Tomo 3: CAP 7: Secretos no tan secretos



    Otra vez se convirtió Avan en el centro de las mofas y burlas del pueblo. Guiaba hacia su casa al hada, totalmente apagada y con la boca bien cerrada para que pudiera pasar por una extraña vampira y al tritón, al que su ropa le quedaba muy justita, pero que, afortunadamente le tapaba toda la piel.

    Tenía un plan para sacarse el colmillo, pero necesitaba a alguien violento, fuerte y con estómago para llevarlo a cabo. Seguro que a Estervio le divertía mucho hacerle sangrar y no iba a necesitar rogarle mucho para que se prestara a ayudarles.

    Pero primero tenía que encontrarlo y era de suponer que Revi sabría sobre su paradero, ya que tan buenos amigos eran.

    Y antes que todo eso, necesitaba ropa. No pensaba presentarse en calzoncillos y camiseta frente a su vecino. Aunque seguramente, ya quedaban pocos en Nimarium que no lo hubiesen visto de esa guisa. Unos silbidos, seguidos de unos piropos dirigidos a su trasero le hicieron apretar el paso. 

    A Gureo, la situación le estaba poniendo de los nervios. No entendía muy bien el revuelo por ir en calzoncillos. Los de Avan se parecían mucho a los pantalones que usaban los tritones para nadar libremente. A pesar de todo, empatizaba con el vampiro. Menuda vergüenza debía estar pasando por ocultarlos a ellos. Estaba claro que la gente sólo tenía ojos para el adolescente que hacía el ridículo ante sus ojos y no para los dos extraños que le acompañaban unos pasos más atrás.

    De todas formas, viendo lo feos que eran casi todos por ahí, empezaba a verle sentido a que se ocultaran. Gente peluda y con morros de perro; verde y luciendo verrugas con orgullo; amarilla y con escamas duras; paliditos estilo su “amigo”… Ni el tritón más horrendo podía competir con esas criaturas.

    Parsea, por su parte, apretaba los dientes con rabia. Le hubiera gustado estallar ante todos esos estúpidos y dejarlos completamente ciegos. Cómo se atrevían a reírse de una persona tan maravillosa como era Avan. Vale, que hasta hacía poco le daba miedo y repelús. Pero había demostrado ser el mejor de todos.

    Cuando llegaron les abrió la puerta una enfadadísima Inizia.

    —¿Se puede saber dónde te has metido? —le riñó, aunque se le quedaron atacadas las palabras al ver las pintas que llevaba su hijo —. ¿Dónde está tu ropa? —se exasperó aún más —. Han venido las autoridades a buscarme al trabajo porque Nadea no se ha presentado al reconocimiento médico. Cuando he venido a casa a ver qué narices había pasado, me he encontrado con un profesor preguntando insistentemente por ti. Cuando por fin me lo he quitado de encima, he comprobado que Per ha desaparecido. Tu hermana dice que se le escapó en un descuido y que probablemente fuera a buscaros al instituto. Y como guinda final, ha estado aquí Revi, ¡también buscándote! ¡Que sorpresa! Según él, tienes que venir a su casa urgentemente porque tiene tu cosa azul. ¿Qué cosa azul? ¿Está Per contigo? Tienes mucho que contarme jovencito. ¡Para no variar!

    Avan palideció. ¿Nadea estaba en casa de su vecino? ¿Per había ido al instituto? No lo había visto. ¿Qué profesor había venido? ¿Banio? ¿Qué narices había pasado mientras estaba de charlita con los mitos en la frontera?

    Justo en ese momento, Inizia se fijó en sus acompañantes.

    —Hola chicos —les saludó intentando recuperar la compostura —disculpad, pero Avan está ¡¡Castigado!!

    —¿Señora Belladona? —la interrumpió un sujeto que tenía toda la pinta de pertenecer a su gremio.

    —¡¡Ahora qué!!! —rugió la aludida, pero se recompuso rápidamente al reconocer el emblema que portaba en la chaqueta.

    Era uno de los superiores del cónclave de hechiceros para el que trabajaba como bruja menor.

    —Disculpe —cambió el tono, claramente abochornada —. Disculpe, me pilla en medio de un problema familiar.

    —Siento oír eso, pero me temo que el asunto que traigo es prioritario.

    El brujo aparentaba ser bastante mayor y no cambió su semblante serio y duro en ningún momento.

    —Claro, claro —dijo Inizia todavía más avergonzada por su comentario fuera de lugar.

    Qué tonterías decía. Por supuesto, que los asuntos del cónclave estaban por encima que su vida personal. Invitó a pasar al brujo que aún no se había presentado y le lanzó una última mirada de advertencia a su hijo.

    —Vete a tu cuarto. Luego pasaré a verte.

    Evidentemente, Avan no podía obedecer, por mucho que le hubiera gustado. Había muchas cosas en juego: la vida del padre de Parsae, la seguridad de Nadea, encontrar a Per…

    En cuanto su madre pasó al laboratorio que se había montado en casa para hacer horas extras a la vez que atendía a sus hijos y que le servía también de despacho, cerró despacio la puerta y se giró hacia sus acompañantes.

    —A casa de mi vecino directos —decidió.

    —Eeeeh. Sabes que sigues yendo desnudo, ¿verdad? —comentó casualmente el hada.

    —No entiendo el problema. Me alegro más que nunca de ser una criatura marina libre de complejos tontos. Los tritones y sirenas estamos muy orgullosos de nuestro cuerpo y no lo escondemos.

    “Si yo tuviera un cuerpo como el suyo tampoco lo escondería”, pensó Avan con un poco de envidia. “Claro que menos pringoso y escamoso. Por pedir…”. A él tampoco le hacía gracia seguir paseándose en paños menores, pero como entrara en casa, Inizia no le iba a dejar salir. Así que se fue directo a la ventana a ras de suelo que sabía que daba a la parte del sótano donde quedaba la habitación de su vecino y tocó tímidamente.

    Al poco le abrió Revi, aunque se quedó sin palabras al verlo en ropa interior.

    Unas risotadas desagradables se oyeron a sus espaldas.

    —Colega, viene en calzoncillos —aulló Estervio mirando por encima de su vecino.

    —Acaba de superar todos los niveles de patetismo jajajaja —le secundó istio dejando a la vista sus colmillos —. Y pensábamos que con el bombón azul ya lo habíamos visto todo.

    Gureo apartó a Revi de malos modos de la ventana y entró como una tromba al oír el nombre de su amiga.

    —¿Dónde está Nadea? —gruñó con cara de pocos amigos.

    —¡Ostras! Otro azul —se quedó boquiabierto Istio —. Pensaba que sería una anomalía genética, pero hay más.

    —¡Eh! Tranquilito colega. Que a mí no me impresionas —le devolvió el gruñido el hombre lobo.

    Ambos se estudiaron en silencio midiéndose como contrincantes.

    —Bueno, bueno. Ya vale de tonterías —les cortó Parsae entrando también por la ventana.

    —¿Y ésta qué es? —pregunto istio —. Parece una vampira medio hecha —opinó observándola con descaro.

    —Vampira medio hecha lo serás tú —le escupió el hada en la cara ofendidísima.

    —¡Parsea! ¡Gureo! —Oyeron exclamar a Nadea. 

    Estaba sentada en un ataúd situado al fondo con Per llorando desconsoladamente entre sus brazos.

    —¡Ah! Y Avan —añadió con voz de hielo cuando lo vio acceder el último. Le pareció que estaba muy guapo, vestido al más puro estilo criatura de mar, pero no se lo iba a decir ni muerta. Ya se había cansado de perseguirle y había dejado claro que no quería nada con ella.

    Sería mejor centrarse en Gureo. Él sí que era guapo, la cuidaba y se preocupaba por sus sentimientos. Pero, ¿a quién quería engañar? Admiraba profundamente a su vecino de Mar del Fin, pero, después de conocer lo que era enamorarse, y encima de un imbécil, sabía a ciencia cierta que lo que sentía por el tritón no era amor.

    Aunque a lo mejor con el tiempo… ¡No! Eso sería aprovecharse de él y nunca lo haría. Le quería demasiado para hacerle daño, aunque era un cariño de amigo, y algo le decía que nunca avanzaría a nada más.

    —Eeeeh. Hola Nadea. Creo que te debo una disculpa —comenzó el imbécil en cuestión.

    —Y a nosotros una explicación. ¿No? —le exigió Estervio.

    —Bueno, no es que nos la debas, pero sí que nos gustaría saber cómo acabaste con esta preciosa chica —añadió Revi mirando a la sirena con adoración.

    A Avan le dio tres patadas en el estómago esa miradita. Lo que le faltaba. Ahora el perfecto de su vecino también iba detrás de SU novia.

    —Y también necesitamos que le saquéis un colmillo a Avan —añadió el hada, a la que no se le había olvidado ni por un momento el motivo de su escapada más allá de la frontera.

    Pero nadie le hizo mucho caso.


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