Tomo 3: CAP 4: En el instituto


    A la mañana siguiente, Per se empeñó en acompañarlos, pero Avan se lo impidió. Quería comprobar si su padre había podido escapar y había ido al instituto a trabajar, pero el vampiro se temía una decepción y un espectáculo de lágrimas en público. Le prometió que ellos se encargarían de buscarle y que vendrían corriendo a contarle lo que descubrieran.

    El pequeño niño lobo protestó y pataleó, pero no le sirvió de nada. Inizia estaba de acuerdo con el adolescente, pero, además, algo le decía que era mejor que el chiquillo no se dejara ver mucho. Si habían atacado a su padre, quien decía que no fueran a ir también a por él. Con la promesa de un desayuno a base de helado y de enseñarle el camaleón que tenía por mascota uno de los vecinos terminó con la discusión y los jóvenes pudieron marcharse.

    —¿Tú crees que ese profesor va a poder ayudarnos a parar el fin del mundo? —le preguntó la sirena durante el camino.

    —Qué —Avan tardó un poco en comprender a qué se refería ella.

    —Que si va a poder parar el avance de la frontera. ¿Tan poderoso mago es? Para eso vamos a verlo, ¿no?

    El vampiro notó como empezaba a sudar como un cerdo. ¿Por qué le costaba tanto explicarle la situación? A lo mejor porque se había pasado el momento y ahora parecería que la había estado engañando a posta. 

    —¿Aván? —insistió la sirena —. ¿No vamos a ver a ese profesor para que nos ayude con lo de la frontera? Entonces ¿para qué vamos?

    El aludido tragó saliva ruidosamente.

    —Ya te lo he dicho. Vamos a que te cure la enfermedad que tienes —contestó esquivando peligrosos balones. Técnicamente, no había mentido.

    —¿Qué enfermedad? —Ahora era ella la que había perdido el hilo.

    —Jolín Nadea, la que hace que produzcas más sangre y te marees.

    —¡Oh! —cayo en ello la sirena —. Pero eso no importa mientras estés conmigo. ¿Verdad? Sólo tenemos que estar juntos —Terminó con una gran sonrisa. Pero se le borró poco a poco de la cara cuando vio la expresión de su acompañante.

    Avan rehuyó su mirada y torció el labio inferior hacia abajo nervioso, aunque ella lo entendió como un gesto de desagrado.

    —Nadea, ¿quieres depender de mí toda tu vida?

    —Pues no me importaría, pero se me olvidaba que para ti soy una carga pesada y looooca —el tono de ella se fue endureciendo y tiñendo de rabia a cada palabra —. ¡Oooooh! Perdóname mosquito chupóptero y gruñón por tener… ¿Cómo se llama? ¡Personalidad!

    Lo último lo dijo en un chillido agudo que taladró los oídos de su acompañante.

    —¿Te está molestando este pringado? 

    Ambos se giraron hacia la voz y se toparon con el rudo Estervio, Istio, la sanguijuela, y Revio, el perfecto.

    —¡Eh! ¡Eh! Déjale en paz —le paró los pies su vecino al hombre lobo, que era el que había intervenido—. ¿Cómo estás Avan? —le preguntó sinceramente preocupado 

    “Cómo le gusta dárselas de caballero andante”, pensó Avan fastidiado. Pero a la vez se alegraba de que hubieran interrumpido una conversación tan incómoda.

    —Tu madre me dijo que habías vuelto a desaparecer. No deberías darle esos disgustos —le criticó con tono paternal Revi, pero lo suavizó antes de terminar la frase —. Me alegro mucho de verte. En serio.

    Al vampiro la sonrisa amistosa de su vecino le dio cien patadas en el estómago. Miró de reojo a Nadea y la sorprendió mirando fascinada a Estervio.

    —Oooooh, que suave —exclamó Nadea acariciándole un brazo como si se tratara de Per. 

    Eso pilló por sorpresa al hombre lobo que erizó su pelaje y se volvió hacia Nadea amenazador. Avan se quedó de piedra. De verdad que se había enamorado de la chica más loca e impredecible del planeta.

    —Oye, ¿qué haces? —reaccionó Estervio entre avergonzado y furioso 

    La sirena retrocedió sorprendida, pero no se la veía nada asustada. 

    —No seas borde, anda. Deja que te achuche un poco. Eres muy moooono.

    La sirena se volvió a acercar al chico peludo y le hizo cosquillitas en el cuello. Si no tuviera tanto pelo en la cara, todo el mundo hubiera podido ver que se ponía rojo como la grana. No quería admitir que las entusiastas caricias de la extraña mujer serpiente que tenía delante le resultaban muy agradables. 

    Por otro lado, Avan a su vez, se estaba poniendo cada vez más pálido. Apretaba los dientes con rabia ante la escena que se desarrollaba ante sus ojos. 

    —Vamos Nadea, que tenemos prisa —Tiró bruscamente de la sirena. 

    —Aaaay, vale, vale… Oye Avan, ¿estas bien?

    Su amigo tenía cara de estar a punto de morir. Ni siquiera le contestó. Sólo le soltó el brazo y se puso a andar encorvado y sin mirar atrás. 

    —Espera —corrió tras él —. Espera, Avan. 

    Ambos desaparecieron dentro del edificio. 

    Revi le dio un empujón a Estervio que seguía recuperándose de la sorpresa. 

    —Qué suerte canalla. Pero la próxima vez no te voy a dar oportunidad. Esa chica tiene algo muy especial. Es tan misteriosa y… guapa, de una manera extraña, pero muy guapa. ¡Creo que he conocido a mi futura alma predestinada! —sonrió ampliamente.

    —Huele un poco raro —opinó Istio.

    —A mí me huele de maravilla. A ti no tiene que gustarte. No te acerque a mi futura novia, ¿eh? —soltó Revi medio en serio, medio en broma —.¿Has visto cómo ha reaccionado al enfado de Estervio?

    El aludido dio un respingo.

    —Desde luego tiene valor, esa serpiente —gruñó el hombre lobo por lo bajo, aún afectado ante el inesperado ataque de la extraña amiga del pringado de Avan. 

    —¡Que me esperes! —le gritó al chico que casi corría delante de ella mientras le asestaba un certero golpe en la espalda con su pequeño puño.

    Avan acusó el golpe con un grito agudo y se volvió inmensamente enfadado hacia la chica que le seguía al trote.

    —No puedes hacer lo que te dé la gana —le soltó con rabia —. Te crees que porque hayas conocido a tres hombres lobo amables… digo cuatro —rectificó metiendo a Saimi en el saco —todos van a ser así, pero en realidad son criaturas de lo peor.

    Nadea miró sorprendida al vampiro. Casi podía oír como rechinaban sus dientes. ¿Qué le habría pasado para odiarlos tanto? A ella le parecían monísimos con todo ese pelo suave recubriéndoles la piel. De repente, le entraron unas ganas enormes de consolarlo y le dio un abrazo espontáneo que lo pilló por sorpresa.

    Avan se puso rígido y lejos de devolverle la muestra del cariño la empujó como acto reflejo. La sirena le devolvió el empujón muy molesta.

    —¿Sabes qué? —le increpó subiendo el tono —. Que lo que tengas tú con los hombres lobo no es mi problema.

    Avan se dio cuenta de que estaban llamando mucho la atención por los pasillos. La gente se paraba a mirarles, les señalaban y cuchicheaban entre ellos. “Genial”, pensó el vampiro, “A ver que se inventan. Ya me llegará el rumor, pero seguro que no puede ser tan malo como una caverna oscura llena de trampas de gas venenoso”.

    Suspiró y se disculpó en voz muy baja. No quería dar más que hablar.

    —¿Qué has dicho? —le preguntó Nadea tirando de su brazo para que se agachara y acercara la boca a su oído. A Avan le entraron escalofríos. Anoche la había ido a visitar por la noche para ayudarle a prepararse el baño con sal que necesitaba para hidratar su piel, volver a pintarla y de paso darle un mordisquito reparador, pero parecía que nunca tenía suficiente de su sangre.

    Desde esa postura podía ver perfectamente las marcas en su cuello, que había intentado ocultar con más pintura amarilla.

    —Que lo siento. ¿Vale? —repitió bruscamente y subiendo el volumen de la voz un poco —. Venga, vamos—le dijo soltándose bruscamente y siguiendo su camino. 

    —¿Sabes dónde encontrar a Aristo? —le preguntó ella dejando correr el tema del empujón.

    Avan se mordió el labio pensando la respuesta. Le urgía más romper el lazo de una vez y liberar a ambos de su influjo, luego todo lo demás sería más fácil cuando la dejara sana y salva en su tierra.

    El timbre sonó y los alumnos llenaron los pasillos en tropel dirigiéndose a sus clases.

    Un grupo bastante numeroso pasó por su lado arrastrando a la sirena. El vampiro la agarró de la mano y la devolvió a su lado. Ambos recordaron la noche en el bosque en la que andaban de la mano bastante asustados. El chico se dio la vuelta sin soltarla y continúo el camino hacia el despacho del profesor de cultura vampírica. Ahora mismo, se sentía también bastante asustado, aunque no entendía muy bien por qué.

    —Vamos a ver primero al profesor Banio —le dijo sin girarse a mirarla —. Es lo mejor. Confía en mí.

    Nadea caminaba tras él con una gran sonrisa y encantada con que le hubiera tomado de la mano. ¡Claro que confiaba en él! Había confiado desde que se había sentado a su lado en la frontera.


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