CAP 2: El compromiso
Estaba nerviosa. Negarlo era una estupidez. Ella que se había enfrentado a terribles peligros y había vivido codo con codo con criaturas que les pondrían los pelos de punta a cualquier mito; que había visto cosas que nadie creería, que había cruzado la frontera dos veces y se había jugado todo por un colmillo de vampiro… Aunque al final de poco había servido…; que había salvado la vida de sus compañeros… Bueno, a lo mejor estaba exagerando un poquito… pero sólo un poquito.
Este hilo de pensamientos le hizo recordar a su padre. Parsae se limpió con mucho cuidado la lagrimilla que amenazaba con correrle el rímel que, con tanta precisión, se había aplicado para que resaltara el brillo de sus magníficos ojos verdes. Ahora demasiado brillantes y, probablemente, enrojeciendo a la velocidad de la luz.
El hada respiró profundamente un par de veces y se obligó a pensar en otra cosa para tranquilizarse. Ya tenía suficiente con conocer hoy a su prometido. A su nuevo prometido, porque no era el primero que tenía. El primero cayó en desgracia justo cuando a ella empezaba a hacerle gracia. Nunca hubiera sentido pasión por él, pero su cariño sí que se lo había ganado. Aunque se negara a ayudarla en el momento más trágico de su vida… “No, espera. No vuelvas ahí”, se regañó Parsae mentalmente. “O acabarás llorando como una magdalena”.
Su vida había dado una vuelta de 180 grados desde que su padre falleció, hacía ya un año. Se jugó la vida para evitar el trágico final de su admiradísimo progenitor... Bueno, a lo mejor estaba exagerando un poco de nuevo, pero después de salvar el mundo todo lo que hacía le parecía una hazaña.
Lo malo es que no lo podía contar. ¡Buf! Nadie sabe el sacrificio que suponía ser una heroína y no poder gritarlo a todo Mitos. Pero se lo había pedido su mejor amigo por siempre jamás, Avan (¡un vampiro nada menos!), y ella le debía demasiado como para decepcionarlo. Todavía conservaba el colmillo que le dio con sangre, dolor y lágrimas (muchas lágrimas, sobre todo de ella y de su amiga, la sirenita más loca y atolondrada que existía. De hecho, la única así. Una sirena muy muy especial. Cómo la echaba de menos). Al final no había servido para nada el sacrificio de su amigo, pero ese diente, lejos de darle un asco profundo, se había convertido en un símbolo que animaba al hada cuando sentía que su mundo se derrumbaba sobre su cabeza, como estaba pasando justo en ese momento. Metió la mano en uno de los bolsillos de su precioso vestido con disimulo y lo apretó con suavidad. Siempre lo llevaba con ella.
Parsae agitó su bonita cabeza llena de rizos rubios como el oro para alejar malos recuerdos y comprobó que la piel le brillaba lo justo para realzar su belleza. Era importante estar especialmente guapa hoy. Su madre le lanzó una mirada de orgullo que logró calmar un poco sus nervios. Comprobado. Estaba perfecta. Como siempre. Tenía tantas virtudes que más de una vez había tenido que sufrir la envidia de sus semejantes. Era el precio que tenía que pagar por ser tan maravillosa.
Atrás quedaron los días en los que fingía ser tonta para no hacer sentir mal a los pobres seres normales que la rodeaban… Y para conseguir todo lo que quería. Eso también, pero no hay que detenerse en detalles sin importancia.
Al final había conseguido animarse con sus brillantes razonamientos. Volvió a apretar el colmillo, aunque ahora con un poco más de fuerza. Echaba de menos a sus amigos, pero cuando su madre y ella se quedaron solas únicamente quedaba un destino que cumplir: casarse lo mejor posible. Y en Mitosfin no había candidatos adecuados. No quedó otra que hacer las maletas y adaptarse a la vida en la casa de los abuelos maternos. Su abuela estaba encantada de recuperar a su amada hija, como eminente viuda del Archivero Mayor más importante de todo Mitos, y a su bellisima nieta para poder moldearla a su gusto y convertirla en una codiciada futura esposa.
Una pena que se dijera de ella que estaba más loca que una cabra. ¡Envidiosos! Total, por un trauma de nada… ¡y completamente justificado! Cualquiera hubiera perdido un tornillo al enfrentarse a lo que se había enfrentado ella. La imagen de una sala llena de cadáveres ensangrentados apareció de improviso en su mente, congelando su estudiada sonrisa y rompiendo por un segundo su imagen de perfecta dama feérica. Volvió a apretar el colmillo una vez más. Esta vez se hizo un poco de daño, lo que curiosamente logró hacerle sentir mejor. El tacto del marfil pinchudo trajo a su mente recuerdos más agradables de sus queridos amigos, a los que ya hacía tanto tiempo que no veía. ¿Estarían bien? Seguro que sí. Eran unos chicos increíbles.
Cuando uno de los criados de la familia Verisen le anunció que por fin serían recibidos lucía una sonrisa mucho más natural en la cara.
Mientras traspasaba los pasillos que le llevarían al salón principal de la enorme mansión, volvió a sentir como si le apretujaran el estómago a mala leche. ¡Solo era un prometido! ¡Qué no era nueva en esto! Se gritó internamente. Relax, relax, relax…
Traspasó las puertas con un ligero temblor en el ojo. Poquita cosa. Estaba segura de que no se notaba a simple vista y que nadie se daría cuenta. La familia Verisen al completo la esperaba de pie al lado de la magnífica mesa en la que tomarían el té. La esperaban a ella y a sus acompañantes, pero a ella más que a nadie.
El padre de familia destacaba sobre todos con su porte regio y su semblante adusto. Rorgio Verisen era un hombre guapo. No se podía negar. Las arrugas propias de la edad ya cruzaban su rostro, pero eso lo hacía más atractivo. Aunque Parsae estaba segura de que si sonriera aumentaría en mucho su belleza. Ahora imponía demasiado.
A su lado estaba su mujer, Adamena Istabal, que, si se seguían al pie de la letra los cánones de belleza feérica, no resultaba muy guapa que digamos, con su cabello demasiado oscuro y esos ojos casi amarillos, pero Parsae había conocido otro tipo de belleza que le había hecho ampliar sus horizontes lejos de los rígidos límites que imponía su raza. Aun así, le extraño que un personaje tan importante de Centro Brillante escogiera una dama tan imperfecta como su cónyuge. Seguro que había una jugosa historia detrás, pero por mucho que había investigado, no había conseguido saber mucho sobre ella. Adamena, a pesar de su supuesta fealdad, era la hija única de un eminente mandatario y eso la hacía digna del puesto. No había nada más que decir.
Los tres hijos de la importante pareja estaban colocados tras sus progenitores como mandaba el protocolo. Igual que Parsae y su madre caminaban unos pasos por detrás de sus abuelos. Al ser viuda, su progenitora había perdido importancia en el escalafón familiar. “Qué asco de tradiciones”, pensó el hadita un poco molesta.
En otro momento de su vida lo hubiera aceptado con normalidad, pero siendo una mujer de mundo como era ahora había disfrutado de otro trato más natural en el que se sentía mucho más cómoda que el de ahora que le exigía perfección, perfección y… ¡oh sí! Más perfección. ¡Pero era lo que había! Ella nunca había dicho que no a un reto sin superarlo con gran éxito. Si tenía que vivir así, iba a ser la dama feérica más dama feérica que haya existido jamás. Como que se llamaba Parsae. Para eso se había dejado las pestañas y los riñones estudiando modales, posturas, pasos… hasta diferentes formas de bordar. Ella nunca dejaba nada a medias. Su futuro marido no sabía la suerte que tenía.
—Estamos encantados de dar la bienvenida a la familia a tan bella criatura —decía en ese momento la madre de su prometido.
Parsae volvió a la realidad e hizo una graciosa reverencia a su inminente suegra. Un destello extraño en su mirada la hizo recelar. Algo le decía que no le había caído del todo bien. “Uuuuh”, se dijo Parsae inquieta. “Esta me tiene una envidia que no puede con ella. Seguro que me la lía”. Inmediatamente se puso en alerta.
—Acércate —Le invitó la mujer ampliando su falsa sonrisa.
Parsae obedeció cautelosa, mientras su interlocutora se hacía a un lado para dar paso a su prometido a la primera fila. Por fin, porque estaba colocado de tal manera detrás de su imponente padre y en medio de sus dos hermanos que no se le veía. Parsae se preguntaba si se parecería más a su padre como el hermano menor que le flanqueaba por la derecha o a su madre como la hermana mayor apostada a su izquierda.
Cuando la madre se apartó se dio cuenta de que no se parecía a ninguno. De hecho, era tan único, tan original… ¡¡Tan hermoso!!
—¡¿Pero qué…?! —se le escapó a su propia madre cuando el hada que sería su marido en cuestión dio un paso al frente.
—¿Algún problema? —preguntó Rorgio Verisen con una voz fría como el hielo.
La familia de la futura novia se quedó sin palabras y más pálida que el mármol que recubría las columnas de la sala. Pero no les hizo falta reaccionar porque Parsae ya había avanzado resuelta y sonriente hacia su prometido, alargando su mano derecha para saludarlo. ¡Madre mía! Si era clavadito al vecino guapo de Avan. Sintió unas extrañas cosquillas en las puntas de los pies.
—Encantada de saludarlo. Entiendo el revuelo. Es que es demasiado guapo… —Parsae se mordió el labio espantada. ¿De verdad había dicho eso? Maldición, maldición y mil veces maldición. Notó enseguida cómo se ponía roja como un tomate.
Su futuro marido dejó la mano que había estirado a su vez en suspenso, acusando la sorpresa de tan inesperadas palabras. Se quedó mirándola medio segundo con creciente desconfianza y perfiló una media sonrisa que tenía más de feroz que de cordial.
—Me alegra que piense eso —contestó con sarcasmo mientras acababa de estrecharle la mano con un gesto demasiado brusco —. Después de todo. Va a tener que verme mucho cuando nos casemos. Mejor si le alegro la vista —terminó, escupiendo las palabras con evidente desagrado.
Pues sí que encajaba mal los halagos. Aunque pensándolo con perspectiva. Era una reacción normal en alguien de su especie. Examinándolo con detenimiento, su marido no parecía tener nada de hada y tampoco se parecía tanto a Revi. El vecino de Avan era mucho más educado y encantador, ¡sin lugar a dudas! El chico que tenía delante con cara de amargado era pálido cómo un vampiro y con el cabello más oscuro que había visto entre las hadas. Sus ojos eran casi negros y ¡su piel no brillaba nada en absoluto! Acostumbrada a tratar con otras especies no había caído hasta ese momento. ¿Por qué no brillaba? ¿Estaba intentando ofenderla? Parsae frunció el ceño visiblemente. Su prometido la imitó al instante.
—Por favor, tomemos asiento —invitó la madre del hada apagado —. Así podremos hablar de los detalles del compromiso con calma.
Con movimientos mecánicos y estudiados cada uno tomó asiento dónde le correspondía.
Parsae quedó sentada enfrente de su prometido, flanqueada por su madre y su abuela que aún no salían de su estupor, aunque intentaban disimularlo, ya que no resultaba muy rentable ofender a tan poderosa familia.
Su abuelo se sentó en la cabecera opuesta al cabeza de la familia Verisen. Se había repuesto de la sorpresa a una velocidad pasmosa y ahora hablaba con Rorgio como si no hubiera pasado nada.
Para que ambos pudieran entenderse a esa distancia, sin alzar demasiado la voz, el resto de la mesa debía permanecer en absoluto silencio. “Qué estupidez”, pensó Parsae. Todo ese protocolo era muy poco práctico. En realidad, ella había escrito un libro que refutaba todas esas ridículas costumbres. El resultado de su escrito había sido magnífico. Al menos en su opinión, porque el mundo no estaba preparado para conocer sus avanzadas ideas y lo tenía bien escondido en su habitación. A su abuela le daría un patatús si conociera de su existencia.
Ojalá su padre no hubiera fallecido. Ojalá siguiera en Mitosfin con sus amigos. A su familia no les gustaban nada de nada, pero ¡y eso qué! Tenían que gustarle a ella, ¿o no? Tendría que pensar detenidamente sobre ello. En ese momento, notó una suave patada que le venía de su madre. Levantó la vista y vio a los tres hermanos observándola con diferentes niveles de extrañeza. Vamos a ver, ¡qué uno de ellos ni se había dignado a brillar! Los raros eran clarísimamente ellos. No ella por perderse en sus pensamientos tan ricamente por un momentito. Levantó el rostro con suma gracia y miró a un punto más allá de sus cabezas con una pose muy digna. Su futuro marido era muy guapo, pero inmensamente idiota. Ya había dejado muy claro su rechazo. ¿Por qué seguía apagado?
—Entonces estamos de acuerdo en celebrar una discreta ceremonia lo antes posible. Sólo los más allegados, por supuesto —estaba diciendo su abuelo en ese momento.
Madre mía. Al lado de este tipo, Sircio, su exnovio, era una joya. No era el más valiente, apuesto o inteligente; pero sabía lo que era la amabilidad y la educación. Suspiró ruidosamente volviendo a atraer atención no deseada. Hizo como si no se hubiera dado cuenta y siguió masticando con elegancia y en silencio. No estaban mal los pastelillos azules. Tan azules como la piel de Gureo. Recordó a su amigo con una sonrisa espontánea. Qué tritón más guapo. Estaba segura de que su amiga Nadea acabaría con él, pero está claro que Avan al final le ganó por mucho y se llevó el premio con todas las de la ley.
Otra patada debajo de la mesa, esta vez por parte de su abuela, la hizo volver a su rígida postura de gran dama feérica. Desde que había corrido grandes aventuras con gente poco distinguida su faceta de elegante hada se había visto un poquito afectada, pero tampoco era para que su familia le estuviera clavando esas miradas asesinas y destrozándole las piernas por debajo de la mesa. Qué exagerados. Si el que importaba se estaba riendo disimuladamente. A ver si pensaba el muy cretino apagado que la había engañado con su patética tos falsa.
Y los hermanitos no se quedaban atrás. La niñita que era tan fea como su madre (ahora que le caía tan mal la señora, veía claramente lo mal que le quedaba ese rubio oscuro y los ojos de gato malintencionado; ¡y su hija había sacado esos mismos y detestables rasgos!). En cuanto al otro, ¡buf! Por qué la miraba fijamente y con esa expresión de diversión tan sospechosa. Se lo tendría muy creído por haber heredado la belleza del estirado de su padre.
Parsae desarrugó su frente antes de que se les ocurriera a sus guardianas meterle una patada doble. Tenía que concentrarse en permanecer tranquila y sonriente. Iban a ver esos lo que era una verdadera dama feérica.
Con un gesto sobrio, Rorgio dio por terminada la conversación con el abuelo de Parsae y dio permiso para que el resto pudiera hablar. Se giró hacia su mujer y comenzó un interrogatorio sobre asuntos menores que ella contestaba con secos monosílabos.
“¿Problemas en el paraíso?”, se regocijó Parsae con patente mala uva.
—Así que mi querido hermano te parece guapo —se dirigió a ella el pequeño de la familia Verisen afirmando más que preguntando.
Si se creía que la iba a dejar cortada por esa tontería estaba muy equivocado. ¡Que no era cualquier hada! Era el hada que había salvado al mundo un par de años atrás. Aunque nadie lo supiera. ¡Ni pudiera contarlo! Pero eso no significaba que no hubiera ocurrido. Qué frustración le producía todo el tema del secretismo impuesto por los brujos. Eran demasiado serios y aterradores.
Recompuso su perfecta sonrisa y se dispuso a contratacar. Porque estaba claro que esto era un ataque en toda regla.
—Es evidente que tiene una belleza poco común y muy atractiva. ¿Usted no lo cree? —respondió aparentemente imperturbable y serena pasándole la pelota al “enemigo”.
Cómo se atrevía a tratarla con tan poco formalismo. Si pensaba que la haría perder la compostura con sus insultos lo llevaba claro. Lo que sí le estaba ya tocando la moral era el empecinamiento de su prometido en seguir con la piel “a oscuras”. Se rumoreaba que no salía de la mansión por una extraña enfermedad. Mejor que fuera un idiota redomado, así no le cogía cariño. A ver si se trataba de la misma que aquejó a su padre y se le moría de repente. Aunque, pensándolo bien… No sería mala cosa convertirse en una viuda de la familia Verisen. Tendría el futuro resuelto y no habría necesidad de aguantar maridos pelmazos.
—Te estás riendo de nosotros —le espetó repentinamente, Verea, la hermana fea. Aunque, cualquiera sin los prejuicios de la nobleza feérica la vería preciosa. Pero a Parsae cada vez le parecía más y más horrible. No entendía a qué venía aquello. A no ser que supiera leerle el pensamiento. ¿Sabría? ¿Eso era posible? ¡Esperaba que no!
—Claro que no —habló su abuela por ella antes de que pudiera reaccionar —. Parsae, por favor discúlpate.
La boca de la preciosa hadita se abrió de par en par.
—¿Por qué? —se le escapó.
Su madre y su abuela se pusieron más pálidas aún. Mientras una se deshacía en pedir perdón profusamente como si fuera el fin del mundo, la otra reñía a Parsae con la misma intensidad.
—Basta —pidió bruscamente el prometido en cuestión, al que se le notaba muy incómodo con la situación —. Entiendo que para mi prometida haya sido toda una sorpresa descubrir que se iba a casar con un tullido —expuso como quien habla del tiempo.
Su hermana comenzó a protestar, pero él la calló con un gesto de la mano. Su hermano también pareció querer decir algo, pero se lo pensó dos veces y acabó por guardar silencio con una expresión de complacencia que a Parsae se le antojó más siniestra que la de los brujos de Oscurio, que no dudaba que fueran mayormente buenas personas, pero tenían un rictus todos ellos que le ponía la piel de gallina.
Toda la mesa quedó envuelta en un silencio denso e incómodo.
—Pido disculpas por el comportamiento inapropiado de mi hijo —comenzó a hablar Adamena en un tono que trasmitía de todo menos humildad.
—Puedo hacerlo yo mismo sin intermediarios —le interrumpió el protagonista del percance —. Pero no lo veo necesario —continuó mordaz —. Aunque si así vas a estar más tranquila, madre, me retiro. Estoy seguro de que no me necesitáis para planear el gran acontecimiento.
Y sin más, se levantó con ira mal contenida y abandonó la estancia.
—Danos tiene unas cualidades que lo hacen mucho más brillante de lo que pudiera hacerlo la magia nunca. Estar loca es mucha peor discapacidad —sentenció su hermana muy digna y dejó la estancia tras sus pasos con gran dignidad.
“Definitivamente sí que es guapa, aunque tenga una madre envidiosilla. ¿Ella también me tendrá celos? Espera un momento, ¿mi prometido no tiene magia? La niñata ésta no me acaba de llamar loca, ¿verdad?”, pensó Parsae a la velocidad de la luz.
Para un hada lo de no poder hacer magia tenía que ser algo muy traumático. De hecho, no había conocido nunca un caso así… hasta ahora. Recordó cuando se apagó completamente en la cueva por una horrible trampa mágica y el miedo intenso que pasó. De repente, sintió una pena muy profunda por su futuro marido… Por cierto, Danos, por fin sabía su nombre. Pues era bonito. Le hubiera gustado saberlo desde el principio, pero su familia no veía importante facilitarle información antes de la entrevista en la que tenían que darle el visto bueno los padres de su novio.
—Ha sido una reunión muy productiva —intervino el cabeza de familia de los Verisen ene se momento —. Lamentablemente, otros asuntos más urgentes necesitan nuestra atención inmediata. Ferios les enseñará el camino hacia la salida —terminó, señalando a un elfo que formaba parte del servicio que les estaba atendiendo durante la merienda.
Sin más ceremonia se levantó y también se fue, seguido de su mujer y su hijo y dejando a los miembros de la familia Alen solos con su desconcierto.
∞
—A lo mejor deberíamos barajar la posibilidad de cancelar este compromiso. Las circunstancias han cambiado y está claro que no es tan ventajoso como parecía en un principio —comentó con disgusto mal contenido Elade, la madre de Parsae.
La abuela, Alena, asintió envarada.
—Aunque también he de decir que nuestra Parsae no ha estado a la altura de las circunstancias —añadió molesta —. ¿Se puede saber qué te pasaba hoy? —se giró muy enfadada hacia la aludida —. Nos has hecho pasar mucha vergüenza.
Parsae se debatió entre protestar o, lo que solía hacer más a menudo, darles la razón como a los tontos y a los locos. Esta última opción siempre le reportaba más beneficios que la primera, aunque en esta ocasión no estaba segura de salir bien parada hiciera lo que hiciera. Afortunadamente, su abuelo hizo innecesario que tuviera que decidir cómo proceder.
—El compromiso sigue en pie —afirmó sin dar lugar a réplica —Aun sin saber que la enfermedad que aquejaba al hijo elegido era tan grave, un enlace con la familia Verisen sólo nos traerá beneficios, independientemente de quienes sean los que se emparejen—Las últimas palabras las dijo con un poco de pena.
—¡Pero ese chico no puede hacer magia! —protestó enérgicamente Alena.
—Y tu nieta tiene fama de loca —replicó él sin piedad —. A mi entender la cosa está bastante igualada.
La abuela se atragantó de la indignación al intentar dar una respuesta contundente a semejante falacia, así que fue Elade la que salió en defensa de su hija.
—Papá, te agradecería que cuidaras tus palabras. Parsae no está loca. Sólo tuvo un trauma que ya ha superado.
“¿Hola? Estoy aquí”, pensó Parsae sintiéndose invisible.
—Como sea —dijo tranquilamente el hada de avanzada edad —. Lo que no me puedes discutir es que la niña te ha salido rarita y tendrás que reconocer que no vamos a encontrar un partido mejor para ella. La mimaste demasiado mientras vivisteis en ese pueblucho fronterizo. Como ya he dicho: el enlace sigue en pie. Y para que no se retracten hablaré con el señor Verisen lo antes posible. Quiero que Parsae se instale en la mansión de su futuro marido la próxima semana a más tardar.
La interesada sintió como un calambre de mal augurio le recorría el espinazo.
—Pero, podré salir, ¿verdad? —preguntó inocentemente.
—Harás lo que te ordenen—le soltó su abuela con tono autoritario
“Pues tampoco voy a notar mucha diferencia con lo de ahora”, pensó resignada. “Ojalá viviera mi padre”, se lamentó notando como la tristeza se hacía dueña de nuevo de sus pensamientos.
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