Tomo 3: CAP 3: Un mordisco revelador



    Cuando Inizia volvió a la cocina, después de resolver un asunto de trabajo, se los encontró a todos allí de nuevo, como si nadie se hubiera movido.

    —Bueno chicos —dijo refiriéndose a los tres aventureros —Nos vamos ahora mismo.

    En ese momento, Saimi, que había permanecido en silencio en el mismo lugar desde que había llegado, se acercó a la sirena con curiosidad y la olió con descaro. 

    Todos quedaron muy sorprendidos. No era normal en el pequeño acercarse a extraños por propia voluntad. Nadea se puso a la altura de los ojos del niño, pero no hizo ademán de acercarse.

    —¿Por qué te tapas con un saco? —le preguntó curiosa.

    —Porque a Avan no le gustan los hombres lobo —contestó tímidamente.

    Todos se quedaron de piedra, más por el hecho de que el chiquillo hablara, que por lo que había dicho. 

    Todos menos el joven vampiro que reaccionó con una mezcla de indignación, perplejidad y sorpresa hacia la afirmación de su hermano.

    —¡¡Qué!! Eso no es verdad —protestó enérgicamente.

    —Si lo es —insistió tozudo el pequeño acomodándose en su saquito.

    —Sí que lo es —le apoyó Per, pero se llevó un gruñido de su defendido. 

    La actitud del niño del saco no dejaba lugar a dudas de que veía al nuevo como un rival.

    —Que no es verdad — levantó el tono su el vampiro —. Tú me gustas muchísimo. ¿Cuándo he dicho que no me gustes? ¡¡¡Cuándo!!!

    Saimi se encogió sorprendido. Nadea abrazo al niño y se encaró con el vampiro.

    —Le estás asustando. No le grites —le advirtió enfurruñada la sirena sin alzar la voz.

    A Saimi le pilló desprevenido el abrazo, se empezó a poner muy nervioso y acabó dándole un buen mordisco en el brazo con sus pequeños colmillitos. 

    —¿Tú también muerdes? —le preguntó dulcemente ella quitando importancia al gesto agresivo.

    “¿También?”, pensaron casi todos los presentes. 

    Inizia se fijó en el cuello de la sirena y entrecerró los ojos hasta que sólo fueron una línea. Una línea llena de truenos, relámpagos e ira mal contenida.

    Siliba se quedó mirando fijamente a Avan, que no sabía dónde meterse. 

    —Eres tú —aseguró, más que preguntó, la bruja con rabia —. Tú eres la que ha hecho pasar a mi niño por ese calvario.

    —¿Qué? —Nadea se giró hacia el vampiro que en ese momento hacia señales al resto para que se callaran. 

    —Avan, ¿qué pasa? —quiso saber la sirena aún con el niño entre los brazos. 

    El vampiro no podía ni mirarla, por culpabilidad, vergüenza… y por el fino hilo de sangre que corría tentador de la herida que le había infringido el niño.

    —Nada. Una tontería. Ya te lo explico luego. Pero primero lo primero. Prometiste que me ayudarías Siliba —se volvió a su hermana suplicante. —¿Podrías curar su herida? Luego iremos a ver a las autoridades… y al Profesor Banio —añadió significativamente. 

    Inizia no sabía muy bien qué pensar. La extraña niña serpiente se mostraba muy confundida e ignorante hacia lo que significaba tener un mordisco de vampiro en su cuello. Además, no parecía que albergara ningún tipo de maldad. Mas bien se le veía perdida y un poco asustada.

    Saimi acabó por abrazarse a ella y no era un niño que depositara su confianza en la gente con facilidad. Per intentó a acercarse, pero se llevó otro gruñido del pequeño. Esta vez se lo devolvió. Qué se había pensado ese mico, Nadea era antes amiga suya que de él.

    —Ya basta niños —les regañó suavemente la bruja acariciando la cabeza de ambos, que se mataban con la mirada —Como bien ha dicho el inconsciente de mi hijo mayor, tenemos mucho que hacer.

    En el centro de vigilancia al que acudieron escucharon muy atentamente al pequeño Per y pusieron en marcha de inmediato un dispositivo de exploración para comenzar una investigación.

    También pusieron en orden los papeles para que la señora Belladona se hiciera con la custodia del pequeño hasta que se solucionara lo de la desaparición de su padre, ya que no pudieron encontrar ningún familiar que se encargara de él.

    Otra que se iba a quedar por una temporada en la casa de la bruja fue la extraña chica serpiente desmemoriada. Por lo menos hasta que se desentrañara el misterio de su origen. Le dieron cita para un médico del centro a la mañana siguiente.

    Con la promesa de mantenerlos informados sobre los avances de las investigaciones los despidieron de allí sin muchas ceremonias. A todos los efectivos se les veía muy atareados y serios. Para ser un pueblo en el que nunca pasaba nada, últimamente habían tenido mucho trabajo y no estaban acostumbrados.

    —Bueno chicos —les dijo Inizia con resignación —. No podemos hacer mucho más. Mañana iremos a ver al profesor Banio a primer…

    —No —le interrumpió Avan —. Preferiría encargarme yo de ese asunto si no te importa.

    La bruja arrugó la nariz muy contrariada. Estaba decidida a acompañar y a apoyar a su hijo en el trance por el que estaba a punto de pasar. No sabía nada acerca de la ceremonia de ruptura de lazos, pero algo le decía que sería igual o más doloroso que un divorcio al uso. Aunque en vista de lo que ya había vivido el joven vampiro, a lo mejor se libraba de una carga y podía rehacer su tranquila vida sin languidecer por nadie.

    Lo que estaba claro era que Avan no quería soltar prenda sobre la extraña relación que mantenía con Nadea, cosa que preocupaba extremadamente a la bruja, pero no quería presionarle. Lo que ya no entendía en absoluto era cómo la chica no podía tener ni idea de lo que pasaba. ¿Tendría algo que ver con su supuesta amnesia? 

    Inizia se frotó la frente frustrada. Sólo quería que todo se solucionara de la mejor manera.

    Su hijo la miraba muy serio y con una expresión de súplica desesperada en el rostro. Decidió confiar un poco en él, aunque no se lo mereciera ni por asomo. Antes del mordisco siempre había sido un vampiro muy responsable y tranquilo. Quería pensar que tenía poderosas razones para el comportamiento rebelde que tenía los últimos días. Ojalá no se estuviera equivocando.

    —Está bien —cedió —Mañana a primera hora Nadea y tú iréis a ver al profesor Banio y después de eso y del reconocimiento médico nos vamos a sentar los tres a tener una larga charla.


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