Tomo 3: CAP 9: Cómo extraer un colmillo



    —Pensaba que lo decíais de broma —se quejó Istio más verde que un brujo.

    Aun así, parecía encontrarse mejor que Revi, que tuvo que salir corriendo del baño y acabar vomitando en el otro pequeño aseo que tenía la casa de Avan en el piso superior.

    Nadea le cogía la mano al desencajado Avan angustiada y llorando a lágrima viva.

    El único que no parecía muy afectado era el ensangrentado hombre lobo, que tenía unas tenazas en una mano y un colmillo en la otra.

    —Que poco aguante tenéis —se burló agitando el colmillo delante de Avan con una expresión de triunfo en la cara —. Te lo he sacado de un tirón, ¿eh? No te quejarás. 

    El pobre vampiro temblaba y gemía todo lo bajito que podía, aguantando a duras penas el dolor, que aún le aquejaba, para que no le oyera su madre y el invitado, que aún no se había ido. Afortunadamente, sus hermanos no estaban en casa. Seguramente, Siliba habría llevado a Saimi al parque o a dar un paseo.

    Parsae le sujetaba la otra mano tratando de mitigar ese dolor con plegarias calmantes, pero no era ninguna experta en ese tipo de magia y no había podido hacer mucho. Ella también lloraba por el sufrimiento de su amigo. Por su culpa se encontraba en esa situación, pero se lo volvería a pedir mil veces más, si así le salvaba la vida a su padre.

    Tras el aviso de la madre de Revi, el variopinto grupo se había trasladado a la casa de Avan con todo el sigilo del que fueron capaces. Una vez allí, Parsae les volvió a recordar el tema del colmillo y Estervio estuvo más que dispuesto a hacerles el favor. 

    Sujetaron al “paciente” sobre el váter entre Gureo e Istio mientras el improvisado dentista hacia uso de toda su fuerza para que el trance fuera lo más corto posible.

    Así los encontró Revi cuando llegó, justo en ese momento el hombre lobo extraía a lo bestia el colmillo, y el recién llegado tuvo que buscar otro váter para vaciar el estómago.

    Per se había quedado en la habitación de Saimi intentando distraerse con los juguetes porque le habían prohibido asomar el morro por ahí. Le fastidiaba que lo excluyeran así y acabó acercándose como quien no quiere la cosa. Se cruzó por el pasillo con el afectado Revi y entró en el baño cuando todo había acabado ya. 

    No le impresionó la sangre. Era un hombre lobo, después de todo. Desde pequeños se divertían cazando su comida en el bosque. Pero la cara de sufrimiento de su amigo sí que le encogió el corazoncito. Sin decir nada se abrazó a su pierna para que notara que él también estaba a su lado.

    —Vamos a llevarle a una cama —sugirió Gureo también muy afectado. Su adversario en el amor se había ganado su admiración y respeto. ¡vaya que sí!

    Tenía que admitir, aunque sólo fuera para sus adentros, que él no se veía con fuerzas para someterse a un suplicio así, ni por su propio padre. Bueno, por su padre, a lo mejor.

    Estervio tuvo que relevar a Istio a uno de los costados de Avan, porque el vampiro se estaba mareando notablemente con tanta sangre. Entre el hombre lobo y el tritón lo llevaron hasta la cama de su hermana Siliba, seguidas de las dos llorosas chicas. Allí lo tumbaron y Parsea le aplicó un hechizo de frío en la zona afectada.

    —Hay que llamar a un médico —sollozó Nadea —. Se está desangrando.

    —Nadie se muere porque le saquen un diente —opinó Estervio imperturbable.

    —¡Madre mía! No tienes corazón —le increpó el hada despistándose un minuto de su hechizo.

    —¡Claro que tengo! —rugió molesto el muchacho —. Os estoy ayudando, ¿no? Y qué saco yo con todo esto. Como mucho convertirme en el blanco de ese profe psicópata.

    —¡No es un psicópata! —chilló Per —. Es mi padre. Pero no lo es. Le han hecho algo. Mi padre es bueno —se echó a llorar de nuevo.

    Avan temió que su madre acabara subiendo a ver qué pasaba con tanto ruido. Menudo susto se iba a llevar.

    Pero el susto se lo llevó él, y todo el grupo, cuando escucharon el estruendo en el piso de abajo.

    Nadie se atrevía a moverse. Casi ni a respirar.

    Al poco escucharon unos pasos en el pasillo. Alguien estaba buscando por las habitaciones. Estaba claro que los buscaba a ellos.

    —El profe psicópata —susurró Estervio excitado —. Nosotros somos muchos más, podremos con él.

    —Tú no eres rival para mi padre, estúpido —se le enfrentó Per —. Tiene un entrenamiento de alto nivel y puede hacerte puré con la uña de su dedo meñique… ¡del pie izquierdo! —presumió orgulloso de su progenitor. Hasta que se acordó, que ese que los estaba buscando ya no era su padre.

    —Pues cerrad los ojos porque voy a brillar como nunca —avisó Parsae

    —¿Puedes hacer eso? —se interesó Revi con gran curiosidad.

    —Sabes que mi padre puede luchar ciego, sordo y cojo y ganarnos sin despeinarse —insistió el niño alimentando la histeria colectiva.

    La puerta se abrió y todos pegaron un chillido. Pero el que apareció en el umbral no fue Aristo, sino el brujo que había ido a ver a la señora Belladona.

    El adulto abrió mucho los ojos cuando vio Avan sangrando por la boca como un cerdo y con un colmillo menos.

    —¿Me quiere explicar alguien qué demonios ha pasado aquí? —pidió recobrando la seriedad.

    —Hemo enio un ahidenhe —soltó Avan como pudo, aguantando el dolor. Era lo primero que se le había ocurrido.


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