno en cuanto se vio libre.

    —Lo siento —graznó cuando pudo encontrar su voz.

    —¿Que lo sientes? —bramó su hermana.

    Pero enseguida bajó el tono mirando de reojo al peque cubierto con el saco, que se había pegado a la pared, lo más lejos posible de los desconocidos. Sus ojos estaban fijos en Per, que seguía arrullado por Inizia. Luego pasaron a Nadea que seguía hipnotizada por Siliba.

    —¿Qué lo sientes? —repitió ésta en un tono más bajo, pero igualmente lleno de rabia.

    Se apartó del vampiro muy enfadada y entonces se fijó en el resto de los ahí reunidos.

    —Tranquila, Siliba —la calmó Inizia —. Primero vamos a solucionar lo más urgente y luego le daremos su merecido a nuestro querido Avan —concluyó con una fría sonrisa.

    “Estupendo”, pensó el aludido. “¿Es que no puede pasarme nada bueno?”, se lamentó para sus adentros cayendo de lleno en la autocompasión. Deseaba que acabara todo y volver a su tranquila vida.

    La vista se le escapó hacia Nadea, que seguía con los ojos fijos en su hermana con una expresión indescifrable. Le gustaría volver a su tranquila vida… pero con Nadea, admitió. Enseñarle su mundo y poder acariciar esa piel pringosa… ¡¿pero en qué demonios estaba pensando?!

    Agachó la cabeza y se tapó disimuladamente la cara con una mano. Esperaba que atribuyeran sus colores a la vergüenza de haberse escapado de casa otra vez y no al sofoco que le producía la maldita chica pez.

    Por suerte o por desgracia, a Inizia no se le pasaron por alto las miraditas del vampiro a la niña que había aparecido en su puerta. Culpó a las hormonas de la adolescencia y anotó mentalmente la necesidad de vigilar a su niño, que ya no era tan niño. 

    Normalmente, el vampiro que construye un lazo con otra persona no tiene ojos para nadie más, pero cosas más raras había visto ella. Y los lazos en chicos tan jóvenes no eran habituales. Cualquier cosa era posible. “¿Si mordía a otra chica se anularían los efectos del primer mordisco?”, se preguntó seriamente haciendo sus propios planes. Primero habría que averiguar más sobre la misteriosa chica serpiente.

    Muy escuetamente le contó lo poco que sabía a su hija adoptiva. Era una joven muy inteligente y madura para su edad. Inizia se apoyaba mucho en ella para el buen funcionamiento de la casa. Saimi y Avan les parecía aún muy pequeños para ciertas responsabilidades.

    —Vamos a ir a las autoridades ahora, Siliba. ¿Podrías cuidar de Saimi un rato más? —la aludida asintió, pero a las claras estaba pensando en otra cosa. No le quitaba ojo a la nueva con expresión desconfiada.

    En ese momento llamaron a la puerta y la bruja se levantó a abrir. 

    —Voy al baño —anunció Avan deseando escapar del ambiente cargado que estaba haciéndose dueño de la cocina. Nadea sustituyó a Inizia en la atención al pequeño niño lobo y Saimi seguía pegado a la pared de la cocina, lo más lejos posible de los extraños.

    El vampiro se levantó y salió casi corriendo de allí, pero no llegó muy lejos.

    Siliba lo siguió y le paró en seco tirando de su brazo con urgencia. 

    —¿Qué pas…?

    —Eso no es una mujer serpiente —le cortó su hermana —. No sé lo que es, pero lo que es seguro es lo que no es. ¡Y no es una mujer serpiente! —aseguró en susurros.

     Avan no le contestó al momento, pero su reacción culpable le dijo todo a Siliba.

    —Lo sabías —afirmó asombrada. 

    —Eeeeeh —intentó hablar, pero no se le ocurría qué decir. 

    —Avan. ¿Qué está pasando? —exigió saber su interlocutora inflexible —. Estabas que parecías a punto de morir. De repente, vuelves a irte de improviso, regresas como una rosa y aparece esa extraña chica en nuestra casa. ¿No te parece todo muy raro? 

    —Oye. Confía en mí —le pidió el vampiro —. Es algo muy largo de contar… y complicado, pero, te juro, que estoy a punto de solucionarlo. Por favor, por favor. Finge que no te has dado cuenta de nada —le rogó a su hermana con ojos suplicantes. 

    Siliba dudó, pero no quería volver a ver languidecer a su hermano. Había sido muy doloroso y frustrante para ella no poder hacer nada. Suspiró largamente y le prometió que le guardaría el secreto, al menos por un tiempo, pero que si veía alguna señal de que volvía a caer en un pozo sin fondo, destaparía la liebre sin dudarlo.


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